
"Todas las opiniones son válidas".
Hay opiniones que entran a rodar y a rodar hasta convertirse en un lugar común, como es, justamente, el decir que todas las opiniones son válidas o respetables.
No lo son todas, de ninguna manera.
Hay opiniones sabias, constructivas, inteligentes; y otras, banales, tramposas, oportunistas, insustanciales.
Así, tendrá más peso el juicio de un cinéfilo sobre la efectividad de un plano secuencia que la de aquel que va al cine cada dos años. Un director de orquesta podrá cuestionar la acústica de un teatro con mejores argumentos que las de un economista, y la opinión de un Nelson Mandela sobre procesos de pacificación será mucho más respetable que la de Marcelo Polino y sus intentos por restablecer los vínculos después de una disputa entre dos vedettes.
No todos sabemos de todo, a pesar de nuestra argentinidad pretenciosa. Ni el jugador de fútbol ni el político o el cantante, como tampoco el hombre común, al que de prepo y en plena calle se le ponen un micrófono y debe decir en cinco minutos, sin repetir y sin soplar, qué opina de las retenciones, la nueva Ley de Unión civil o la contaminación de las papeleras.
Por supuesto que no se trata de callar a nadie. Que cada cual diga lo que quiera, pero hay opciones: como la de mantenernos en silencio, antes de decir por decir, y correr el riesgo de quedar empantanados en nuestras propias palabras.
Así, tendrá más peso el juicio de un cinéfilo sobre la efectividad de un plano secuencia que la de aquel que va al cine cada dos años. Un director de orquesta podrá cuestionar la acústica de un teatro con mejores argumentos que las de un economista, y la opinión de un Nelson Mandela sobre procesos de pacificación será mucho más respetable que la de Marcelo Polino y sus intentos por restablecer los vínculos después de una disputa entre dos vedettes.
No todos sabemos de todo, a pesar de nuestra argentinidad pretenciosa. Ni el jugador de fútbol ni el político o el cantante, como tampoco el hombre común, al que de prepo y en plena calle se le ponen un micrófono y debe decir en cinco minutos, sin repetir y sin soplar, qué opina de las retenciones, la nueva Ley de Unión civil o la contaminación de las papeleras.
Por supuesto que no se trata de callar a nadie. Que cada cual diga lo que quiera, pero hay opciones: como la de mantenernos en silencio, antes de decir por decir, y correr el riesgo de quedar empantanados en nuestras propias palabras.