11.2.11


UNO. VACACIONES, 15 DÍAS
Éramos diez, casi como en la casa de Gran Hermano.
Hubo reglas, única manera de no colapsar en el intento de vacaciones compartidas. La regla 1 se dictó no bien traspasamos la puerta de nuestra nueva morada: "Cada uno hace lo que quiere". Libertad para ir y venir, para hacer y deshacer. Y como siempre que nadie impone un orden, nos ordenamos solitos. "Yo lavo"; "No, dejá que me toca a mí!". "Esta noche cocinamos nosotros".
Así empezamos, prolijos, solidarios.
Pero a los pocos días, -digamos la verdad-, la casa era un caos. ¿Cómo poner orden sin ordenar, sin infringir nuestra ley primera? Propuse que al toque de diana y durante una corta media hora, todos ordenéramos. Así fue como la casa se convirtió en un ir y venir de escobas, escobillones, trapos y palas. Pasame el Odex, te doy el detergente. Listo. Uf. Una maravilla. Y vuelta a nuestra regla primordial: Cada uno a hacer lo que quiera.

DOS. Chapadmalal
Hacia años que no volvíamos allí, desde aquellas épocas de bicicletas, caballos y playa de sol a sol. Chapadmalal, el lugar que no cambia ni cambiará jamas: bien podría ser el slogan que identifique este lugar. Las mismas casas rodeadas de los mismos pastos. Los búhos y sus búhitos, el súper, la estafeta, el puentecito aquel. Como si el progreso no pasara por ahí ni en las buenas ni en las malas. Misterios de estas playas imperturbables.

TRES. Actvidades varias
Caminamos, nos bañamos mucho en el mar, nadamos, comimos rabas y calamares, jugamos a las cartas y leímos. Leímos sin parar todos, los lectores y los no lectores. El que no tenía libro manoteaba alguno para no quedarse fuera de nuestra ronda de cada día.
Hubo momentos locos, de intercambios ficcionales: ¿cómo anda la mujer triste? le preguntaba la del policial a la de la novela depresiva. ¿Y qué pasa con Ingrid? No digan quién es el asesino que yo todavía no lo leí. ¿Cuál de los personajes te gustó más? Y así, debatíamos sin prisa sobre las luces y las sombras de cada historia leída.

CUATRO. Dos Salidas Dos

Más allá de algunas noches en los bodegones del lugar, sólo nos alejamos dos días, camino a la gran ciudad. La culpa fue toda mía: había sacado entradas para ver a Taricco en un teatrito de Miramar (2 x 1 y me jugué). Qué habré pensado en su momento, no lo sé. La cuestión que ahí estábamos los cuatro, todo oídos, bien dispuestos a aplaudir. A los quince minutos nos miramos como diciéndonos: ¡huyamos! La verdad es que el hombre es muy talentoso pero el espectáculo nos avergonzaba, aunque no tanto como las carcajadas y los aplausos del público. ¿Por qué se reían? Aun hoy no lo sabemos, pero les aseguro que lo hacían cuando no había de qué reírse. La burla berreta, decididamente, no nos va. La última noche nos animamos y sacamos entradas para el circo. Sí, acá estoy escribiendo esto y todavía no lo puedo creer. Pues bien, resultó una noche de pura diversión para los que nos animamos a ir. Malabaristas, acróbatas y dos payasos (sí, sí, sí) que lograron sacarnos carcajadas sin decir una palabra. Uy, pensé cuando los vi aparecer en el escenario, ¡payasos, nooo!, pero fueron lo mejor de la noche. Así se los digo. ¿Me lo pueden creer?

CINCO. Pasando revista
Por qué será que uno en vacaciones se siente con permiso para hojear las revistas que ni loca lee durante el año. Siempre había alguna que compraba la Hola, nueva revista argentina, prima hermana de Caras pero sin tanta vedette y con más ¿glamour? Pero lo más divertido no era hojearla (así, con h, que es pasar las hojas, mirar las figuritas, y chau) sino la charlita en la arena que surgía después. No cuento nada porque ustedes ya saben: qué se hizo en la cara fulanita y que bobo es este menganito. En la playa siempre hay permiso para estos diálogos, entre otros permisos más.

SEIS. Diálogos al sol
Quizás, desde la sombrilla de al lado, alguien se horrorizaba de nuestra elevada conversación, como nosotros de las conversaciones ajenas. Pero debo decir, inflando el pecho, que nadie en MI sombrilla hablaba a los gritos, mucho menos, de estados financieros o del espanto del novio chino de la hija en cuestión. En cambio, era una fiesta ver jugar a los niños y captar de tanto en tanto sus genialidades.

SIETE. Descanso
Descansaron mis ojos, les vino bien alejarse de la pantallas y sólo dedicarse a leer al sol. Mis manos se relajaron por demás, ya no me sale la letra cuando intento garabatear una idea en una hoja de papel. Lo intento y nada. Como si hubieran perdido la memoria, sólo saben teclear.

OCHO. Más olvidos
Ya de vuelta, un amigo me pregunta qué tal el libro de Sergio Bizzio. El Escritor Comido. Que no, le digo yo, que aun no pude leerlo, que está ahí, próximo en la pila de libros por leer. Que en cuanto lo lea le cuento. Al día siguiente lo busco, me acomodo en el sillón más cómodo de mi casa y ¡zas! me quedo sin aire cuando leo lo que leo: "Mauro Saupol había nacido y crecido en la pobreza y era un esc...". Saupol. Saupol, Saupol... ¡pero yo a este hombre lo conozco! ¡Es el mismísimo Escritor Comido!". Ay. Ay, ay y: ¡ay! No solamente lo había leído, peor todavía, ¡lo había leído en diciembre! Y mucho, pero mucho peor: ¡me había gustado! Se lo conté a mi amigo, desesperada. Que estoy loca, que qué me pasa. Él, hombre que siempre dice lo que tiene que decir, me contesta que claro que sí, que estoy loca y desquiciada, como todo el mundo. En fin. Ya pasó. Pero me quedé pensando..., no tanto en el olvido sino en mi propio juicio de valor: ¿¿pudo haberme gustado tanto un libro del que olvidé cada palabra apenas 20 días después??

NUEVE. ACLARACIÓN
Perdonen la tardanza, perdonen la extensión de este post desordenado. Pero vamos a ver si arranco, que no es cuestión de dejar de contar. Próxima entrega: Lecturas del verano.