En sintonía con opi, van las lecturas con las que arranqué el 2009:
1) Tirana Memoria, Horacio Castellano Moya:
No conocía a este escritor nacido en Honduras y criado en El Salvador, aunque desde hace unos meses no hago más que leer sobre él.
Escrito a la manera de un diario íntimo, la voz de Haydée no puede silenciarse, entonces cuenta y cuenta las crueldades de "El Brujo", dictador de turno que tiene preso a su marido y amenazada a la sociedad toda.
Se lee con interés y la empatía con los temores de Haydée es instantánea.
Dicen que otras de sus novelas, Desmoronamiento, es un cóctel explosivo entre Thomas Bernhard y el colombiano Vallejo. No sé si estoy con ganas de semejante sopapo.
2) Conversaciones con Mario Levrero, de Pablo Silva Olazábal: Libro que empecé amorosamente ya que me lo trajo Flavia de Montevideo, con la que me une, además de otras cuestiones, el deslumbramiento por el escritor uruguayo.
Entre los muchos subrayados, les copio éste, que me habilita para decir, solamente, "me gustó":
"El tipo de crítica que más me interesa, o el único que me interesa es el me gustó o no me gustó. Si es NO, me gustaría saber porqué".
3) Purgatorio, Tomás Eloy Martínez: Cuando me di cuenta de que lo estaba leyendo a las apuradas, con ganas de terminarlo para empezar otro, lo abandoné. Quizás no le tuve paciencia o fui víctima del Síndrome de tantos-libros-para-leer.
Lecturas frente al mar:
4) Un amor, de Dino Buzzati:
Fue para mí el libro de este verano, de esos que dan ganas de llegar pronto a donde sea para seguir leyendo. Como dice el bolero, es la historia de un amor como no hay otro igual..., no porque se trate de uno especial, diferente a otros amores, sino porque escribir el amor no resulta fácil y Buzzati logra que, por instantes, y casi como una revelación, lleguemos a comprender los misterios del enamoramiento y sus desvelos.
Lecturas frente a la montaña:
Ya en Bariloche, decidí leer durante el día El Mal de Portnoy, de Philiph Roth, autor que sigo desde hace años. Me entusiasmé al principio, sentí que había dado con un verdadero Roth, pero después de 150 páginas, decidí que ya era suficiente: páginas y páginas donde el joven Portnoy, narrador de la historia familiar, se masturba una y otra vez.
Una mañana, de esas de cielos azulísimos, abro el libro bajo un árbol sureño y leo hasta que el hombre, que ahora viaje en colectivo, vuelve a bajarse la bragueta. Basta, me acuerdo que dije. No por el escándalo, sino por el empalago. Lo dejo en suspenso, hasta que se me pase el empacho.
Para la noche, me reservé La historia de una pareja, sobre Sartre y Beauvoir. Leí algunos capítulos, pero nada logró retenerme entre sus anécdotas. A vuelo de pájaro, me detuve apenas en algunos capítulos.
Ya de vuelta en casa:
5) La hija del amante, de A. M. Homes. Venía saboreando la idea de este encuentro, por eso, la desilusión fue tremenda. No podría decir que es un mal libro, pero una historia que no me invita a permanecer ahí, no es para mí una buena historia. Ni hablar de la traducción, de esas que hacen chirriar las palabras.
6) Siempre ávida de libros que me lleven más allá del acá, manoteé Franny y Zooey de la biblioteca de mi hijo y entonces sí, todo el placer de haber dado con una historia intensa y con personajes que no olvidaré a medida que pasen los años.