
Estoy cansada de que de un lado y del otro me vendan una realidad editada, con resaltados en amarillo fluorescente y subrayados a media página.
Ya no creo en nada ni le creo a nadie, salvo a algunos pocos porque los conozco y porque puedo dar fe de sus intenciones y capacidades, como Toty Flores, por ejemplo, al que cada tanto Artemio López intenta desprestigiar sin argumento alguno. Él es mucho mejor persona de lo que el sociólogo supone.
Ayer, cuando vi llegar a dos de mis hijos que venían de la Plaza, no me sorprendí ni un segundo cuando les pregunté si por casualidad se habían encontrado, y ellos, agotados, tranquilos, me contestaron que no, que claro que no, porque las agrupaciones en las que cada uno milita se pelean: cuando una ingresa en la Plaza, la otra se retira. Cierto que son hermanos y que hay amor entre ellos, tanto, que ahí estaban, cada uno con su remera identificatoria, conversando y contándose las propias impresiones.
Pero no quiero desviarme de lo que en realidad necesito decir, aunque me de un poco de miedo. No miedo al poder, por supuesto, yo no soy nadie. Miedo a los insultos, sí, y a las malas interpretaciones.
No soy de derecha, más bien siempre me sentí cerca de la izquierda, aunque me pregunto que importancia tiene definirse y definir cuando lo que de verdad cuenta es qué país quiere cada quien, para qué se trabaja y con qué sentido se vive.
No voté a K porque en aquellos años era poco lo que sabía sobre él. Un buen amigo que vive hace tiempo en Puerto Deseado, hombre de una integridad y de una hombría de bien admirable, me había hablado sobre la forma de gobernar de los K. De Néstor y de Cristina. Ese alerta fue suficiente para mí, pero confieso que los primeros meses de gobierno kirchnerista lograron entusiasmarme: lo que habían hecho con la Corte Suprema, supuse yo entonces, era apenas la punta del ovillo de lo que sería el comienzo de un nuevo y renovado modo de gobernar.
No voy a relatar mi camino hacia el desencanto, porque el entusiasmo duró apenas un suspiro.
Si bien estoy de acuerdo con muchas medidas del Gobierno, no puedo, por más que quiera, sentirme parte del grupo que los apoya porque en la mayoría de los casos, además de que no me gusta la manía de chumbar, me resulta imposible aceptar ciertas conductas.
Es verdad que un proyecto de país no se pone en marcha sin rispideces y desencuentros, ni que se llega a destino en un santiamén. Pero así, a los gritos, a fuerza de chicanas y mentiras, no se podrá jamás construir un país como el que yo sueño.
Tampoco me siento en la misma vereda con respecto a los Derechos Humanos. No puedo evitar cierta confusión interna cuando los escucho adueñarse (sí, por qué no usar esta palabra que circula tanto en estos días) de una reivindicación que empezó en épocas de Alfonsín, a pesar de sus luces y sus sombras. Memoria, sí. Justicia, también. Porque sin memoria y sin justicia jamás superaremos esos años negros, que nunca más deberán volver. Pero para eso tenemos que sumarnos en el mismo deseo, convencernos, si es necesario, dejando de lado las polarizaciones que nos enredan hasta el punto de la exacerbación.
Tampoco puedo, ni por un instante, acordar con el engranaje político cada vez más encastrado de los poderes del conurbano bonaerense, porque sería decirle sí a ése más de lo mismo que desde hace años vengo repudiando.
No me alcanza sentir a veces que los enemigos de los K son también los míos o acordar en la necesidad de un Estado con más presencia, porque el Estado que yo quiero debe ser solidario, equitativo, justo y transparente.
Si hablamos del tema de los medios, ahí acuerdo en una serie de cuestiones. Soy consciente de la manipulación de los TN y otros noticieros que me rompen la cabeza y a los que les veo el revés de la trama, pero tampoco puedo sumarme al discurso del programa 6,7,8, porque también ahí soy consciente y a partir de esa conciencia no puedo menos que reaccionar frente al discurso machacador de Gvirtz y Barone. Además, los pobres televidentes argentinos ya tenemos horas hombre de informes de TVR sobre la realidad nuestra de cada día, como para no darnos cuenta de que una cosa es tal asunto y otra muy distinta, la verdad sobre tal asunto. Hay construcción en TN, y hay construcción en 6,7,8.
Así y todo me uní al grupo 6,7,8 de Facebook -que no es lo mismo que hacerse "fan"-. Me interesa saber cómo miran la realidad los que apoyan al gobierno, porque además de que doy por hecho las buenas intenciones, no es cuestión de andar siempre rodeado de iguales. Me interesaba ver algunos informes y quizás conversar un poco, cosa que he logrado con algunos participantes, luego de saltar la valla de la dicotomía amigo-enemigo, y pudimos instalrnos en una buena conversación, sin agresiones ni insultos. Claro que antes tuve que preparar el terreno, para que no me saltaran derecho a la yugular cuando les cuestioné el afán de enemistarse con el otro.
Podría hacer una larga lista de lo que no me gusta del gobierno de los K: los números del Indec, las campañas sucias que sufrieron Enrique Olivera y De Narváez, los sucesos de Misiones, las acusaciones a Pino Solanas, las patoteadas de Delía, el manejo del conflicto con el campo, el extraño apoyo al juez F. Márquez, el adelanto de las elecciones, la corrupción casi silenciada de Jaime y Micheli, los discursos encendidos contra cualquier periodista que se les ponga en el camino.
Pero lo que más importante, lo que de ninguna manera puedo digerir a pesar de mis esfuerzos, cuando veo los aciertos de algunas de las cosas que hacen, es el clima de odio que instalaron, casi con un chasquido de dedos. Unos por aquí, otros por allá y a odiarse con toda la fuerza de nuestros pobres corazones.
Ellos son, para mí, los principales responsables de este ambiente enardecido que estamos viviendo. Golpistas, destituyentes, traidores y enemigos se esconden detrás de cada esquina, mientras entre acusaciones que van y vienen, se empuja debajo de la alfombra los graves problemas de algunas provincias y el desamparo de los sectores más vulnerables. Claro que el nuevo subsidio para la Niñez ayuda, pero hace falta más y más. Cambios desde más allá, desde el vamos, desde los acuerdos, desde las sumas. ¿Por qué no? Habrá otras herramientas y otros modos para hacerle frente a los intereses de los sectores más reaccionarios.
Todo es ataque, odio, bronca, como si ya no hubiéramos tenido bastante. Lejos de aquietar las aguas, se las revuelve con saña y se deja como legado que ésa y no otra, es la forma de liderar un cambio. Yo no creo que sea así.
Tampoco puedo simular que no veo lo que veo: personas cuestionables, enriquecimientos repentinos, el orgullo con el que algunos funcionarios presentan batalla, pero también el miedo de otros; las mentiras alevosas de Aníbal Fernández y su tupé cuando asegura que él siempre habla con la verdad.
Y dejo para lo último dos o tres cosas que decididamente me sacan de la cancha, aunque quiera entrar, cada tanto, movida por algún entusiasmo pasajero: las candidaturas testimoniales de la última elección, una tomadura de pelo que de ninguna manera pude digerir. Una desfachatez, un desprecio hacia cada uno de nosotros, con el agravante de que si uno en su momento se animaba a cuestionarlo, era acusado de ser de derecha-golpista-destituyente-oligarca, por no ser capaces de ver y comprender que lo que en realidad se buscaba era demostrar que el bueno de Scioli, que medía en las encuestas, apoyaba el modelo de los K. Casi una travesura de niños, indigna de los responsables de conducir a un país.
Y así nos van enredando en una telaraña tramposa, y nos obligan a gritar: "¡ey!, que yo también quiero la distribución de la riqueza, un país mejor para todos, solo que de otra manera".
Y como hablo de riqueza, me animo y lo digo: si hubiera sido Lilita Carrió una mujer de botox y rellenos, dueña de hoteles sureños y poseedora de una riqueza enorme, la panzada que se hubieran dado algunos kirchneristas.
A mí me hace ruido, no me cierra y no me gusta que sea tan pero tan rico el matrimonio K, cuando casi todos nosotros hacemos malabares para llegar a fin de mes y muchas noches no nos podemos dormir pensando en el futuro de nuestros hijos. Yo les dejaré como herencia este blog y mis ganas y mis sueños de construir entre todos, sumando ganas y voluntades, con paciencia y esfuerzo, un país mejor para todos.