28.9.07

Buen fin de semana

"Herir a alguien es un acto de involuntaria intimidad".
Intimidad, Hanif Kureishi.
Ni muy muy...

Ni tan tan...

27.9.07

Las listas de cada día

Todas las noches, dentro de ese círculo de tareas rutinarias que forman parte de la ceremonia de despedir el día y prepararse para apagar la luz, una de las infaltables es: hacer la lista para el día siguiente, primera versión. Porque habrá otras. Como si el acomodar las mil cosas pendientes en una prolija lista me hiciera sentir que ya algo está hecho: la intención, el deseo, la voluntad. Pero, digamos la verdad, hay ciertos ítems que ahí quedan, empantanándose en la primera lista, y luego en otro y en otra y en otra. Las ya viejas, como cadáveres, van quedando olvidadas por ahí. Ayer encontré, dentro de un libro leído hace años, una lista muy curiosa y me asombré de aquella parte mía. Una lista como testigo del tiempo, casi garabateada sobre un papel ajado. Épocas de crianza de hijos, de otras amistades, de trabajos olvidados. Hay marcas de nuestra personalidad y de nuestra historia en esos papeles prolijos o escritos en la oscuridad de la noche.
Ahora sí, es hora de empezar a reacomodar , con este lápiz y en este papel, la lista de lo que me espera en este primaveral día.

26.9.07

Adhesiones y aversiones de un viaje por España


Ya de vuelta, me resulta difícil contarles mi viaje sin aburrirlos. Hay tanto para decir. Por eso he decidido hacerlo encorsetada en las adhesiones y aversiones. Quizás suene un poco fuerte (lo de las aversiones, claro), pero como siempre, hubo síes y noes.
Todo en mí (creo que en cada uno de nosotros) es una cuestión de expectativas. Me esperaba una Madrid parecida a otras ciudades, sin demasiadas novedades para mis ojos porteños, y me encontré con una ciudad maravillosa. Por lo linda y majestuosa, con sus plazas y palacios, y sus grandes avenidas enmarcadas por parques más verdes que el verde. Un deleite fue para mí el Museo del Padro, tantos Velázquez y Goyas me dejaron sin habla, que recuperé en el Museo de la Reina Sofía, frente a los Miró, Dalís y Picassos.
De Madrid hasta Barcelona, en auto: pasamos por Ávila, Salamanca, Baiona, Santiago de Compostela. No dejamos callecita angosta sin recorrer, atentos siempre a las fachadas de las casas, con sus balcones desmesurados por las flores, las rejas o la ropa, que flameaba al sol del fin del verano español. Galicia, Asturias, las ruta verde en donde por primera vez vi la más increíble gama de colores, como un rompecabezas encastrado según la intensidad de cada verde.
El País Vasco, con su identidad marcada a fuego y su jamón, su euskadi y sus chipirones deliciosos; San Sebastián, lista y bella para recibir nuevamente a los cinéfilos; y Santander, delicia de playas en su costa y elegancia en las calles de la ciudad. Huesca nos esperó con lluvia, pero con el recibimiento afectuoso de Adriana, mi amiga correctora que, enamorada del aragonés Javier, partió de su amada Buenos Aires a vivir en la zona antigua de este lugar, como detenido en el tiempo. De ahí a Barcelona, ya con el recuerdo de esos caminos y rutas impactantes, guardado en el mejor de los lugares. Última ciudad de nuestro recorrido, donde tuvimos la suerte de que buenos amigos nos prestaran un departamento, como los que se ven en las películas, chico pero exquisito, ubicado justo en medio de una gran ochava, de esas que caracterizan a esta ciudad de Cataluña. Allí pasamos seis días gloriosos con varios amigos que habíamos llegado hasta allá con un objetivo: la gran boda de Diego y María, pero este es otro tema del que hablaré quizás más adelante. Barcelona bulle en cada esquina, es efervescencia pura. Hay una marca Gaudí que se extiende más allá de su arquitectura.
Celebro este viaje, después de tantos años sin deambular por el mundo. España tiene historia, claro, pero también es para mí el lugar de García Lorca, Miguel Hernández, Buñuel, Serrat, Sabina (¡ay! ¡la Cibeles!) Vila-Matas. Me traje conmigo un poco de cada uno de ellos.
Estuve en La Central, librería a la que suele ir este escritor catalán. Compré varios libros, que pesaron tanto en la valija que tuvimos que hacer magia para que la simpática señorita de Iberia no nos retara, como una maestra a un alumno descarriado. Me arrepentí de no haber comprado uno de Amos Oz, hermosa edición de Siruela, La historia comienza, sobre los grandes principios de la literatura.
Vi en las mesadas libros de Borges, claro, pero también de Guillermo Martínez, Diego Vecchio, Ricardo Piglia, Haroldo Conti, Martín Kohan.
Última adhesión por hoy, superficial pero alentadora: no hay mujeres operadas, ni botoxadas y hidraulizadas. Ni siquiera buscan disimular las arrugas, y se las ve bellas, felices y relajadas con sus años a cuestas.
Aversiones:
Ahora tendrán que perdonarme los españoles que, por esas cosas de azar, lleguen hasta estas páginas. Como todo en mí es una cuestión de expectativas, grande fue mi desilusión cuando comprobé una y otra vez... que los españoles no son tan simpáticos como yo los había imaginado. Bueno, no digo "todos", pero a los dos días de estar en Madrid pude distinguir aquellos que con cara de pocos amigos dicen sin decirlo: "cógetelo tú". Hablo de los mozos en los bares, los encargados de los estacionamientos, los vendedores, la gente de Iberia (grrr). Hay como cierto desdén, como si te dijeran: "mira tú, te sirvo un café porque no me queda más remedio". Pocos gestos amables; una que otra sonrisa, muy de vez en cuando. Y, me parece a mí, ahí se instala un círculo vicioso: si tú no sonríes, pues yo tampoco. Quizás tenga que ver con otra de las cosas que no me gustaron: ¡hay demasiado turismo! Alemanes aquí y allá, americanos, japoneses. Según una catalana, lo de los japoneses tiene su explicación: como son tantos y ya no caben en su país, los echan de a grupos enormes; salen unos y entran otros, por eso vemos tantos japoneses viajando por el mundo. Decididamente, no me gustaría vivir rodeada de turistas, son insoportables, con sus cámaras de fotos abiertas las 24 horas, sus bermudotas beige, y sus idiomas complicados.
El consumo es apabullante, los euros van y vienen, las grandes tiendas están abarrotadas de gente, aunque nosotros, los argentinos, sólo curioseamos mientras decimos: "qué caro", una y otra vez.
Las mujeres se perfuman demasiado. No hay perros en ningún lado. La televisión nos es mejor ni peor que la nuestra.
No se ve pobreza, es cierto. No hablan de la inflación ni del piquete o el corte de ruta, pero tienen grandes problemas. No deja de tener su costo ser un país rico en un mundo mayoritariamente pobre. Una de las noticias que se escucha todos los días en la radio habla sobre la cantidad de inmigrantes que llegan al país desde distintos lugares de África. Y se respira en el aire que no dan con la punta del ovillo, si es que la punta no está ya enredada hasta el embrollo. O si es que quieren encontrarla de una buena vez.

21.9.07

Para que no me olviden

Acà estoy, en Barcelona. Pensè que tendrìa màs tiempo para "alimentar el blog", como me dijo Koba, pero... ¡imposible! Vuelvo el lunes; el martes me pongo al dìa.

¡Saludos a todos mis amigos blogeros!

8.9.07

Los mil y un lectores

Cada biblioteca personal es un recorrido y un proyecto único.
Nuestras formas de leer no se parecen, porque no existe un lector igual a otro.
Hay lectores aventureros que se lanzan, ávidos, al encuentro de aquello que los instale en plena turbulencia, mientras que otros, lectores rigurosos, siguen atentamente las secuencias de un elaborado itinerario.
Los hay intuitivos, otros perezosos, algunos tan inquietos que, en medio de una lectura y movidos por fuerzas subterráneas, se desvían hacia otras páginas, se bifurcan, se pierden en laberintos inciertos y encuentran en cada historia una historia que nunca termina.
Están aquellos deseosos de similitudes, y esos otros, callados y solitarios que custodian hasta la exageración sus horas robadas al tiempo.
Hay lectores nocturnos que en plena luz del día y hartos de esperar la noche, bajan persianas y encienden el foco más potente mientras encajan su cuerpo en las formas sabidas del mismo sillón amarronado.
Algunos buscan reflexión y encuentran diversión, quieren certezas, pero suman dudas, apuestan a la adhesión y se enfrentan a su propia resistencia.
Circulan, de tanto en tanto, los titubeantes, vacilan ante datos que se les hacen tramposos, dudan entre los colores estridentes de una portada y los demasiado suaves de otra, o releen, desconfiados, las reseñas necesariamente elogiosas de la contratapa.
Otros, los desbordados y caóticos, aman la confusión, el revoltijo, el más brutal amontonamiento.
Hay lectores de libros prestados que nunca devolverán, y otros que van escribiendo en tanta lectura hospitalaria su propia biografía a fuerza de garabatear tras cada párrafo sus pareceres, que con el tiempo ni ellos mismos podrán descifrar.

Están los rebeldes, los minuciosos, los cobardes; los ciclotímicos, que veneran hoy lo que ayer detestaron; los distraídos, los insensibles, los siempre fieles y entusiastas, que hacen de sus lecturas leña de constantes conversaciones; los fanáticos que apabullan con su vehemencia y terminan echando sombra en lugar de contagiar.
Existen minorías que lo que más hacen es leer. Otras, que lo único que hacen es leer.
Existen también lectores que se tutean con los personajes de ficción y logran con ellos más familiaridad que con sus compañeros de trabajo.
Los hay poco selectivos, esos que no dicen no. Los que eligen siempre el mejor capítulo, y los que vuelven a los textos conocidos y encuentran, en cada relectura, el doble placer de la repetición y el descubrimiento.
Algunos lectores, lectores nuevos, aterrizan fugaces entre páginas vírgenes de la mano de alguna buena película, mientras que otros se montan al envión de sus lecturas y salen a la vida con ojos de lector para convertirse en grandes observadores.
Habrá quienes sufran remordimientos por lo que no leyeron, y quienes se sientan marcados a fuego por un único libro. Quienes, impacientes, eviten descripciones y quienes, voraces y sensuales, lean tres veces el mismo y erótico pasaje.
Los hay veloces, grandes hojeadores, masoquistas y malabaristas que apuestan a la múltiple lectura de cuatro o cinco libros y que no entenderán nunca a los otros, lectores morosos, que se detienen para saborear esas líneas incandescentes que de repente se vuelven una revelación.
Unos rastrean, otros demandan, acumulan, fragmentan, devoran.

El pasatista se entretiene, el pícaro saltea, el travieso espía la página final, el nostálgico atesora frases memorables, el intimista convive amorosamente entre sus libros, el obsesivo lleva un eterno diario de lecturas, el fetichista recorre los estantes de su biblioteca y acaricia lomos conocidos o recién encuadernados.
El de corazón abierto comparte sus lecturas, el introvertido odia compartir.
Unos necesitan de la letra escrita de cada día; otros arrancan cada Año Nuevo; algunos leen de tanto en tanto, de época en época. Pero leemos y como lectores que somos debemos permitirnos todos los derechos y así poder potenciar nuestro placer.
Leemos para vivir o para gozar; o para abstraernos o para traducir la complejidad del mundo, o para encontrar posibilidades que los límites de la vida nos niegan o para lo que querramos que sirva leer.

Cita de fin de semana

"No andaba tan descaminado Xul Solar cuando dijo que habría que inventar un signo ortográfico para sugerir el carácter irónico de un párrafo".

Descanso de Caminantes, Adolfo Bioy Casares.

6.9.07

¡Socorro!

Si por esas cosas de la vida, aterrizás en un shopping, ¡ojo! ¡cuidado! ¡atención! ¡danger! Se acerca el Día del Maestro (¿¿pero si estamos a 6 de septiembre??) y andan sueltas hordas de madres que, en patota, compran los regalitos para la señorita Susana, para la señorita Gisella, para la pobre señora Marta (y digo pobre porque, por lo que escuché, está gorda, y lamentablemente no será de la partida de las que ligarán un lindo cinturón, creo que le toca una colonia) y hasta para la secretaria del turno mañana (pero che, ¡que es el día del Maestro, la secretaría tiene su propio Día).
¡UF! ni se te ocurra ponerte detrás de ellas en la cola de la caja para pagar tu evillita; de un sobre doblado en cuatro, van sacando billetes de cinco pesos arrugados o chirolas; y todas, al mismo tiempo, cuentan: sesenta y siete, sesenta y ocho, sesenta y nueve... Listo, ya está, se van. ¡No!: falta tachar de la lista a la seño Susana y a la pobre Marta, con su colonia y su talco. Hablan al mismo tiempo, opinan, gritan, ¿¿es que no saben que en todo grupo debe haber un líder??
Último paso, la bolsita para cada seño. ¡UFA, UFA, UFA! Este el el paquete para miss Joly, grita uno (¡¡ey, hay GENTE esperando!!) ¿quién tiene una biromeee? ¿birome? ¿¿birome?? (¿¿por qué en todo grupo hay siempre una excitada??).
Ahora sí, ya está, se van... ¡se fueron!
¡Ojo! Que no te sorprendan... andan por todos los barrios.

Frase célebre


Lo dijo A. T. : "Soy una mujer sin término medio, paso de la BOTA a la OJOTA".

4.9.07

No me puedo dormir

Últimamente estoy como los chicos que nunca quieren irse a dormir. Si me siento en la computadora a esperar el sueño, sólo consigo entusiasmarme con lo que voy encontrando, y las horas pasan sin que me dé cuenta. Salto de blog a blog, de página a página. Paro, estiro las piernas, voy a la cocina, agarro un yogur, y otra vez dale que te dale hasta que los pajaritos empiezan a cantar. Es como el cuento de la buena pipa, como la teoría del eterno retorno, como el karma de los budistas, como el vicio más adictivo que siempre te pide más. ¿Cuándo digo basta? No es como el libro, donde el final de cada capítulo nos marca un posible hasta acá. No es una película con su The End como punto final; no es una cita que termina por suerte o por desgracia, ni un zapping adormecido que te vence en la segunda vuelta; tampoco un CD que completa de repente su recorrido circular. No es como cocinar ni como planchar, ni mucho menos, limpiar. ¡No es trabajar! Es como abrir la caja de Pandora, el baúl de la fotos viejas, la biblioteca imaginada, la conversación impensada, el aleph personal.

3.9.07

Ella, que mira la luna


“Mirá la luna, mamá”, gritó mi hija, mientras miraba el cielo tibio de una noche de verano. Para Borges era la luna de Virgilio; para mí, es la luna de Borges, le contesté. Y esa luna, cargada de antiguos llantos, pasaba a ser para mí sinónimo de una certeza: la certeza de que mi hija se había asegurado uno de los placeres del mundo, de ese mundo que empezaba a desocultarse para ella.
De ahora en más y a pesar de los tiempos, los poetas se instalarían en su vida.
Porque no habrá nada que hiera la poesía, mientras exista ese alguien que diga y siga diciendo la maravilla en épocas de noche oscura. Porque la poesía es y será inútil en su apariencia, de un servir para nada, sin excelencias ni resultados, pero intocable siempre en su belleza.
Seguimos caminando en silencio, cada una alimentando sus propios pensamientos.
Yo pensaba en Borges (sospecho que ella también) y una vez más me cautivaron sus versos que de tanto en tanto me empeño en recordar o que, simplemente, aparecen ahí, como epílogo perfecto de algún momento especial. Y pensé que, como Borges, que no podía mirar una nube sin acordarse de una “nube escrita”, yo tampoco podría ya pararme frente al mar sin que resonara, casi automáticamente, aquello de que... Antes que el tiempo se acuñara en días / El mar, el siempre mar, ya estaba y era…; ni disfrutar de la lluvia o de las horas que siguen a la lluvia sin adivinar mi propia voz murmurando... Bruscamente la tarde se ha aclarado / porque ya cae la lluvia minuciosa / cae o cayó. La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado.
Y una lluvia trajo a otra. Y ahí estaba la que vuelve cada noche y cae sobre los cafetales de Álvaro Mutis, y la lluvia de los versos de Lugones, desnudándose en los sauces, transparente y dorada bajo un rayo de sol.
Fue entonces que pensé en ellos, los poetas. Y los sentí infiltrados como ríos en mi alma.
Y entre mis muchos amores, Buenos Aires, pensé... ¿la amaría con la misma intensidad si los poetas no la hubieran embellecido para mí? Me resultó impensable una Buenos Aires sin Borges, sin todo lo que él me reveló, sin su memoria; me resultó otra la ciudad sin las veredas de Cortázar porque como él o por él las siento en los tamangos / como la fiel caricia de mi tierra. ¿Cómo aprehender Buenos Aires sin las esquinas olvidadas de González Tunón, sin las calles recorridas por Baldomero?
Y puesta a pensar en amores, claro, apreció el Amor, así, con mayúscula, atravesado por los versos amantísimos de Vinicius, las metáforas de Neruda que me enseñaron a hacer sonar un río en mi cuerpo; el corazón que sobra y que sangra de Miguel Hernández que se quiere despedir de tanta pena / cultivar los barbechos del olvido / y si no hacerse polvo/ hacerse arena. El amor no es el mismo amor después de los versos de Gelman, sobre todo, después de aquel que dice... que lindos tus ojos / y más, la mirada de tus ojos / y más el aire de tus ojos cuando lejos miran/ en el aire estuve buscando: / la lámpara de tu sangre / tu sombra / sobre mi corazón.
Vuelvo a Borges y rescato su decir: cuando leemos un buen poema pensamos que también nosotros hubiéramos podido escribirlo, que ese poema preexistía en nosotros. Y es entonces, digo yo, cuando algo así como una forma indescriptible de felicidad se apodera de nosotros. Quizás sea esa sensación prodigiosa de extrañamiento, de rapto, de acceso, que sentía Cortázar al leer las poesías de Juarroz: “hacía mucho que no leía poemas que me extenuaran y me exaltaran como los suyos, y se lo digo así, al galope y sin releer...” le escribe Cortázar en una carta al poeta.
Porque ellos, los poetas, son el eco de nuestras muchas emociones, que, embellecidas, nos son devueltas con ritmos propios, Es entonces cuando todo nuestro todo vibra, sufre, clama...como clama Jaime Sabines por costras que endurezcan nuestra piel, de a ratos casi a la intemperie, en carne viva... Hablo de todo lo que tiene origen / en este estar desesperado/ y hablo también de lo que no lo tiene/ y nos zozobra dentro y nos golpea / como un pájaro ciego enajenado.
Pero a pesar de tanta pena, no son estos tiempos de penurias si alguien desoculta para nosotros la esencia del dolor, de la muerte, del amor. Ya el mundo no será el mismo, ya el otro no será el que fue porque el poeta agregará miradas a nuestro mirar, memoria a nuestros recuerdos, luz a cada orfandad, rosas a nuestros versos, ecos a cada grito. Agradezco entonces al poeta, que crea voces y presencias en mis días, que me lleva en sus espaldas, que me ayuda a vivir.
Porque en la espalda del hombre no está el hombre
están los otros hombres y la muerte
las risas y los dioses
la angustia de los muertos.
(Roberto Juarroz).