Lo digo otra vez.
No puede ser tan difícil resolver algunos temas, como por ejemplo, el de los adolescentes que salen de clase para fumar marihuana, en una escuela-rancho de la provincia de Misiones.
No es tarea, claro, que deban hacer sólo los maestros y los padres, porque como ya sabemos, los maestros ganan poco y hacen un trabajo por demás desprestigiado, y los padres, pobres padres, anda él perdido y ausente, y ella trabajando fuera de su casa para que sus hijos puedan comer.
Es el Estado el que no está. O está distraído, mirando para otros lados, gastando más allá, y se olvida de hacer lo que debe que hacer: velar por sus niños y sus jóvenes. ¿O hay, acaso, algo más primordial?
Ya no digo que todo se arregla con educación, salud, trabajo y justicia. Prefiero decir que todo se arreglaría con ganas, con voluntad, con decisión.
Es mucho lo que habría que hacer para cuidar, realmente cuidar, a los chicos de la calle y a los chicos de las casas sin padres, donde los hijos crecen solos, mirando una pantalla de televisión.
¿Podemos decir que los buenos libros, la música, el teatro nos ayudan a desarrollarnos como personas sensibles y pensantes dentro de un sistema donde cada uno encuentra su lugar, donde los que están más allá de los bordes tienen la posibilidad de salir de su exclusión y de sentirse parte de un todo, en la medida en que puedan pensar y pensarse, y construir, palabra a palabra, una visión particular del mundo? ¿Alguien lo duda? Creo que no.
Entonces.
¿Qué hacer con el reverso de lo que es bueno, con la contrafigura de lo que nos "hace bien", como dice la canción de Drexler?
La televisión, por ejemplo, abarrota a los chicos que la miran de aquello que no les hace bien. Nadie se atrevería a decir que no es así: peleas forzadas de conventillo, mal gusto de la mañana a la noche, un lenguaje que no pueden comprender, porque son niños en plena niñez o jóvenes confundidos en estado de orfandad. Nadie los cuida y ahí están, a merced de las desmesuras de Tinelli, de noticieros que cargan las tintas en el peor lugar, de programas que enseñan cómo drogarse y cómo robar, de imágenes de mujeres que no tienen nada de lo que una mujer tiene que tener: capacidad de contención, ternura, fortaleza, femineidad.
A todos nos hacen mal, a nadie puede hacerle bien.
Se me dirá que la tele está para entretener, pero si mientras entretiene daña, entonces, que revise sus formas de entretener.
Que los responsable de la tele no les sigan echando la culpa a los que la ven, porque son ellos los que los así los han construido, por propia elección. Que revisen sus corazones, en lugar de sus bolsillos.
Así como se habla cada vez más de la responsabilidad social empresarial, que pone a los empresarios frente al compromiso de velar por el medio ambiente y por la población de la comunidad en la que está insertada, así también el Estado y la sociedad deberían exigirles a los medios de comunicación que no atormenten más a los chicos, que tengan piedad.
Un Estado casi ausente, familias desintegradas por la pobreza, escuelas que no alcanzan para educar y una televisión en cada hogar que escupe sobre la dignidad de los que la ven, sin importarle que sean chicos y adolescentes los que pasan horas y horas frente a la pantalla del gran televisor.
Ya basta de exigir "seguridad", que no es eso lo que hay que hacer.
Es muy claro lo que pasa.
O nos educamos entre todos, o nos estaremos insultando, robando y matando los unos a los otros, los de arriba y los de abajo, los jóvenes y los viejos, de aquí a la eternidad.