30.7.07

Primeras frases


"Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada. Hizo algunas preguntas y tomó unas botellas de cerveza, de pie en el extremo sombrío del mostrador, vuelta la cara -sobre un fondo de alpargatas, el almanaque, embutidos blanqueados por los años- hacia afuera, hacia el sol del atardecer y la altura violeta de la sierra, mientras esperaba el ómnibus que lo llevaría a los portones del hotel viejo".

Así empieza la novela corta Los adioses, de Onetti.
Irresistible. Magnífico.
Cómo olvidar esas manos, en medio de un almacén sombrío, relatada la escena por alguien que mira por nosotros, desde el otro lado del mostrador. Él, y no el de las lentas y torpes manos será el que contará la historia. Tendremos que creerle, el pacto está sellado. Sólo él sabrá contarnos la historia de un hombre que espera sin esperanza su destino final.
Foto: Zelmira Matarazzo.

27.7.07

Adhesiones y aversiones


De las idas al supermercado:

No lo dudo, empiezo por las aversiones, porque las tengo acá, atragantadas en la garganta. Ir al supermercado cada semana es algo así como emprender el camino del héroe.
1) Primer obstáculo: lo primero es lo primero, habrá que hacer una lista para no quedarse varada en el medio del súper, relojeando carros ajenos, buscando una inspiración para el menú de cada día. Hacemos la lista, aburridas, aletargadas, pero nos la olvidamos sobre la mesada de la cocina.
2) Segundo obstáculo: Una vez dentro, a elegir ese carro que sepa deslizarse por los pasillos lustrosos, que no vire caprichosamente hacia la izquierda, cuando aún no pusimos ni el guiño.
3) Tercer obstáculo: Circular al son de una horrible música, sorteando reponedores -que casi siempre son hombres inmensos-, esa mujer que ocupa todo el pasillo, con el carro atravesado de oeste a este, mientras ella, muy campante, habla por el celular, apoyada en medio de las plantas de apio y las flores de brócoli machucadas. No nos olvidemos de los nenes gritones, que siempre reclaman lo que su mamá de ninguna manera les va a comprar. Te dije que NO y NO, ¡basta!
4) Cuarto obstáculo: Si no llevamos los anteojos nuestra compra se convertirá en la caja de Pandora. Quizás, sorprendidas, al llegar a casa descubramos que trajimos salsa de tomate en lugar de dulce de frambuesa, bolsas de basura 10 x 15 y no las 50 x 70; galletitas de germen de soja biónica, antitranspirante en lugar de desodorante (¡grrrr!) o pan sin sal, que nadie, nunca, comerá.
5) Quinto obstáculo: Pufff, finalmente llegamos a la línea de cajas. ¡Acá las quiero ver! Ésta no, es para embarazadas, ésta tampoco, tenemos más de 10 productos; ¡bravo, en aquella no hay cola! Claro, porque está cerrada. Como vacas hacia el matadero nos ponemos detrás de la señora de las plantas de apio y las flores de brócoli machucadas, que sigue dale que te dale con el celular. Sabemos que tenemos para rato, con viento a favor en unos minutos nomás habremos salido de este infierno... siempre que algo espantoso no suceda en el carro anterior, como por ejemplo, que el apio no tenga precio. ¡Ah! Entonces ahí sí, estamos fritas. La cajera, displicente, pedirá a media voz un chico, que llegará al rato, silbando bajito, y allá lo vemos, paseándose entre las góndolas, mientras la cajera se emprolija la cutícula, la dueña de los apios sigue bla bla bla y nosotras, muertas de hastío, esperamos la salvación, aunque sospechamos que nadie vendrá a rescatarnos.
6) Sexto obstáculo: Si acertamos en el ta te ti, tendremos un amable intercambio con la cajera en cuestión. Si no, HORROR.

Dejamos la lata de pulpitos al escabeche porque el precio es de setenta pesos y no de siete. Ese cero minúsculo que no vimos nos demora un rato más. Qué barbaridad. Pagamos, siempre mucho más de lo imaginado, siempre, mucho más que la semana anterior, y eso que nos mantuvimos lejos de las pocas góndolas con cierto encanto: la de perfumería, librería, velitas, toallas mullidas y cacerolas de teflón. Ahora: número de documento, domicilio, firma, aclaración. El ticket de descuento que teníamos no lo encontramos, las sábanas de premio por los puntos acumulados se acabaron... ¡Basta!
7) Séptimo obstáculo: A embolsar.
8) Octavo obstáculo: A cargar en el auto.
9) Noveno obstáculo: A bajar las bolsas.
10) Décimo obstáculo: A desembolsar.
11) Décimo primer obstáculo: A guardar en alacenas, heladera, baño, según corresponda.
12) Décimo segundo obstáculo: ¡¡Descubrir que nos olvidamos el papel higiénico!!

Adhesiones:
Cuando sabemos que por unos días no volveremos por ahí.






Ni muy, muy...

Ni tan, tan...

23.7.07

En tela de juicio


Cuando una pareja se separa, la culpa se reparte en un 50 y 50.

No, yo digo que no es así.
El amor es un espejismo, quién no lo sabe. Más allá de esa atracción primera que se produce por un "porque sí", la imaginación de quien se enamora, deliciosamente, construye el resto. Ahí va, sumando rasgos y talentos, a la medida de su corazón amante. Nos inventamos un otro casi perfecto. Las campanas suenan y las pieles se erizan y celebran.
Con el tiempo, es inevitable la desconstrucción, pero si una pizca de ese amor prendió en nuestro ser amante como un gajo en tierra fértil, el resto es cuestión de voluntad, de querer querer, de cuidado.

Y una alianza amorosa puede convertirse en una de las grandes dichas de la vida: el compañero de ruta. Siempre que entendamos que no hay un alguien a la medida del otro, una completud para mi ser inacabado.
A veces las parejas se separan porque uno deja de amar, o los dos, o porque la ruta se hace intransitable de tanta turbulencia. O porque se decide, sin más, salirse del camino por propia vocación.
Se dice que "él no le da lo que ella necesita", o que "ella buscó afuera lo que no tenía en su casa". Pero como no somos como la galera inagotable de un mago, siempre habrá algo que no estaremos dándole al otro. Si somos rubios, no podremos ser morochos, si tímidos y silenciosos, cómo ser extrovertidos o chispeantes... Si nos gusta el calor y el verano, jamás podremos ofrecer, sin fisuras, el placer por el frío y el viento.
Cuando una pareja se separa, no siempre sabremos el porqué.
Solo sucede. Ni 50 y 50. Ni 60 y 40.
Ni "you need two for tango", como dice mi amiga S.
Hay quienes ensayan cortes y quebradas solitos, al compás de los propios sueños o de incomprensibles pero inevitables pulsiones.
Misterios del amor y de la vida.
Foto: Magdalena Sorondo.

19.7.07

Cuidado con el libro

Costumbre horrible la de maltratar los libros, dicen algunos. Pero no es maltrato para mí esta cuestión de doblar las hojas: es urgencia, es parentesco, es hacer lo que se me da la gana.
Por eso subrayo con lápiz o con marcadores; saco flechas que pueden ir hacia el punto más impensado y agrego conversaciones a cada lectura, como si entrara, de verdad, en un profundo diálogo con el autor o con alguno de los personajes. Con el paso del tiempo, y al releer ciertos libros, ese diálogo primero se convierte en un nuevo diálogo con el ser que yo era en ese entonces; y así, preguntas y respuestas se reproducen según la edad, el estado de ánimo, la empatía casual con el autor a esa hora de la noche en que lo leo.
Si alguien, pro casualidad, quisiera conocer, saber algo de mi imaginario diario íntimo (¿por qué querría?), no tendría más que leer mis lecturas, lupear sobre los subrayados, descifrar signos de exclamación, jaes cuando lo que leo me provoca risa, doble rayas apretadas como si quisiera cavar una zanja en el papel.

Mi mayor aspiración: que este libro nuevo, símetrico, compacto, se convierta con el tiempo en ese amasijo de hojas gastadas.

18.7.07

Primeras frases



Tengo una cierta fascinación por el principio de las novelas.
A lo largo de mi vida lectora, los he ido coleccionado en distintos cuadernos de citas. Uno de ellos, quizás el mejor, es éste que ahora les copio:

"Todas las familias dichosas se parecen. Las desgraciadas lo son cada una a su manera".

¿Quién podrá resistirse a semejante comienzo?
Cuando agarro un libro por primera vez, antes de leer o interpretar el paratexto, hago correr las hojas de atrás hacia adelante y de adelante hacia atrás y, finalmente, me detengo en las primeras frases. Debo creer, supongo, que este rito me dará la clave para saber si finalmente es ése y no otro el libro que atrapará mis próximos días.
Porque ahí es donde el escritor se planta.

De esto voy a hablar.

Y así te lo voy a contar.

Ana Karenina, de Leon Tolstoi.
Foto: Magdalena Sorondo.

16.7.07

En tela de juicio


Ladran, Sancho,
señal que cabalgamos.

Es ésta una de las frases que más se repiten y que menos tolero.
Vamos por partes.
En la mayoría de los casos, sólo se dice: "Ladran, Sancho...", con carita de triunfo, como la de aquel que acaba de ligar el as de espadas.
No suele citarla gente erudita, sino todo lo contrario: aquel que no ha leído ni Platero y yo, arremete con el "Ladran, Sancho" cuando, por ejemplo, se habla de él o de ella, no precisamente para alabar virtudes o destacar conductas ejemplares.
Digámoslo así: si Nazarena Vélez sale en todas las revistas porque se atragantó con el caño, o si la Moria-que-de-tan-operada-parece-un-travesti se enroscó en un beso revulsivo con Gracielita-la-que-no-envejece, y todos (¿¿todos??) hablan de ellas, lo más probable es que frente a la inquisición de los periodistas faranduleros, sacando pecho (¿¿es necesario más??) y con caras trinfadoras, contesten: "Ladran, Sancho...".
Si alguna vez la tenés en la punta de la lengua... ¡no la digas!
¡No!
En ningún párrafo de las andanzas del buen Quijote, el caballero andante le dice a su amigo algo ni siquiera parecido a: "Ladran, Sancho, señal que tropezamos".
Es así. Aunque no lo creas.

14.7.07

Frase célebre


Lo dijo L. : "La detesto a Graciela Alfano, porque no nos deja ver cómo envejece una hermosa mujer".

El poeta de Granada


Cuentan que “en el remanso oscuro de un jardín, iluminado débilmente al fondo por las ventanas encendidas de los pabellones estudiantiles, comenzó a recitar Federico, espontáneamente, sin que nadie se lo pidiera, su último romance traído de Granada. En medio del silencio y de aquella penumbra de álamos, pudo entrever como se le transfiguraba el rostro, se le dramatizaban la voz y todo el aire al son duro, patético, lleno de misterioso escalofrío, que repicaba por el suceso sonámbulo del poema”.

Cada tanto vuelvo a leer esta pequeña historia que me seduce como ninguna otra entre todas las anécdotas que cuenta Rafael Alberti, sobre aquellos mágicos años que pasó junto a García Lorca en la Universidad de Madrid.
Si fuera cineasta, pienso, filmaría sin duda esta escena, así, tal como Alberti la cuenta. Cámara en mano lograría un perfecto primerísimo plano del perfil de Federico, con su inmensa cabeza, de frente ancha y larga, recortado sobre el fondo fundido de los álamos, plateados para mí, susurrantes y sueltos. Quizás decidiera sumar la luna a esta escena, porque no hay Lorca sin lunas: lunas blancas, de pergamino, lunas de cien rostros iguales que huyen y vuelven, segando lentamente el temblor de un viejo río. Aunque el espectador atento, pienso, intuiría de todas formas su presencia. Descarto entonces la obviedad de la luna por temor al exceso, a lo sobredicho. Opto por el silencio y elijo, en cambio, un moroso traveling o un plano secuencia de los rostros, seguramente maravillados, de Alberti, Buñuel, Guillén y Salinas, y será entonces el espectador, destinado protagonista del duende auténtico y poderoso de Federico.
Si en cambio la vida me hubiese convertido en fotógrafa, quizás fuesen aquellos melancólicos ojos suyos lo que primero retrataría: imagino mi lente apresando su mirada oscura y brillante, instalada casi en el medio justo de su cara de piel cetrina, levemente aceitunada, y decidiría terminar la serie desafiando la llama gris de la muerte, con el foco clavado en su sonrisa larga, disipadora de hondas penas.
Si paleta y pincel tuviera en mis manos, sé que me internaría en sus paisajes interiores, buscando en cada trazo su ser fuego, llanto, grito: resalto entonces los claroscuros, acentúo los rojos, esfumo en luz las manos sobre el piano y me detengo en sus pies hundidos en la tierra, tocando las raíces remotas de España. Destierro en mi imaginación y con cada pincelada, las sombras de tanta muerte a destiempo.
Como poeta, me apropiaría de las horas mudas de silencio de río, de esa, su sangre multiplicada, de cada copla viva y de cada verso apretado entre tristezas, de sus ojos de poeta que miran por mirar y cantan.
Si coleccionara por puro deleite, mi colección acapararía orgullosa sus dibujos limpios de colores pasteles y trazos casi de niño, ingenuos y perversos a la vez; su primera e íntima guitarra, el original del soneto más oscuro, aquellas fotos donde se ve en una color sepia su figura carismática junto a un joven y tímido Dalí; en otra, ahí esta él, rodeado de artistas, hermanados por la risa y el abrazo a la salida de un teatro en Buenos Aires, más exactamente en la calle Corrientes, casi esquina Talcahuano. Rastrearía cada critica y reseña de los estrenos de La zapatera, Mariana Pineda o Yerma, junto a sus queridas Lola y Margarita.
Si de memoria se trata y memoriosa yo fuera, repetiría hasta en sueños tanto ritmo adherido a su garganta, cada verde, cada patio con su rumor de siemprevivas, todo el cante y todo el canto, la luna resucitada en primavera, el último llanto de las guitarras abiertas, los ríos hondos de Granada, cada muerte a cuestas, las navajas, los cuchillos y la rosa blanca de sus penas, y, una a una, las gotas de sangre derramada, honrando así la memoria en verso del poeta más evocado por el pueblo de España.
Pero soy lectora.
Entonces puedo filmarlo, encuadrarlo, soñarlo, recordarlo, recitarlo, gozarlo y sentir el fuerte latido de sus misterios de alegrías desbordantes o de insondables tristezas.
Puedo también compartir con los poetas que tuvieron la suerte de conocerlo, tanta admiración y tanto encantamiento y hacerme eco de las palabras de Pablo Neruda: Hay dos Federicos, el de la verdad y el de la leyenda, y los dos son uno solo. Hay tres Federicos, el de la poesía, el de la vida y el de la muerte, y los tres son un solo ser. Hay cien Federicos, y cantan todos ellos porque su corazón destrozado estaba lleno de semillas.
No sabrán los que lo asesinaron que lo estaban sembrando, que echaría raíces, que seguiría cantando, cada vez más sonoro y más viviente y que habrá, para siempre, Federico García Lorca.


Madrigal Apasionado
Quisiera estar en tus labios / para apagarme en la nieve / de tus dientes / Quisiera estar en tu pecho / para en sangre deshacerme / Quisiera en tu cabellera / de oro sonar para siempre / Que tu corazón se hiciera / tumba del mío doliente. / Que tu carne sea mi carne, / que mi frente sea tu frente. / Quisiera que toda mi alma/ entrara en tu cuerpo breve / y ser yo tu pensamiento / y ser yo tu blanco veste. / Para hacer que te enamores / de mí con pasión tan fuerte / que te consumas buscándome/ sin que jamás ya me encuentres. / Para que vayas gritando/ mi nombre hacia los ponientes, / preguntando por mí al agua, / bebiendo triste las hieles / que antes dejo en el camino / mi corazón al quererte. / Y yo mientras iré dentro / de tu cuerpo dulce y débil, / siendo yo, mujer, tú misma, / y estando en tí para siempre, / mientras tú en vano me buscas / desde Oriente a Occidente / hasta que al fin nos quemara / la llama gris de la muerte.



7.7.07



Ni muy, muy...











Ni tan, tan...

Superficialidades ciudadanas: los SÍ y los NO.

NO a:

1) Los que entran al cine con baldes de pochoclo (sobre todo, si tienen más de 30 años) y no poder decirles: "che, no hagas ruido, meté la mano sin revolver, no mastiques con la boca abierta y NUNCA, NUNCA, pegues el manotazo en la escena en que él le dice a ella, susurrando, que no la quiere más".
2) Las vendedoras con cara de bragueta, que no te dejan tocar las torres de ropa ordenadas milimétricamente, que te miran con cara de doctoras en Biología Nuclear, que tardan horas en cobrarte y mucho más, en envolverte un par de medias con papel multicolor.
3) Los hombres al volante, enardecidos, que se transforman en el increíble Hulk y que le gritan ¡¡#°&!!=¡¡*-*##=!! a la pobre viejita que circula a 20 k/hora.
4) Las madres que deambulan por angostas callecitas con carros de bebe que parecen departamentos de tres ambientes.
5) Los que atienden en las casas de videos y dvd que no tienen ni idea quién es Orson Wells.
6) Los que atiendan en las librerías y te preguntan si el Sobre héroes y tumbas que buscás es de Molina o de Zábato.
7) La gente que habla casi gritando en la mesa de los bares; uno se entera, sin querer, que la suegra de la que toma el capuchino es una bruja, y que el del cortado con medialuna opina, una y otra vez, que es muuuy fúúerte lo que la del capuchino le estás contando.
8) Aquellos que cuando hablan por celular ponen cara de circunstancia.
9) Los kioscos de diarios que no tienen aquella revista que estoy buscando.
10) La vendedora o vendedor (digamos: vendedora) que, regocijada y vengativa, te dice: "Si no tenés el ticket no te lo puedo cambiar", después de mirar con una lupa la remerita que le llevás, buscando descaradamente rastros de uso indebido.

a:

1) Dos viejitos de paseo y agarrados de la mano. Cuando él va detrás de ella, y ella lo protege, mi adhesión se duplica.
2) Los niños envueltos en los días de frío, con gorros, bufanda y guantes.
3) Bares y cafés de Buenos Aires, desde donde puedo ver pasar la vida, y mucho más cuando el mozo es tan amable que te despide con un "que tenga un buen día".
4) Los buenos piropos, dichos en el momento exacto en el que uno tanto los necesita.
5) La complicidad de ciertas miradas azarosas, como si por un instante uno y otro comprendiéramos de qué va la cosa.
6) Las rayuelas pintadas en el pavimento.
7) El cielo azul que se ve por entre los edificios del microcentro.
8) El olor a garrapiñada, a feriado con sol y aire fresco.
9) Sospechar que ahí, al borde de todo, está el río color dulce de leche, reflejando con mil matices el color del cielo de cada día.
10) Esos únicos instantes de silencio en plena ciudad, como si de repente todos se callaran al mismísimo tiempo. Atrapar ese silencio, hasta que se reinicie el bullicio.
11) La esperanza de los jacarandás en flor.

5.7.07

En la ciudad de la furia


Día en el microcentro porteño.
Si la ciudad es una sumatoria de relatos, un gran texto donde todos vamos escribiendo nuestras vidas, lo que leemos a veces nos desmorona en plena calle. Es como si todos los sentidos se mezclaran: los olores, cada palabra dicha, el sonido de los pasos sobre el asfalto.
Veo a un hombre enmarañado, sucio de alquitrán y pesadumbre, que debate con el aire que lo cuida.
Pasa un anciano que conserva las formas de otras épocas, el pelo engominado con esmero y el pañuelo en el bolsillo le dan cierto aspecto de fragilidad, como si fuera a quebrase en cada esquina.
Observo con descaro a un joven pálido al que le invento una vida; miro los gestos de una mujer enojada y tengo el comienzo de una historia. Entonces se detiene a mi lado un patrullero y baja un chico; no puede tener más de catorce o quince años, va esposado, detrás de él, un policía le marca el camino. Hay miedo en sus ojos, en sus hombros, en su piel. Sigo caminando pero ya no soy la misma, el eco de su miedo resuena para siempre en esta ciudad que miro.

4.7.07

Frases célebres



Lo dijo A. : "Lo que más me gusta de Tiger Woods es ver cómo le flamean los pantalones mientras camina por la cancha".

De mujer a mujer


Es cierto que cuando de una mujer se trata, lo primero de lo que se habla es de su apariencia.

Sí, ya sé. Cristina es coqueta. Cristina es pilchera.

Entonces, ¿por qué hablar sobre lo que muestra su cuerpo y no sobre lo que ella hace, dice, deja de decir o hacer?

Porque lo que ella muestra a mí me dice que: se pasa horas en el service para sus extensiones, que visita día por medio consultorios de belleza estética (¿se llaman así?), que un buen porcentaje de su garra está ahí, en los botox y rellenos y carteras y mechitas.

Llega una edad -hay que decirlo- en la que da mucho trabajo verse linda.

Cristina, relajate. Ya está.

2.7.07

En tela de juicio

Somos
lo que
comemos.

Ni muy, muy...
¡¿Qué?!
Yo no soy un repollo y, mucho menos, una magdalena con salsa de frambuesa.

¿Acaso alguien que no come carne ES (¡ojo!, digo: ES) tan distinta a uno que sí? ¿En qué?
Se me dirá, con cierta razón, que el adicto a los hidratos de carbono será más gordo que el amante de los yuyos verdes. Pero no. Claro que no. ESTAR no es lo mismo que SER.
Dicho de otro modo: TENDRÁ unos kilos de más, pero no SERÁ esos kilos de más.
Podemos decir que Fulano es alto, morocho, inteligente, miope.
No podemos decir que Fulano es una tarta tibia de manzanas suaves sobre colchón de sensuales gajos de pomelos del sur.









Ni tan, tan...