29.6.09

Yo, la peor de todas


Hace unos días que ando mortificada porque me siento la peor de las correctoras. No es novedad, ustedes ya lo saben. Pero resulta que esta vez mis deslices me afectaron demasiado, tanto, que pensé en renunciar.

No es corrector el que quiere sino el que puede, decía una profesora en la Fundación Litterae. Y sospecho que tiene razón. Creo que soy buena detectando problemas de normativa, quiebres en la sintaxis, asuntos de concordancia, oscuridades o entreveros en un párrafo, y creo que por eso me quieren mis clientes.

Pero soy malísima con las erratas y tengo, aunque pensaba que no, algunos problemas con la ortografía. Me pasó el viernes en el blog de koba: escribí persecusiones, así, con s, en lugar de persecuciones, como debe ser. Claro que no es grave: he ahí el problema. ¿Si no me parece tan grave, cómo pensar que mi obsesión se pondrá en marcha para detectar estas heridas en las páginas?

Por eso, respiré aliviada cuando ayer, después de votar, me puse a buscar el libro de José Ingenieros para rescatar aquella idea de la imaginación y los ideales, pero me entretuve en el camino de la búsqueda y di con este libro, que creí haber olvidado: Cómo corregir sin ofender, de Pablo Valle.

Abro al azar y me encuentro con esto:

"No son pocos los correctores que se sienten acomplejados porque en la lectura de pruebas se les "han escapado" algunas erratas. En algunos casos, esto ha sido causa de que más de uno abandonase una profesión que en principio les gustaba pero para las que creía no poseer cualidades. La errata es una constante en la vida de un corrector, y la justificación de su profesión. Indefectiblemente, la errata se escapará, se escabullirá como un gazapo, y cuando menos se piense saldrá a la vista". (José Martínez de Sousa): ¡Uf! ¡qué alivio!

A pesar de todo, me propongo, otra vez más, teclear más despacio, no dejar que mis dedos vuelen veloces sobre el teclado y revisar antes de apretar el: subir comentario.

De regalo, otro extracto del libro de Valle:

Leyes de Murphy para correctores:

*
Un corrector encuentra todos los errores de un libro publicado que él no ha corregido.
* Si uno ha leído varias veces una página y decide no leerla una vez más, en esa página habrá un error.
* Los errores aparecen en las palabras más fáciles.
* Cuanto más veces seguidas lee uno una página, menos atención le presta. Si se la lee una sola vez, no será suficiente.
* Una página sin ningún error es sospechosa.
* Si uno consulta un diccionario de dudas, no encontrará su duda.
* No hay páginas sin errores. Hay páginas cuyos errores aún no han sido descubiertos.
* Si uno juega una apuesta sobre "cómo se escribe" tal o cual cosa, perderá. Si no la juega, descubrirá tarde o temprano que tenía razón.

26.6.09

Buen fin de semana... de cuartos oscuros

Fontanarrosa, ¿quién no lo sabe?

El amigo Federico Jeanmaire

¿No es buena esta foto de Tom Wolfe?

Bayly, sí, Bayly, yupi

Paul Auster de visita

El coqueto Cozarinsky

El gran David Lodge
"Las imágenes en exposición se hicieron, en su mayoría, de noche sobre la adoquinada calle Chacabuco de San Isidro. Guyot esperaba que el escritor “les firmara el libro a las 200 personas que se le tiraban encima” y que degustara un asado en plena librería, siempre regado por alguna sustancia alcohólica, hasta entrar en acción. Recién ahí el fotógrafo solicitaba permiso para tener entre cinco y diez minutos –a solas y en la calle– para disparar su cámara. “En general era muy relajado: a veces no logré la perfección técnica, pero en varias imágenes hay algo logrado como retrato”, admite. Sus numerosos trabajos fotográficos permitieron que hoy tenga un archivo con más de 300 escritores retratados".
De Crítica digital, sobre la Exposición del fotógrafo Alejandro Guyot en Canal 7. Abierta hasta el 5 de julio.

25.6.09

Que sí, que no

Se dice por ahí que Kirchner no sabe si ir hoy a Gran Cuñado porque no quiere quedar pegado a Menem, que cerró su campaña en el programa del Gran Tinelli.
Que no, que no vaya, le dicen los de Carta Abierta; que sí, que sí vaya, dice Massa y dice Scioli.

Ni a) ni b), dicen los más zorros: busquemos disfrazarlo de algún modo: que el falso K se dirija a Olivos, que el falso K se disfrace de notero y le haga una nota en pleno cierre de campaña, pero en la calle. Lo que sea, pero K, el verdadero, tiene que estar en Gran Cuñado porque pertenecer tiene sus privilegios. Y si no, miren a De Narváez, le grita el gabinete en dulce montón.
Si Minguito viviera diría: "se igual".
Por eso, yo apuesto a que K permanecerá fiel a sus convicciones, sostendrá su rechazo a la farandulización de la política de la década de los noventa que tanto ha criticado, y sostendrá a rajatabla su postura: "no voy porque no corresponde y chau chau chau chauuuuu".
Que no somos tontos. Sepanlo.

23.6.09

Cero química

Este fin de semana vi Nunca es tarde para enamorarse, con Dustin Hoffman y Emma Thomson. Más que una pareja lista para el amor tardío, parecían un par de hermanos en pantuflas.

Pocas cosas me decepcionan tanto como ver una película con mi actor preferido (no es el caso de Hoffman) y que la doña no le haga honor.
Señores productores: no se gasten con el género romántico si entre él y ella hay cero química.

Listado de parejas potentes:

Clark Gable y Vivien Leigh en Lo que le viento...

Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca
Jack Nicholson y Jessica Lange en El Cartero...
Tony Leung y Maggie Cheung en Con ánimo de amar
Sam Sheppard con alguien que no sea Diane Keaton
John Cusack con su novia en Alta Fidelidad
Kevin Kleine con Meg Ryan antes de que se convirtiera en otra
Andy García con Meg Ryan antes de que se convirtiera en otra
Billy Krystal y Debra Winger en Olvídate de Paris
Antonio Banderas y Victoria Abril
Mark Ruffalo y Naomi Watts en Adulterio
Ethan Hauke con cualquiera
George Clooney con ¡stella!

De las nuestras... ahí van:

Juan Palomino y Paola Krum en Río Escondido
Ricardo Darín y Cecilia Roth en Katmchatka
José y Sofía, en Tratame bien

Y no se me ocurren más, ¿puede ser?



22.6.09

Diálogo XV

Z., de 11 años, su madre y yo, mientras almorzábamos en Open Door:

Z.: Hay una cosa que no entiendo, ¿cómo sé cómo soy de verdad? porque lo que veo en el espejo cuando me miro no soy yo..., no sé cómo me ven los otros...
E y J.: .... y no, nunca lo sabrás, porque...
Z.: Y otra cosa que no entiendo, ¿cómo sé yo que el amarillo que yo veo es el amarillo que ve el otro? ¿Mirá si, por ejemplo, el verde para mí es en realidad el azul para vos?
E y J: .... mirá si sos daltónico...
Z.: ... y otra más: por ejemplo este momento ya pasó, se fue...qué rara es la vida... (silencio...) ahora estoy hablando y ¡zas!, el tiempo se fue y...
E.:: ¿Estuviste leyendo a Heráclito, vos?
Z.: ¿¿A quiénnn??
E. (entusiasmada): Mirá lo que escribió Borges:
Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es ot ...
Z.: ... ehhh..., ¿¿pedimos helado de postre?? ¡¡sí, por favor!!

20.6.09

No sé por qué, hoy sábado, me despierto tan temprano. En puntas de pie me visto y sin siquiera leer los titulares del diario de hoy, salgo a caminar bajo la llovizna. No llevo radio, no llevo paraguas. Quiero todo el silencio de este sábado mustio.
A poco de mi caminata, me doy cuenta de que esta mañana no tiene nada de mustia. Los árboles, todos, están en su punto de máximo esplendor otoñal: los rojos y los dorados de los robles junto a las bignonias en flor (¿es que florecen en pleno otoño?) y algunos lirios azules que despuntan, solitarios, de entre las matas de hojas rígidas del color del mar.

De golpe, doblo en una esquina y avanzo sobre una calle empedrada cubierta de barro y veo la maravilla. Ahí nomás un grupo de tres Ginkgo biloba añejos alfombran los adoquines de un color amarillo tan intenso, que a pesar de la llovizna y del cielo encapotado, me encandilan y me dejan sin aire. La belleza, toda para mí en este sábado de silencio y barro.

19.6.09

Buen fin de semana... húmedo


"Tinelli, ultramoderno en la aplicación de este tipo de mecanismos que detectan los flujos de simpatía y rechazo de sus espectadores en un simple servís/no servís, también elimina lo que no aporta interés masivo a su show y consagra en un más allá del mérito, y a veces en un más allá de la vergüenza ajena, cualquier cosa que le dé resultado".

Grasa, retrato de la vulgaridad argentina, Juan José Becerra.

18.6.09

El Canalla Sentimental


Después de leer la biografía de Dostoievski y de releer lo subrayado en mi ejemplar de Los Hermanos Karamasov, me vino bien un recreo baylyano.

Confieso que al principio me resistí a leerlo, hasta que di con El Huracán lleva tu nombre. De ahí en más, seguí sus pasos y creo que avancé sobre todos sus libros. Yo amo a mi mami es otro de mis preferidos, aptos para aquellos que disfrutan de los cuentos de infancia.

Bayly es un personaje, sin dudas. Por un lado está el hombre de la tele, con su peinado ridículo y sus extrañas entrevistas. Siempre tuve la certeza del poco interés que le despertaban sus invitados; se le nota el acting, el simulacro, la falsedad, como a un niño al que su madre instiga para que sea amable y educado con la gente, pero que, por más que lo intenta, no puede disimular el desgano.
Pero Bayly también es un gran narrador.

No sé si llamar novela a este último libro. Es más bien, una recopilación de sucesos, un racconto de sus relaciones personales, una confesión sin filtro, una crónica de su derrotero por las ciudades de Lima (que lo "incomoda"), Miami (la ciudad menos literaria del mundo) y Buenos Aires (en donde sueña con poder vivir),

Habla de sí mismo sin ninguna piedad: se sabe gordo, pusilánime, decadente, sucio, bisexual en retirada, perezoso, algo tacaño, risible, sufriente, compulsivo en su escritura, enfermo de un mal que no tiene nombre: vive muerto de frío, envuelto en cinco pares de medias que no logran calentarle los gélidos pies.

Define su vida como una mala película de cámara vacilante o, en el mejor de los casos, como la de un hombre que está viviendo la película equivocada.

Yo no lo sé. Lo que sí sé es que disfruto enormemente de su prosa y de su humor, de su sinceridad brutal y del hombre bueno que adivino debajo de las capas de medias térmicas, talle extra large.

16.6.09

Un sábado en Open Door (Segunda y última parte)


(Viene del post anterior...).

Ahí estábamos sentados los cuatro cuando de repente apareció alguien pidiéndonos monedas. Acostumbrados como todos a pasar esa vergüenza horrible de tener que mirar a la cara al que no tiene un centavo desde nuestra confortable silla de un restaurante, no nos dimos cuenta, en el primer segundo, de que se trataba de un loco del loquero, como les dicen allí a los enfermos del Hospital Neuropsiquiátrico Domingo Cabred.

El hombre, de unos treinta y pico de años, estaba sucio desde la cabeza a los pies. El filtro encendido de un cigarrillo negro le quemaba los dedos de la mano; unos pantalones de jogging viejos y malolientes dejaban al descubierto las nalgas flacas y despellejadas, pero lo más impresionante eran los ojos, saltones, coléricos.

Masticaba pan con la boca demasiado abierta, como si no pudiera cerrarla, así que las migas y restos de pan caían desde su boca un tanto desdentada, mientras nos pedía plata, acercándose a nosotros cada vez más.

El hombre de nuestra mesa, con muchas soltura, trató de calmarlo, le dio algo de comida y dos pesos, pero el loco le gritó: ¡¡más, dame más, dame más!! Entonces, y haciéndole un gesto amigable para que se calmara, sacó un billete de cinco pesos y le dijo que se comprara cigarrillos y algo para comer y que chau, andá, seguí tu camino. Pero el loco se nos acercó todavía un poco más.

Cuando pensamos que iba a ponerse a gritar nuevamente, nos sorprendió tendiendo una mano sucia y pegajosa. El hombre de nuestra mesa selló el saludo con un buen apretón y una sonrisa, al tiempo que le golpeaba el hombro y le decía: ¡chau!
Pero el loco no se iba. Mientras se subía el pantalón casi hasta la altura de los sobacos, se agachó con los labios estirados en posición de beso sin dejar de escupir migas y trozos de pan. Sólo alcanzó a estamparle un beso en la sien (recuerdo perfectamente el lugar) y finalmente, dio media vuelta y se fue, quién sabe a dónde.


Nos quedamos mudos por un rato. Un poco impresionados, sobre todo Z., que no quiso volver a sentarse en su silla, que había quedado regada de baba y migas.

Nos dijeron por ahí que los locos se escapan por un agujero que hay en el cerco de Instituto, dan vuelta por el pueblo y vuelven cuando quieren. Nadie sale a buscarlos, porque, supongo yo, nadie se da cuenta de que faltan. Pobre loco, es la última escoria de la sociedad, dijo nuestro hombre de la mesa. Y nos fuimos para el campito preguntándonos si los gobiernos, cualquiera de ellos, destinarían dinero para mantener a los enfermos con la medicación correspondiente, limpios, bien alimentados, con el tratamiento necesario para sacarlos de esa situación de extrema marginalidad.

Nos contó gente del lugar que el Instituto alberga más de mil doscientos enfermos. El predio ocupa unas 600 hectáreas, de las cuales apenas treinta están edificadas. La huerta y los talleres que podrían funcionar como terapia ocupacional para los internos están abandonados, lo que deja a los enfermos sin otra actividad que la de dormitar o deambular por los pasillos del edificio. Cada peso que ingresa al instituto, que no son pocos, se destina a mantener las cosas como están, es decir, mal.
Se benefician, claro, los contratistas porque todos los trabajos están tercializados.
Una empresa es la encargada de cortar el pasto, corta los pocos metros que rodean los pabellones y el resto es un yuyal por donde corren perros salvajes y se junta la mugre que nadie controla.
Hay una concesionaria que recibe la suficiente cantidad de dinero para alimentar a cada interno, pero no lo hace. Los enfermos andan flacos, mal comidos. Cada tanto, algún político de turno mete las narices en ese lodazal, hasta que se da cuenta de que nada puede hacerse para desarmar tantas mafias.
Me cuesta creer que sea así. Como siempre, todo es una cuestión de voluntad. A quién podría importarle las inclemencias de un grupo de locos bien locos. Quizás sea hora de que formemos entre todos la Sociedad Protectora de los enfermos de Open Door.

Por si les interesa pasar


Un sábado en Open Door. (Primera parte)

Mi hermana Juana y su marido Juan tienen un campito en Open door. Así le decimos: "campito", porque eso es lo que es.
Resulta que hace ya unos años un amigo del buen Juan compró hectáreas y hectáreas de campo quebrado y tuvo la generosidad de regalarle una a Juan. Según Juana, su marido es un ejemplar único en su especie, no tendrá jamás una billetera abultada pero se las arreglará para vivir como le gusta. Y a él lo que le gusta es el campo.

Sobre esa, su hectárea, edificó Juan a través de los años una casa preciosa. Mitad durlock, mitad materiales de demolición que fue rescatando a la vera de los caminos o en en los fondos de las obras donde cada tanto trabaja como constructor.

De un revoltijo de hierros oxidados, él, a fuerza de ingenio, martillo y buen gusto, diseña la más original de las ventanas o fabrica una bomba de agua con partes de cocinas arrumbadas y restos de motores viejos.

Tienen, además, una mezcla de muebles que les han ido regalando sus muchos amigos, y juntos: aparadores, sillas, cortinas, camas y cuadros, lejos de desentonar los unos con los otros, se aúnan en armónico conjunto, gracias a las manos creativas y hacendosas de sus propietarios. Bien podría la casa ser, alguna vez, tapa de la revista de decoración más cool.

Así es la casa de Juan y Juana en Open Door. Capítulo aparte se merecen los animales que la habitan. Tienen seis perros —a los que tratan como seres humanos, y no es un decir—, caballos que parecen perros porque entran en la casa en busca de un poco de pan; gatos y gatitos, según sea o no época de parición, peces, palomas y, de tanto en tanto, jilgueros que se niegan a cantar.

Cuando se le pregunta a Juan: decime, Juan, ¿hasta dónde llega tu campo? Él, con una sonrisa pícara, contesta extendiendo la mano izquierda, áspera y curtida por los aires de Open Door: ¿hasta dónde querés? ¿hasta allí? hasta allá? Esa es su manera de decir: a mí qué me importa, lo que yo veo no es propiedad de nadie, acá los puntos panorámicos no tienen dueño.

Nosotros vamos casi todos los fines de semana. Ya tenemos nuestro cuarto, el sillón preferido para leer en invierno cuando el sol entra a través de los amplios ventanales, o la sombra del árbol aquel, en las tardes de verano y moscas zumbantes.

El último fin de semana arrancamos cerca del mediodía y llevamos con nosotros a Juana y a su hijo Z., de once años, digno hijo de sus padres perrunos, rústicos, camperos, porque Juan estaba ya en el campito, segurmanente cortando malezas como un Horacio Quiroga en plena lucha contra los avatares de la naturaleza.

Nuestra costumbre es pasar antes por el pueblito para comprar provisiones, ya que los Juanes son austeros y algo inapetentes. Él es un experto asador, así que siempre llevamos entraña, chorizos, matambrito de cerdo y batatas y morrones que Juan hace a las brasas mejor que nadie.
Pero ese día se nos había hecho un poco tarde y decidimos almorzar en lo de El Chango, un bodegón del pueblo donde sirven las más ricas papas fritas con huevo frito. Nos instalamos en la vereda, porque había un sol verdaderamente agradable.
Continuará...

12.6.09

Buen fin de semana... largo


"La honestidad brutal me parece un disparate. Si todos supiéramos lo que opinan de verdad los demás, la gente se estaría matando entre sí. Un elemento de hipocresía me parece conveniente. No me gusta la hipocresía, es desagradable en principio, pero hay algo que es aún peor, la desfachatez".
Javier Marías
Foto: Alejandro Guyot

11.6.09

Tratame bien


Cada tanto, Canal 13 se juega con unitarios que valen la pena. Este año, en medio de zlotos, majules y bonellis, Tratame bien resulta una bendición, por lo menos para mí.
Hacía tiempo que una ficción no me atrapaba de esta manera; estoy convencida de que, en cualquier momento y en la calle, puedo encontrarme con José (Julio Chávez), encerrado en un ascensor o con Sofía (Cecilia Roth), mientras corre de una terapia a otra.

Es que los dos personajes, pero sobre todo el de él, se me hacen tremendamente queribles. Chávez hace de José un personaje único: un hombre atolondrado en sus emociones, caótico en su vida laboral, un especie de antihéroe que lejos de darse por vencido sabe levantarse después de cada caída.

José es mitad niño mitad hombre; tiene algunas certezas pero infinidad de dudas; cada tanto acierta aunque la mayoría de las veces su propio desborde lo lleva hacia el desbarrancadero. Pero José es un buen hombre. Lo sabemos porque en plena discusión con un hijo adolescente le dice "hijito" de una manera única, como un susurro lleno de entrega; porque tiene con su hermano obeso un vínculo amoroso, y porque siente por la empleada de la casa una admiración por demás generosa.

En los ojos se le nota la picardía, en el rictus la desesperación y en el llanto el amor que siente por Sofía.

Hay escenas que logran hipnotizarme, sobre las que quisiera volver porque resultan casi como una epifanía.

Así que yo feliz de tener todos los miércoles una cita con esta familia tan disfuncional como encantadora, que logran que apague la tele con una sonrisa, lo que no es poca cosa en tiempos de televisión devastadora.

9.6.09

NUEVOS LÍDERES, conductas que están transformando la realidad

"El desarrollo integral de una sociedad está íntimamente ligado a la calidad de su dirigencia. Una organización o un país es el resultado de lo que han imaginado, pensado y realizado principalmente sus líderes. Son ellos los que cuentan con los recursos personales, políticos, sociales y económicos para que otras personas o grupos modifiquen sus emociones, ideas y comportamientos.

Los líderes actúan en todos los sectores de la comunidad. Ellos son políticos, empresarios, sindicalistas, artistas, emprendedores sociales, culturales, docentes. Influyen sobre grandes organizaciones públicas y privadas y, también, sobre pequeños grupos barriales de cualquier pueblo o ciudad. Lideran grandes universidades y pequeñas escuelas rurales. Los líderes están en todos lados, en cada rincón del país, en la mente de millones de personas.

El país está conformado por la suma de todos sus habitantes y la manera en que sus líderes sienten, piensan y actúan afecta directamente al conjunto social. Incluso sin saberlo ni proponérselo, los líderes impactan en el todo aun cuando actúan en una parte.
Los políticos, por lo tanto, no son los únicos responsables de los destinos de una nación. Ellos son, en definitiva, el producto de la sociedad en que viven, al igual que el resto de los líderes. Aunque, por supuesto, las responsabilidades no son las mismas. A mayor impacto social y capacidad de modificar la realidad, mayor responsabilidad. Y claramente la actividad política es la que permite introducir los cambios más importantes que la sociedad necesita.

Pero estos cambios deben forjarse desde todos los sectores de la sociedad, y sólo a partir de una profunda toma de conciencia y participación ciudadana -sobre todo de los más jóvenes- se puede aspirar con realismo a una sociedad más efectiva, justa y con futuro.

Por eso, NUEVOS LÍDERES es un libro muy especial.
Para poder llegar a él, fue necesario transitar un largo y rico proceso de construcción colectiva que comenzó en 2003.
Su contenido es el resultado del aporte de muchas personas -muy diversas entre sí- que, a través de distintos encuentros organizados por el CNL, fueron dándole forma a las 21 conductas de los nuevos líderes.
Veinticinco autores reflejan lo que, en realidad, miles y miles de personas piensan acerca del buen liderazgo. Por eso, sabemos que el libro no es original y que pertenece a todos los que quieran apropiarse de sus ideas".
(Joaquín Sorondo)

Qué los inspira, en qué creen y piensan, y qué están haciendo Toty Flores, Miguel Espeche, Inés Sanguinetti, Marta Oyhanarte, Eduardo Balán, Gabriel Avruj, KenDonell, Moira Lowe, Ernesto Altea, Delfina Linck, Soledad Bordegaray, Carlos March, Alan Gegenschatz, Jorge Gronda, Enrique Fernández Longo, Alan Clutterbuck, Juan Peña, Isolda Calsina, Balbín Aguaysol, Julio Vacaflor, Patricio Grehan, Leopoldo Kohon y Joaquín Sorondo.

Prólogos: Tomás Domínguez Vidal y Daniel Cerezo.

Introducción, Presentación y apéndice: Joaquín Sorondo.

Editado por:
INICIA, emprender para el futuro.
Centro para un Nuevo Liderazgo
MTD (Movimiento de Trabajadores Desocupados) La Matanza.

8.6.09

¿Qué ves cuando me ves?



Un hombre se escarba los dedos de las mano izquierda con un esmero desmedido.

Canta bajo la lluvia como si cantara bajo la ducha.

Se saber hermosa y así camina, altiva, por la plaza de la ciudad hasta que una piedra en el camino interrumpe su andar de diva y cae despatarrada y torpe sobre la arenilla gris.

Que se calle, dicen los ojos del hijo en el ascensor, cada vez que el hombre viejo comienza con las quejas de cada mañana.

Mirar el bebe estrábico y narigón y no saber qué decir: qué blanca la mantita blanca... qué personalidad tendrá su niño algún día.

En la sala de espera, mientras se pasan revistas, se espían de tanto en tanto, como para confirmar que es el otro el que está enfermo.

Allá va el viejo colgado del brazo de la esposa; el hombre aquel que ya no es ni jefe del hogar ni gerente ni provedor, ni hombre.

Sale de la confitería con tres tarteletas merengadas. Hay luz y hay culpa en su mirada, la misma luz y la misma culpa de la que va al encuentro de un amor oculto.

En el bar, revuelve el café con energía inusitada sin darse cuenta de que el compañero de mesa lo mira fijamente. Cuando la mirada le quema la mano, el hombre se detiene pero ya no sabe qué hacer con la cuchara.

Las ancianas en la iglesia, hipnotizadas por el ronroneo de los padrenuestros. Como las próximas pasajeras de un tren; como estar en capilla, en la antesala del más allá, en terapia intermedia, en la sala de preembarque. Como a la espera de.
Foto: Gualterio Pulvirenti

5.6.09

Buen fin de semana (hoy oferta: 2 x 1)

"La novela, por supuesto, es un modo de adquirir experiencia".
Flannery O´Connor en Como estar solos, de Jonathan Franzen

"Existe el dolor de estar en el mundo, pero también existe el vigor".
Sale el espectro, Philiph Roth.
Foto: Magdalena Sorondo.

4.6.09

Refranes y contrarrefranes

Parece que hay un programa en tele donde las divinas se pelean con las populares, es decir, lindas contra feas, y su autora, Cris Morena, escribe canciones para que cada grupo entone en do mayor (¿se entona en do mayor?).

En épocas de infancia, mi madre nos enseño la melodía de:
♪ Yo no soy buenamoza, ♫yo no soy buenamoza ni lo quiero ser, ♫ ni lo quiero ser, ♪♫ porque las buenamozas, porque las buenamozas, ♪♫se echan a perder, se echan a perder♫♫.

En aquellos tiempos, ser linda no servía para nada, es más, la linda desperdiciaba su vida, por eso se decía: La suerte de la fea la linda la desea. Como si la linda no tuviera vida, más allá de su lindura.

Pero, digámoslo, a cada refrán le llega su contrarrefrán:
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda, dirían hoy las divinas.

Así como el madrugón canta: Al que madruga Dios lo ayuda, y el remolón, en cambio, elige: No por mucho madrugar se amanece más temprano.
Me pregunto de dónde salen hoy los refranes del mañana. Quiero pensar que de la misma calle, de las canciones de María Elena Walsh, de los disparates de un político como Juez... y no de ese personaje esperpéntico que supo decir como gran frase: Billetera mata galán.

3.6.09

En el nombre del padre II

En estos días terminé de leer una biografía de Dostoievski. Anduve sumergida en asesinatos, epilepsias, adicciones, infancias solitarias, culpas y castigos.
Su vida misma es como una novela y, como en toda novela, aparece, contundente, la figura del padre. Quizás tengo razón Jonathan Franzen cuando dice que si se quiere escribir un libro que tienda hacia algún tipo de significado, ese significado se encontrará alrededor de la figura del padre.

Dostoievski es hijo de un hombre de mirada helada, como la de un pájaro. Médico de agrio de carácter, quejoso y déspota, tanto, que las horas tranquilas de los hijos son sólo aquellas en las que el padre duerme la siesta.

Vive la familia en el pabellón de un hospital de Moscú, entre la miseria y el aburrimiento, bajo las consignas de una educación rígida y a merced de sermones sombríos que auguran el peor de los futuros.
Fedor odia en su padre la ausencia de piedad, la rigidez. Hasta siente hacia él una rotunda repugnancia física.
Cuando finalmente su padre es asesinado brutalmente por un grupo de campesinos cansados de tantos maltratos, Dostoievski sufre, pero a causa de una profunda culpa. Porque sabe que nunca lo quiso. Porque también sabe que había llegado a desearle la peor de las muertes.

Dicen que vivió para diferenciarse de ese hombre al que tanto temía. En contraposición a la extrema avaricia que padeció durante su infancia, se convirtió en un jugador, como si cada rublo le quemara las manos. Buscó siempre la indulgencia, casi como un repudio a la crueldad del padre. Así creció: muerto de miedo, obsesionado por el sufrimiento, con afonías que se convirtieron en crónicas y con terribles ataques epilépticos que se agravaron con el paso del tiempo.

En una carta desesperada que le manda a su hermano más querido, Dostoievski escribe: "Tengo un proyecto: volverme loco".
Y esa locura está en cada una de sus novelas.
Será por eso que uno no sale indemne después de meter las narices entre las páginas de sus novelas.
En el nombre del padre I

1.6.09

¡Qué va a ser...!


No creo, qué le voy a hacer.
No creo en esos rumores que circulan como verdades, tales como: Richard Gere es gay..., parece que Kirchner la faja a Cristina..., el mundo se termina en el 2060.
Tan así es que mis hijos ya me tienen calada y ante afirmaciones de este tipo, atajan al portador de la buena nueva y le dicen: "no te gastes, ella no te va a creer".

Dicen que el fruto del paraiso es lo único efectivo contra el mosquito del dengue. Que no, dice otro, lo mejor son los granos de café, ¿el café?, ni el café ni el paraiso, digo yo. Si fuera así de fácil.

A veces confieso que hago un esfuerzo, trato de acallar a la escéptica que hay en mí para poder subirme al tren de los que de verdad creen que, por ejemplo, las piedras nos protegen de los infortunios de la vida o la cinta roja atada en la muñeca, de las envidias calientes.
Pero no.
No hay caso.
No me sale.
Las piedras no son curativas ni las comidas afrodisíacas. Todo lo hace el entorno o, en el mejor de los casos, la intención o el deseo puesto en juego.

Vale meditar porque, claro, siempre será bueno aquietar la mente al reparo del afuera, más allá de los mantras y los inciensos o la música de los delfines sanadores.

Descreo de la influencia de ser Libra o Escorpio. Basta ver el mundo y el legado de ruta de las personas para darse cuenta de que puede más el entorno terrenal que los astros en el cielo, aunque de vez en cuando me apropie de las palabras de Martin Amis y pueda llegar a decir: en Astrología todo es falso al ciento por ciento, salvo lo que se dice de los de Escorpio, que es verdadero al ciento por ciento.

No sé nada sobe Constelaciones familiares, eso sí que es cierto. Pero, ¿cómo entender que debamos pagar por los errores de la tía Eulalia o por el suicidio de nuestro tatarabuelo francés? Aunque (siempre hay un aunque) leo la biografía de Dostoievski y me quedo pensando que quizás, sólo quizás, tal vez sea posible. Otro día les cuento.