31.5.10

Los daños materiales

La última novela de mi amiga (virtual) Matilde Sánchez se las trae.
Los daños materiales narra una de las historias de desamor más aterradores que se haya leído, tanto, que por momentos se nos da vuelta por los aires el célebre decir de Faulkner: Entre la pena y la nada, nos quedamos con la nada. Tal la hondura de cada daño material; tal, la trampa perversa en la que cae la mujer dañada.

Es la historia de venganza de una mujer herida, que cavila por las calles de Palermo diagramando el paso a paso de su redención. Su mejor maestro ha sido el dañador y así nos lo hace saber, a nosotros, sus lectores –¡oh!, ¡lector!– evocados página a página desde la voz que narra. Esto es una carta, de ningún modo es una novela, insiste la dañada, como para que el que lee no dude de que está invitado a la fiesta del amor quebrado.

La prosa de Sánchez es, decididamente, avasalladora. Cada oración, cada párrafo arremeten con fuerza bruta hasta convertir el libro todo en una caja de sorpresas. Con qué me voy a encontrar hoy, puede pensar el lector cada nuevo día: hay escenas cinematográficas, de esas que se leen de un tirón y que quedarán intactas en la memoria lectora; otras, desquiciadas, casi cómicas. Pero por sobre todas la cosas, hay regodeo en el lenguaje, como si la mismísima palabra se convirtiera, así, en el arma perfecta para exorcizar las huellas de aquel que ha pisoteado.

Un solo pero digo: por esas cosas del imaginario lector, más la foto de la tapa y la descripción que la misma protagonista hace del hombre (mastodonte, de una gran cabeza y mandíbula marcada), se me representaba el mismísimo Ricardo Fort. No puede evitar esa imagen a lo largo de las 315 páginas. Sobre llovido, mojado. Porque a pesar del delirio de la venganza urdida, uno está siempre, siempre, del lado de la voz de la mujer que grita, y jamás, del mastodonte destructor.

26.5.10

Apuntes de una celebración

Lo que me gustó:

1) ¡El viernes de los rockeros!
(Abre el gran Litto Nebia. Canta Viento dile a la lluvia y después, claro: Si la historia la escriben los que ganan eso quiere decir que hay otra historia... Sigue la maravillosa canción de Charly: Yo no quieeero volverme tan looooco; Charly,Chaaaarlyy, corea la gente. Más Nito y Yo vivo en uuuuna ciudad... pero onda baladita, nada de la virulencia joven de Pedro y Pablo. Miguel Cantilo: canosísimo, cons sus espesas y blancas cejas. Canta algo de Spinetta y Malena no te rindas, de Roque Narvaja. Violencia en el parque, con muchos uuu, diudiuuu uauauau. Sube Silvina Garré, linda, con el pelo largo, bien largo y bien blanco: se ha dejado las canas, qué coraje, pienso yo. Plegaria para un niño dormido y Dicen que viajando se fortalece el cooorazónnnn, linda canción. Otro rockeros de esos tiempos: Todo concluye a fin, más hermosa todavía.
Hora de León Gieco: El rey lloró. Y junto a Litto cantan Maaaaadre... ella me miró, y me dijo adiós: hijo eres igual que las ooolas me besas y te vaaaaass. Ahora sí Fito: La Balsa, todos bailan, hay celebración.
Sigue la fiesta a puro wadu wadu + Estelares, con su tono de Maná aporteñado + la potencia de Las Pelotas + las ganas de fiesta de los kapangas, + la originalidad del Cuarteto + Karamelo + Pericos... y me dormí).

2) Los festejos majestuosos en el Teatro Colón.
3) Vox Dei: suena Génesis, los Salmos Sapiensales y Las Guerras. Soooolo sé que séeeee querer... Chillaron las guitarras.
4) El desfile de Alta en el cielo, con la bandera más larga del mundo: de la Quiaca a Ushuaia, ¡créanmelo!
5) El carisma de la Sole embarazada.
6) Todo el día 25. Después de darme una vuelta por el obelisco y ver lo que vi: niños blanquicelestes, familias con picnic al paso, caminantes serenos, que iban de acá para allá.
7) Buenos Aires con sus edificios iluminados, y la luna, que embelleció con más luz la noche de fiesta.
8) El desfile de Diqui James. Cada cuadro, una sorpresa, una emoción. El barco de los inmigrantes me dejó sin habla.

9) El cierre de Fito Páez: No me verás arrodillaaaaadooo y ¡¡Yo vengo a ofrecer mi corazóóóón!! Fito animó el fin de fiesta con lo mejor de su repertorio, digno para terminar una noche a pura música y alegría: ¡y a rodar y a rodar y a rodar mi amoooor!

10) No hubo robos, ni borrachos, ni agresión.

11) El último Himno Nacional, de la mano de Páez.

12) El tapadito patrio de la presidenta.

Lo que no me gustó:

1) Las idas y vueltas entre Cristina y Macri. Que si vengo que si voy.

2) Que la noche del lunes la pantallas de la tele tuvieron que dividirse en dos.

3) Que en cada discurso CK hablara de "todos y todas", de integración, tolerancia, convivencia, pero que los actos no reflejaran esa reflexión.

4) Que en el video que se proyectó sobre el Cabildo se remarcara tanto la frase de Alfonsín: "la casa está en orden". ¿Para qué?

5) Que algunos blogs, después de los festejos de lunes, salieran con los botines de punta a dividir lo ya dividido.

6) Faltó organización in situ, como si no hubieran esperado tanta gente.

7) No ver a otros políticos, salvo a los simpatizantes de los K.

8) Las contradicciones nuestras de cada día, tan a flor de piel.

20.5.10

Lecturas de otros tiempos II

Después de esos buenos primero años de lecturas, puedo precisar exactamente cuándo empezó el capítulo dos.
Ya había probado las delicias del propio lenguaje con los versos de la poesía gauchesca, con los cuentos de Quiroga y las rimas de Lorca. Tiempo después me abalancé sobre las princesas tristes de Rubén Darío, las metáforas de Neruda y los poemas de Mario Benedetti, antes de que se convirtiera en un poeta popular y antes de que algunos frunzan sus afiladas narices cuando se lo nombra: "...porque tú siempre existes dondequiera / pero existes mejor donde te quiero / porque tu boca es sangre / y tienes frío / tengo que amarte amor / tengo que amarte...".



Me acuerdo que copiaba en una libreta los versos que más me conmovían ("... hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé...") , con una letra prolija y casi musical, que seguía la cadencia de cada palabra. También se me daba por escribir, cuando mi corazón penaba o, simplemente, cuando se me contagiaban las ganas de rimar.

Terminé el secundario e ingresé en la Universidad, con las ansias intactas de seguir leyendo. Me acuerdo especialmente de Los Hijos de Sánchez, de Oscar Lewis y de Las venas abiertas de América Latina, de un joven Galeano, casi nuestro libro de cabecera.

Pero el primer autor argentino que marcó a fuego mi gusto por la literatura referencial, por esa forma de leerme en espejo, fue Eduardo Gudiño Kieffer. Jamás olvido aquel tiempo en el que devoré Guía de Pecadores (todavía hoy busco por las calles del microcentro a los ciegos pecadores), Será por eso que la quiero tanto y Carta Abierta a Buenos Aires violento. Guía de Pecadores se hizo para mí una historia irresistible. Guardé por años ese ejemplar y en cuanto mis hijos tuvieron edad, ahí les dejaba yo el libro sobre la mesa de luz: sabía que sería el principio de un nuevo capítulo en el historial de sus lecturas. Y no me equivoqué. El único ejemplar fue de mano en mano, con sus hojas descosidas, enganchadas a la contratapa con un clip azul. Lo mismo hice con las novelas de Benedetti: La tregua, Gracias por el fuego y Primavera con una esquina rota.
A Gudiño le siguió otro autor que todos leíamos con fervor: Jorge Asís. Flores robadas en el Jardín de Quilmes y Carne Picada, más exactamente, tiñeron de época cada calle de la ciudad.
Ocupada con el aquí y ahora, poco sabía yo de los clásicos, que aterrizarían de golpe, en los años por venir.
Mientras, devoraba con ferocidad literatura latinoamericana: Scorza, Carpentier, Onetti (sobre todo, Onetti), Marechal, Carlos Fuentes, Rulfo, Sábato, Roa Bastos, Jorge Amado, David Viñas, Manuel Puig. No me perdía un solo libro de Vargas Llosa (Conversaciones en la Catedral, La Ciudad y los perros, Pantaleón y las visitadoras, La Guerra del fin del mundo), creo que fue mi preferido de aquel entonces. Algo de García Márquez, algo de Cortázar (lo más fuerte aún no: Rayuela, ay, Rayuela), Donoso, el boom.
Los hijos fueron naciendo. Recuerdo un embarazo junto a El jardín de al lado; y el parto aquel, en el que frente a cada contracción, revoleaba Redoble por Rancas por los aires.


Los hijos crecían y yo seguía leyendo. Así, como leo yo, caóticamente, con voracidad.

Hasta que...


Próximamente: Lecturas de otros tiempos III: los clásicos, mi librero, el profesor aquel. Autores americanos.

18.5.10

¿Telenovela, unitario, novela o novelón?

Cómo elegir una telenovela (si es que se quiere ver una telenovela):

1) No tiene que ser diaria: demasiado esclavitud, además de que puede ocasionar problemas familiares.
La última vez que me enganché mucho fue con El tiempo no para. Como leer un novelón por entregas: las mismas ganas de más.

2) Es absolutamente imprescindible que me gusten los actores. Pensemos en lo que tenemos aquí y ahora. Juanita Viale, la Malparida, es linda entre las lindas, pero la lindura sola no alcanza. Yo quiero más.


3) Tiene que haber quimíca entre él y ella. O entre ellas y ellos. Pienso en Ciega a citas, que veo de tanto en tanto. Bien por Rafa Ferro, pero ella... no lo sé, me dan ganas de decirle a Marcelo que salga rajando; que la quejosa Lucía no es para él.

4) Más allá de la pareja protagónica, hacen falta hermanos y hermanas, tíos y tías, amigas y amigos con historias jugosas detrás.

5) Un buen guión.

6) Que los personajes femeninos no tengan tantas cirugías, porque me distraen, me las paso pensando qué se habrán hecho y cómo lucirían sin rellenos y estiradas.

7) Sobre estos principios básicos, descarto, entonces: Botineras, Malparida, Ciega a citas (que veo cada tanto) y Alguien que me quiera, y elijo, como si estuviera frente a una vidriera de colores, Para vestir santos.
Porque me dura el envión de Tratame bien, porque la dan sólo los miércoles, día en el que sigo extrañando a las Chokaklian (sobre todo a José, ¿por dónde andará?). Porque me gustan las tres actrices, aunque me hagan acordar un poco a las tres locas de hace unos años, porque hay mucha tela que cortar, porque si me aburro, apago la tele y chau.

17.5.10

Vila-Matas 100%

Termino de leer la nostálgica Dublinesca, de Vila-Matas, y me pregunto si lloverá tanto en Barcelona. Qué libro lleno de lluvia, y perdonen por las "elles" (¿o debería decir, por los yenos y las yuvias?).
Dublinesca cuenta la historia de un hombre que vive en estado de literatura, con una quisquillosa (otra vez, la elle que no suena como elle) sensación de fin de época. No podría decir que en la novela aparecen una y otra vez los temas de Vila-Matas, porque son los temas del hombre: el tiempo, la soledad, la vejez. Nadie lo ha podido convencer de que envejecer tiene su gracias, dice el narrador de la historia, entonces pienso que el catalán se hubiera dado una panzada con nuestro Bioy.

Hay una novedad, muy propia de estos tiempos. El protagonista confiesa su temor a estar convirtiéndose en un hikikomari, es decir, un autista encadenado a la computadora, al ocio cibernético, al culo sobre la silla la mayor parte de las horas del día. (Haría una buena dupla Vila-Matas con el Mario Levrero de La Novela Luminosa). Para despejarse del mundo digital, viaja dos veces por día hacia la ventana del living de su departamento, desde donde observa la lluvia sobre la ciudad. Siempre la lluvia.
Hasta que decide partir más allá, exactamente hacia Dublin.

No les cuento más.
A quienes siguen al autor, este libro les fascinará. A los que no, no insistan, es un Vila-Matas en su máxima expresión.
* Próxima reseña: Elogio de la delgadez, de Cecilia Abstz (especial para mujeres, va con recetas...).

14.5.10

Buen fin de semana



"... ya sé que lo difícil para mí es dar con la entonación que necesito. Sé que conviene que la primera frase sea larga, para que el lector pase directamente del mundo cotidiano al mundo de la ficción. Sé que si en esa frase he dado con la entonación precisa –que no sea demasiado patética ni demasiado decorativa, ni demasiado fuerte, ni demasiado débil, ni demasiado casual– sé que si he dado con la entonación que el argumento requiere, he dado, de hecho, con todo lo demás".



Borges en la Escuela Freudiana de Buenos Aires, Agalma, 1993.

13.5.10

Mirando cómo mira el medio que mira

Panelistas necios que acusáis
a la oposición con razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis

Ayer miraba 6 7 8, como muchas veces veo televisión a esa hora: mientras voy y vuelvo a la cocina, atiendo el teléfono o converso con los que andan dando vueltas por la casa.
En el primer bloque, a modo de apertura del programa, un recital multitudinario del Indio Solari, mechado con escenas de los encuentros de los seguidores de 678. En un momento no supe qué estaba mirando... ¿toda esa gente convocó el programa aquella vez?, pienso. Ya con más atención, me doy cuenta de que no; entiendo ahora que las escenas de uno y otro se unifican como un todo, pero no lo son.

Al rato, veo uno de los informes de Gvirtz sobre lo que estuvo ocurriendo en la televisión estos últimos días. Hablo sobre las horribles peleas del equipo de Tinelli, de la cuales descreo, no por incrédula, sino porque tengo cierto entrenamiento con estas cuestiones de la ficción y la realidad. El informe es contundente, está bien editado como todos los informes de TVR. Me quedo casi con nauseas cuando escucho a Rial, Alfano, el mismo Tinelli, Roberto Piazza y otros, decir una y otra vez: boludo, pelotudo, hijo de puta, sos una mierda, no me hinchen las pelotas y más. Plano al conductor. Galende está incómodo, no dice nada y pasa la pelota. Qué va a decir, pienso yo, no puede asquearse de las malas palabras, pues tanto él como Barragán y el noble Cabito participan en programas de radio donde lo que acaban de ver en el informe es casi como el idioma de los ángeles, comparado con el lenguaje de Elizabeth Vernaci o de Basta de Todo. A Barragán, que sabe ver la paja en el ojo ajeno, lo que ve le da tanto asco como a mí. Cierto que no es lo mismo: Tarde Negra no baja línea, no miente, no agrede, es puro entretenimiento descarriado, pero en algo se aúnan con las porquerías de Tinelli y de la televisión de aire que tanto critican: son irrespetuosos con el público, irresponsables con lo que dicen, obsesivos hasta el hartazgo con los asuntos sexuales.

Siguiente informe: Macri, las escuchas, y Oyarbide. A pesar de la poca simpatía que tengo por Macri, el informe me resulta atolondrado y machacador sin necesidad. El Jefe de Gobierno aparece defendiéndose y dice algo así como "le he dicho al juez que me diga el hecho que he hecho y bla bla". Como si por muestra no bastara un botón, el informe rebobina y vuelve una y otra vez al dicho y al hecho y al hecho y al dicho. La rubia del panel se burla de la dicción de Macri y de su atropello. Cabito acota: "menos mal que no fue mi profesor de Lengua, porque no se sabe dónde está el sujeto y dónde el predicado, y ni hablar del objeto directo". OK, pienso yo, habla Barcia, tiene con qué.

Y más: ahora es el turno de la tira que apareció hace unos días en Clarín, La Nelly, donde los personajes nombran al cabo Carbone y al principal no sé qué. Resulta que así se llaman dos de los custodias de la Presidenta, y el intrépido Aníbal Fernández se lanza al ataque, muerto de indignación. En 678 levantan el testimonio de uno de los autores de la tira, que dice que no, que nada que ver, que es pura casualidad. Cómo será, agrega el hombre que ríe por no llorar, que a la salida del diario pasé por la esquina donde trabaja el verdadero cabo Carbone y le grité: "Che, boludo, comprá el diario que hoy aparecés vos".
Es decir, el Carbone del guionista no era el Carbone de Fernández. La verdad no se sabrá, pero lo que sí se sabrá es que, según Barone, el periodista autor de la tira de Clarín simula su inocencia con aquel "cheboludo" y que, además, es una vergüenza que un periodista tenga ese lenguaje. Ok. Vuelvo a pensar yo: Cabito, Barragán...

Al rato, Cabito quiere decir algo pero no le sale. Da vueltas, tartamudea, parece Macri. Tanto que Barone le dice: "A ver, no te entiendo, repetímelo". Cabito, que no sé qué es, está sentado en un panel de un programa periodístico, con otros periodistas. Todo bien, que hable como quiera, pero qué caradura. Suerte que no es profesor de Lengua.

Empiezo a sentir olor a quemado. Es la cacerola. Se me quemó el arroz. Basta de 678 por hoy.

11.5.10

Escrito de un tirón

Salgo de casa por Arenales... ay, no, por Neyer, con una larga lista de cosas para hacer, de esas aburridas que hacemos las mujeres. En el camino al centro de mi barrio, me ensarto detrás de cuanto colectivo anda por ahí; los semáforos, lejos de darme tres luces celestes, no me perdonan ni una sola vez, rojos rojos y más rojos. En el único trayecto libre de semáforos, me como una loma de burro de las del tipo Everest.
Una vez en destino, tardo en conseguir fichas para el parquímetro. El maldito repuesto para la aspiradora no ha llegado aún. En una de las sucursales de la Boutique del libro no quieren cambiarme un Lamborghini –al que no le pude entrar– que había comprado en otra sucursal la semana pasada porque no tengo la boleta (boletas y tickets, he ahí un tema para desarrollar).Ok, me voy, con las ganas intactas de llevarme los Diarios de Sylvia Plath, cosa que no hago, un poco por venganza y otro, porque son carísimos. De ahí a la librería comercial a buscar un organizador semanal, pero ¡oh!, 40 pesos: ni loca, me lo fabrico yo. Próxima parada en la perfumería, a intentar cambiar un lápiz negro (súper marca) para ojos que resulta, vaya novedad, que ahora viene con brillitos. Pero nadie me dijo ojo, mujer, que tienen brillitos. No tengo nada contra el brillo que por suerte no se ve: es que me lastiman el ojo porque, sepanlo, el brillo raspa. Cómo sé que lo compraste acá, es lo que esperaba escuchar y lo que, claro, escucho. Hasta la vista, baby, y a la farmacia, a buscar gotas para mis ojos raspados. Entro en una, no tienen mi obra social. Tampoco en la segunda. Sí en la tercera: ¡bien! Me toca el número 45 y van por el 15. Me hago la paciente, espero y mientras espero agarro una mascarilla de la góndola de acá, un cepillo para el pelo de la góndola de allá, hasta que me aburro y me rebelo, no es cuestión de que me obliguen a gastar. Dejo todo y me voy con mis ojos rasposos a la casa de lanas. Quiero una madeja de ese color que ya no hay, porque parece que las mujeres están preparando el stock para tejer durante las fiestas del Bicentenario y el Mundial.
Harta, pego la vuelta con la ilusión de empezar hoy un nuevo trabajo más que interesante pero en el camino
(estoy detrás del colectivo más latoso), suena mi celular y me avisan que se posterga la publicación hasta fin de año, que muchas gracias, que nos hablamos en octubre o noviembre. Prendo la radio, como para despejarme de tanta mufa; un señor que no es Horangel dice: escorpianos, cuidado, que hoy el día viene complicado. Creer o reventar. ¿Será Mercurio? ¿Será Plutón el culpable de esta mañana adversa?
Abro la puerta de casa y me avisan que mi perra –que es una perra-pesadilla–, se fue y nunca más volvió. Al fin una buena, pienso, justo en el momento en que la veo venir hacia mí a todo galope, para hacerme las fiestas de todos los días. Me deja mi blanco pantalón con manchas de barro. Un barro pringoso. Color terracota. Yo ya no sé qué pensar. Para mí que el anónimo malo me ha echado una maldición.

10.5.10

Veo veo


Cosas que me gustan de la calle nuestra de cada día:

1) Dos viejitos de paseo y agarrados de la mano. Cuando él va un paso detrás, colgado del brazo de ella, mi adhesión se duplica.

2) Los niños envueltos en los días de frío, con gorro, bufanda y guantes.

3) Los bares de Buenos Aires, desde donde puedo ver pasar la vida, y mucho más cuando el mozo es tan amable que te despide con un: "que tenga un buen día".

4) Los piropos certeros, esos que llegan en el exacto momento en que uno los necesita.

5) Las rayuelas pintadas en el pavimento.

6) La complicidad de ciertas miradas azarosas, como si por un instante uno y otro comprendiéramos de qué va la cosa.

7) El cielo azul que se ve por entre los edificios del microcentro.

8) El olor a garrapiñada, a feriado con sol y aire fresco.

9) Sospechar que ahí, al borde de todo, está el río color dulce de leche, reflejando el cielo de cada día.

10) Esos únicos instantes de silencio en plena ciudad, como si de repente todos se callaran al mismísimo tiempo. Atrapar ese silencio, hasta que se reinicie el bullicio.

11) Ver qué árbol está deshojándose en este otoño, para florecer apenas se anuncie una nueva primavera.

7.5.10

Buen fin de semana, por favor


Como estuve estos tres días con un virus que me dejó muy dolorida y planchada, va esta cita, porque la tuve presente cada vez que hablaba con mi madre, que padeció el mismo virus que yo. Imaginen nuestras conversaciones telefónicas.


"El cuerpo es el universo del enfermo".

Adolfo Bioy Casares, Descanso de Caminantes.


5.5.10

Lecturas de otros tiempos I

No sé exactamente cuándo empecé a leer. Sí sé que en nuestro cuarto teníamos una biblioteca con una colección de libros infantiles y que mi preferido era el volumen 7, pues allí estaba la historia del Conde Olinos, aquel que se paseaba en su caballo, una mañanita de San Juan. Recuerdo las bellas ilustraciones de la princesa que, desde las altas torres del palacio, lo escuchaba cantar y cantar.
Justito al lado de este estante, empezaba la colección Robin Hood. Las aventuras de Tom Sawyer, la historia de Azabache o la tristeza de Juvenilia me producían una extraña fascinación. En cambio, las estrambóticas peripecias de Alicia en su país maravilloso me dejaban perturbada, como si de golpe mi mundo se poblara de seres incomprensibles, sin ton ni son.

Teníamos, mis hermanos y yo, la suerte de tener un abuelo que, además de abuelo, trabajaba en la editorial Atlántida, así que todos los domingos, cuando venía de visita, traía bajo el brazo dos o tres ejemplares flamantes de la revista Billiken, como recién salidos de la imprenta, sin siquiera una mínima huella digital. Creo que de ahí viene mi gusto por el olor a páginas nuevas.

También nos regalaba los fascículos del Antiguo Testamento, que íbamos coleccionando semana a semana. No es que nos quisiera catequizar: eran buenas historias, qué duda hay. Los guardábamos en el tercer cajón de un mueble que había en el living de mi casa. Si menciono el mueble y el cajón, es porque en ese exacto lugar me devoraba yo las truculentas historias del profeta Abraham, de los hermanos Caín y Abel o del diluvio de Noé, que tan aterrada me dejaban pero a las cuales volvía una y otra vez.

Más cerca de la adolescencia, nuestra casa se llenó de Corines tellados, libros éstos que mi madre simulaba no dejarnos leer.
Una de mis hermanas era especialista en los casos de Andy Drew; otra, moría por las revista de Archie, que cada tanto íbamos a cambiar al quiosco de la esquina: cuatro Archies por dos Susys; cinco Periquitas por dos Susys; seis Pequeñas Lulús por más y más Susys.

Como contrapunto a tanta femineidad, en el colegio memorizaba con mucho placer los versos de Don Segundo Sombra y de Santos Vega, de la mano de la señorita Cora. Nada era más bello para mí que quebrar esas mañanas de tedio con su voz, sobre todo, cuando terminaba diciendo: "... la melancólica sombra / huye besando la alfombra / con el afán de la pena". Ella, la señorita Cora, me contagió su pasión: "quiero disfrutar, así, como disfruta ella", debo de haber pensando, porque llegaba a casa y me encerraba en el cuarto para ensayar en voz alta la misma entonación en la palabra "melancólica", cuando la señorita Cora se detenía, como queriendo estirar y ahondar sin prisa en la sombra de la melancolía.

Los cuentos de Quiroga dejaron también una marca en mí. No sé qué dirán mis hijos hoy, pero a todos les he contado la historia de los infelices flamencos rosados, aunque no me animé con El almohadón de plumas. Me apasionaban las obras de teatro de García Lorca: La casa de Bernarda Alba era mi preferida y Yerma me estrujaba el corazón*** (llamado importante. Ver pie de página).

Mientras, mi madre leía. Siempre tenía un libro a mando. En cambio mi padre sólo lo hacía durante las vacaciones, de tarde en tarde.

Tengo dos recuerdos bien guardados. Mi abuela, sentada en la galería de su casa de Mar del Plata, leyendo La vejez, de Simone De Beauvoir. Qué leés, me acuerdo que le pregunté un día, cuando le vi los ojitos raros. Y mi primo P., que no hacía más que devorar policiales, enroscado en su propio cuerpo, a veces casi a oscuras.
Cuando terminé el secundario, empezó una época de audaces e intensas lecturas.

*** Agregado culposo, un día después: ¿Cómo pude, anoche, olvidarme de Mujercitas de L. M. Alcott, de las hermanas Bronte (¡Jane Eyre!) y de Rebeca, una mujer inolvidable? ¿Cómo pude olvidar a la inolvidable?

Continuará...

3.5.10

Uf, ya pasó...

El sábado a la noche tuvimos un fiesta de cumpleaños de una buena amiga. Como pensábamos que no podríamos ir, no nos ocupamos de la consigna del ágape, que invitaba a llegar con una peluca. A último momento se nos descomprimió la noche y hasta ahí fuimos: él con sombrero, yo sin peluca.

No bien entramos, guaaaauu, pensé, la cosa era en serio. Pelucas a granel. Sospecho que la intención de la homenajeada fue evitar que se hablara del canje de la deuda, los escraches del día, o, simplemente, que los kirchneristas ocuparan el lado izquierdo de la carpa y los anti, el centro o la derecha. O al revés, ya no lo sé.

Pasado el primer impacto, confieso que fue divertido recorrer el peluquerío reinante.
Gente de todas las edades, intelectuales, médicos, terapeutas alternativos, hombres y mujeres del montón, bailaban escondidos entre pelos fucsias y pelucones onda hippie, como aquella de Paolo, el rockero. Para no desentonar, me enrosqué la cabeza con una pashmina que había llevado y así, con mi turbante a cuestas paseé por la fiesta sin llamar la atención: poca gracia le hacía al empelucado detectar algún rebelde por ahí.

Un pobre hombre se arrinconó con su calva en un sillón; otros rajaron apenas la cosa tomó color. Pobres los tímidos. No nos queda otra que mirar la fiesta con la ñata contra el vidrio o armarnos de coraje y decir: y bue, es un ratito, ya pasará. Confieso que miré con cierta envidia a la mujer que se animó a ir con la cabeza llena de ruleros estrambóticos, o esa otra, tan habilidosa y creativa que se armó una flor de peluca con rollos de virulana cosidos con dedicación.

La cosa se puso divertida, quizás porque la dueña de casa es una mujer sumamente querida por todo el mundo y además, acaba de reconciliarse con su ex marido, después de años de idas y vueltas.
En la pista de baile empezó la función. Hubo de todos, acobardados y caraduras; mujeres consteladas, desinhibidas y libres de mandatos ancestrales; terapeutas corporales que, ya se sabe, están más allá de cualquier inhibición; hombres serios de pantalones pinzados que no encajaban con sus pelucones estrambóticos y hasta un proyecto de bombón asesino con trapos de odalisca. Al rato, muerta de calor, me saqué el turbante. Basta, ¡cumplí! Otros, estoicos, mantuvieron lo suyo, a pesar de la picazón.

Música, tragos, banda, algarabía.
No fue tan grave. Total, que me divertí mucho con nuestro buen amigo J., filósofo de los buenos, que se le dio por zarandearse por la pista con una peluca puesta al revés, es decir, el que bailaba no era un señor filósofo sino una maraña de pelos, de donde solo cada tanto asomaba una nariz.