30.11.09

La antimúsica (nueva sección)


A veces, sólo a veces, me entusiasmo con algunos temas que me dan vergüenza (un poquito, sépanlo):

- Y así y así, de Luciano Pereyra ( es que ese timbre de voz y sus ojos entreabiertos me dan ganas de llorar)

- Te quiero tanto, de Sergio Denis (ehhh, no sé por qué...).

- Quiero, de Emanuel Ortega (más, si lo canta con Calamaro).

- Llegando, llegaste, de Piero (ay, cómo me gustaba).

- Tabaco y chanel, de Bacilo (porque en un casamiento, vi un fascinante filtreo al son del channel).

- Popurrí de los Pimpinella (sólo un poupurrí, ¡ojo!).

- Bailar pegados, de Dalma Sergio (nahhh, era un chiste).

- Corazón partido, de Alejandro Sanz (irresistible).

- Qué lástima pero adiós, de Julieta Venegas (iba a poner La camisa negra, de Juanes (¡es que es tan pegadiza!), pero no, nunca la tarareo, sólo me detengo si suena por ahí.

Y la décima... se las dejo a ustedes.

27.11.09

Buen fin de semana


"La lluvia persistía, como el remordimiento".
La librería, Rubé Loza Agrerrebere

24.11.09

Hacia el final del día (perdón por la largura)


Todavía hoy no entiendo cómo pensé que podría aliviar mi angustia y matar tanta ansiedad justamente allí. Sin duda, aquella ridícula actitud habló una vez más del espíritu un tanto masoquista que se apodera de mí en las situaciones menos indicadas.

Era un día negro, de eso estoy segura, pero en aquel momento no me pareció lo suficientemente oscuro. Necesitaba desvanecer de un plumazo toda ráfaga de optimismo que, típico de mi eterna contradicción congénita, me empeñaba en rechazar para después redoblar el goce que me produciría la contrarráfaga.
Eran apenas las tres de la tarde, lo recuerdo perfectamente, de un jueves de principios de diciembre.
A las siete y media, algo más de tres horas después, tenía turno con el médico. Ya había espiado el sobre con los resultados de los análisis y sabía que algo no andaba bien porque donde debían figurar cuatro cifras, apenas si se leían dos y donde, por el contrario, no debían figurar más de cuatro, la lista de ceros, redondos y apretados, se prolongaba casi hasta el borde mismo de la hoja.

Había intentado todo tipo de actividades para pasar la tarde. Qué son tres horas, me acuerdo que dije mientras salía del laboratorio con el sobre estrujado entre las manos.

Ya en mi casa, me acomodé para leer el diario. Pobre de mí, apenas si pude hojear la sección Espectáculos. Probé ordenar un poco el caos de mi departamento, apostando a que quizás el trabajo rutinario de recoger, doblar y guardar me automatizaría de tal manera que los minutos y las horas volarían como pájaros.

Pero ni mi intento de registrar aunque más no fuera los titulares de la primera página del diario ni mi obsesión por el orden lograron espantar el rostro impávido del doctor Mármol, que ensombrecía mi lectura o desestabilizaba de golpe la parodia de mujer ordenada que me había empeñado en representar.
Mi trabajosa concentración se hacía humo, y al desvanecerse el humo ahí estaba él, el perfil suspendido del doctor Mármol diciendo algo así como: “Señora, lamento informarle que le quedan tres meses de vida”: la tendencia hacia la tragedia siempre fue uno de los principales rasgos de mi personalidad.

El perfil suspendido no había siquiera terminado de pronunciar la palabra vida -remarcando enfáticamente la v corta, sonora y despiadada- , y yo ya me veía instalada en un cajón color caoba (¿por qué caoba?) rodeada de rosas blancas (¿por qué blancas?). Alrededor del cajón y tras las rosas, no pude o no quise ver nada más.


Cuestión que, agobiada por tanto pensamiento fúnebre muy propio de mí, insisto, decidí escapar. No sé en qué me quedé pensando en mi trayecto hacia el shopping. Seguramente debo de haberme detenido en algún detalle del entierro, como por ejemplo, quienes cargarían el cajón color caoba; tres hombres de un lado y tres del otro, cosa que resultaría un serio inconveniente ya que vengo de una familia donde las mujeres siempre han sido mayoría. Obviamente no lo consideré mi problema, porque no recuerdo haber elegido entre parientes políticos o compañeros de trabajo.

Si recuerdo que no bien entré en el shopping tuve la sensación de ingresar en una extraña dimensión de la realidad. Ahí iba caminando yo, quizás una mujer moribunda, entre vidrieras estáticas que intentaban seducirme a pesar de mis eritrocitos bajos y mis leucocitos millonarios. Entré, desafiante, en un local. Pensé que mi destino escrito me delataría: “aquí va la que pronto va a morir”.
No voy a negar que me sentí un poco acobardada cuando una de las vendedoras, a pesar de mi siniestra presencia, siguió hablando con un tal Cacho, y la otra, apretada dentro de un par de pantalones negros, de oscura cabellera y ennegrecidos ojos, siguió ordenando, impávida y erecta, la pila de rígidos jeans eleastizados.

Me ordené no enojarme, por lo menos, no ese jueves de principios de diciembre. Al fin y al cabo, todos íbamos a morir. Yo, la de los ojos negros, Cacho y la del teléfono, aquel hombre que se escarbaba la nariz, más el resto de los seres vivos.
Así y todo, no tuve consuelo y busque refugio en un cortado doble con una medialuna.
Me hubiera sentido más a gusto, debido a mi estado de ánimo, en un viejo bar de Buenos Aires y no en aquella confitería tan expuesta, sin ventana por donde ver pasar la vida, y enfrentada a un vasito de vidrio largo y coqueto, cómodamente apoyado sobre una carpetita que simulaba una flor.
Me rodeaban grupos de tres o cuatro jóvenes comerciantes algo modernos, peinados hacia atrás con gel y vestidos con trajes verdes tornasolados.


Todavía hoy recuerdo perfectamente al mozo que me atendió. El delantal a rayas rojo y blanco haciendo juego con el moño rosa pálido que le apretaba el cogote desentonaba patéticamente con su cara de hombre del altiplano. Al pobre no se lo veía cómodo moviéndose en zigzag por entre las mesitas de hierro labrado cubiertas de puntillas, sirviendo aquí y allá masitas secas o tortas merengadas de limón.
Intenté demostrarle mi empatía con una sonrisa un tanto forzada. No sé por qué, presiento que él se dio cuenta de que yo era diferente. No porque mis días estuvieran contados —creo que por unos minutos logré olvidarme de mi inminente funeral— sino, simplemente, porque supo lo que yo adiviné detrás de su moño rosado.

Justo al lado de mi mesa, decía, los comerciantes arreglaban el mundo. No pude enhebrar la secuencia de la conversación pero sí alcancé a escuchar algunas frases tan trilladas que por algún momento pensé que se trataba de un sketch para la televisión. Cada pueblo tiene el presidente que se merece, decía el comerciante mayor. No hay pasajes, y después dicen que en este país hay pobreza, acotó el del gel, mientras que el del terrible traje tornasolado, rascándose la cabeza, intentaba expresar su total adhesión a la idea de que no por mucho madrugar se amanece mas temprano, o que el último siempre ríe mejor, ya casi no me acuerdo.
Si me acuerdo que empecé a deslizarme en la silla, lista para esconderme debajo de la mesa, pero de golpe me levanté, como si la misma parca me estuviera arengando y caminé derecho hacia la librería del segundo piso.


Tuve que treparme en la escalera eléctrica y ya casi en lo alto experimenté, me animo a aseverar, la sensación de omnipotencia que se apodera de un director de cine cuando se aleja en su silla mágica del escenario de acción. Vi adolescentes impávidos caminando hacia la nada, mujeres algo gordas y desteñidas arrastrándose del brazo de un marido cabizbajo, elegantes señoras que espiaban de reojo a señoras elegantes, nenas y nenes con globos gigantes de múltiples colores.

El golpe seco del final de la subida me despejó en un instante de mis fantasías cinéfilas. Recuperé el aliento, que supongo había perdido justo antes de la trepada, y con el aliento volvió con más fuerza, como después de un rebote, el perfil del doctor Mármol, suspendido esta vez sobre un telón negro y salpicado de recuento de glóbulos rojos.
Atolondrada y torpe, como queriendo ganarle al perfil suspendido que caminaba a mi lado, entré en la librería, con tanta mala suerte que en ese mismo momento salía un contingente de chiquitos enfundados en delantales a cuadros celestes y blancos. Algunos lloraban, otros se refregaban los mocos, casi todos se arrastraban con caritas de terneros asustados, atentos a las conocidas palabras de la maestra-vaca.
Recuerdo haberme sorprendido del sentimiento maternal que se apoderó de mí entonces. ¿Sería el poder de la muerte, rasguñando mi corazón hasta descascararlo? Siempre me consideré una mujer no apta para la maternidad, por eso no tuve hijos. De ahí mi sorpresa ante esas ganas tremendas de alzar a esos niñitos, uno por uno, acariciarlos y consolarlos por tan extraña experiencia. ¿Me sentiría, acaso, tan indefensa como aquellos pobres terneritos, caminando casi resignados hacia el matadero?

La voz, esta vez gangosa del doctor Mármol, invadió de repelente la escena, dejando afuera cualquier atisbo de actitud maternal que estaba empezando a germinar en mi interior.
Y fue entonces cuando por primera vez desde que había ingresado en el shopping miré el reloj.

¡Las ocho y media! Dios mío, supongo que debo de haber dicho, mientras que, seguramente, llevaba mi mano a la boca para disimular un gesto de sorpresa que nunca he aprendido a reprimir.
Desesperada, casi corriendo, atravesé pasillos, salí a la intemperie y me trepé en el primer taxi que pasó desocupado.
No puedo precisar a qué hora exactamente llegué al consultorio. Solo recuerdo que bajé temblando del auto, sudorosa y casi sin fuerzas. Estaba aterrada: no tanto por la posibilidad de encontrarme cara a cara con mi diagnóstico fatal, sino más bien por el pavor de que el doctor se hubiera ido. Eso significaría más y más horas deambulando por el shopping.

Apenas entré, recuerdo que vi en carne viva el perfil del doctor Mármol, esta vez colocado sobre unos hombros blancos y anchos. Casi sin palabras le tendí el sobre. Después de lo que creo fueron apenas unos minutos de ir y venir de una hoja a la otra, me miró y me dijo: “Todo bien, mujer, un poco de anemia, sin demasiada importancia”.
Fue entonces cuando inspiré profundamente, llené mis pulmones de renovados aires y salí del consultorio con la mirada en alto.
Una vez en la calle, paré, esta vez sin prisa, un taxi vacío.
Creo que fue en el momento justo de subirme al taxi cuando lo decidí. Volví a cada uno de los lugares en donde había estado unas horas antes. Caminé y caminé siguiendo mis pasos por los baldosones fríos, volví a observar todo desde lo alto de la escalera y entonces sí me di cuenta, con la claridad de una verdadera epifanía, que un día, cualquier día, alguien iría a mi funeral.

23.11.09

En tela de juicio (XXI)


"La plata no nos da la felicidad... ¡pero cómo ayuda!".

No es cierto, a veces el dinero no hace más que hacernos perder toda posibilidad de ser felices.

El señor A. murió de viejo hace unos meses. Dejó nueve hijos, una esposa enferma y desmemoriada, y una suculenta fortuna. No se trata de una de esas familias de nuevos ricos. No. Más bien hablo de una de esas pocas familias que tuve la suerte de poder darles a sus hijos la mejor educación, el refinamiento en los gustos, el acceso al arte, a los viajes, al mundo.

El señor Z. murió de viejo el viernes. El sábado lo despidió una multitud en un cementerio de Pilar. Ahí marchaba la procesión de paraguas multicolores, entre los truenos y las centellas, bajo un cielo encapotado. Dejó una esposa bien plantada y siete hijos adorables, uno de los cuales lo despidió diciendo, entre otras cosas: "ahora nos vamos a reunir con mis hermanos para ver cómo nos repartimos lo que nos dejó el viejo". La multitud no sólo sonrío; hubo carcajadas, pues el señor Z. fue un pato toda su vida.

Hoy, los hijos del señor A. están divididos así: uno contra todos; al día siguiente, dos contra siete. Al mes, son cuatro contra cinco, o mujeres de un lado de la trinchera y varones del otro. La cosa es que no se aguantan; ha surgido lo más cruel de cada quien, se odian, se insultan, se desean la peor de las suertes. Uno de ellos es el encargado de velar por el cuidado de la madre, es decir, de pagar el equipo de enfermeras que la cuida y de ocuparse de sus finanzas.

La familia del señor Z. se organizó para cuidar a su padre durante todo un año de agonía... que uno se queda a la noche, que el otro cubre la tarde y el nieto mayor, la mañana. La esposa trajina de acá para allá, a pesar de los muchos años y de los mil contratiempos. No se queja, sólo protesta cuando en pleno entierro sus hijos la ponen como ejemplo de entereza. Que no, dice ella, que no soy la Madre Teresa, que claro que protesto, lo que pasa es que ustedes no se dan cuenta. Hasta es humilde la buena señora. Pero sus hijos no olvidarán nunca el amor con ella lo cuidó.

Yo miro desde afuera y tomo nota de lo que veo.

La familia A. está a punto de desintegrarse, cada uno de los nueve hermanos está envenenado su corazón, aprendiendo a odiar por un puñado de billetes, aunque se diga que no, que no es la plata, que es otra cosa.

La familia Z. sonríe. Todos. Dicen que este último año fue muy rico para ellos. Hermanados como nunca, salieron a capear el temporal. Cada uno es en sí mismo como una gema de oro. Los dos varones: hombres cabales como el padre, solidarios, generosos, buenos hombres. Y las mujeres... ni hablar. Divertidas, inteligentes, contenedoras, fuertes.

Yo no sé que hubiera pasado con la familia del señor A. si no hubieran tenido un peso, ni que hubiera sido de la familia del señor Z. si hubieran tenido la fortuna del señor A.

En eso me quedé pensando...
Y también, en que la mejor de las fortunas que uno puedo dejar como legado tiene que ver con cómo se ha vivido, atento a qué temas, diciendo qué palabras. Los amigos, los hijos y los nietos heredarán, entonces, un tesoro inagotable o una bolsa de gatos, sucios y enmarañados.

20.11.09

Buen fin de semana

"Como ya dije, no es para utilizarla de analista que se tiene una pareja".
Ulisa, Ercole Lissardi
(No sé qué tiene que ver la foto, pero me gustó).

18.11.09

Paisajes ciudadanos


El lunes a la tarde fui a la presentación, en el Centro Cultural Borges, de un video y un Manual que daban cuenta del trabajo realizado por Marta Oyhanarte y su equipo durante los últimos seis años.

Marta está a cargo de la Subsecretaría para la Reforma Institucional y Fortalecimiento de la Democracia, cuyo objetivo es fortalecer la relación entre el Estado y la sociedad civil.

Entre tantos dimes y diretes, ofensas y agresiones que van y vienen, fue realmente reconfortante ver lo que vi: un documental de Miguel Rodriguez Arias sobre la implementación del programa Auditorías Ciudadanas, y un Manual, Frutos de la democracia, que relata la experiencia que permitió a más de 70 municipios autoevaluar y mejorar la calidad de sus prácticas democráticas: la voz y la acción de miles de personas que sienten pasión por lo público, que comprenden que el compromiso es el mejor recurso colectivo y que saben que sólo a través de la construcción de ciudadanía es posible mejorar la democracia para abordar el mayor desafío actual: crear equidad.

Hubo testimonios contundentes y alentadores de los miembros del equipo, de varios intendentes de localidades de todo el país, y de distintos participantes de los Foros Cívicos, corazón del programa de Auditorías ciudadanas.

Con el énfasis puesto en la democracia participativa y no sólo representativa, todos los que dieron testimonio nos dejaron la certeza de que, a pesar de todo, hay mucha gente trabajando, contra viento y marea, para abrir puertas y tender puentes entre gobernantes y gobernados.

Ojalá el programa pueda seguir funcionando, más allá de las disputas y los gobiernos de turno, en pos de garantizar y perfeccionar la vida democrática, y que el arduo trabajo de Marta y de su equipo dé y siga dando sus frutos a través del tiempo.

16.11.09

La rara era yo

Alguien me forzó a la siguiente confesión: la de la frase célebre del otro día... ¡soy yo!

Por lo menos dos de mis buenas amigas podrán dar fe de que hace unos años empecé una novela que se titula ¿Soy rara?, de la que sólo escribí 60 páginas. O no soy tan rara como creo, o mis rarezas no dan para más.
Por eso, y a pesar de cierta cuota de exhibicionismo que no me preocupa, les voy a contar por qué a veces me siento un tanto rara.
Acá van:

1) Me agotan las cosas más sencillas, me canso de ... ¡hablar y sonreír!; como si la mandíbula necesitara una buena siesta. Los días de mucha conversación termino la jornada igual que el albañil después de 8 horas de pico y pala. En cambio, tengo fuerza bruta para mover muebles, cargar valijas, acomodar, trajinar.

2) Espero con ansias los días de cielos perfectos y aires límpidos, pero un rato de aire puro ya me es suficiente. Después, miro los azules desde la ventana o arranco sin culpa al cine, a la función de las tres de la tarde: a lo oscuro, a las sombras, a lo cavernal. El hombre que vive conmigo dice que yo sería feliz en una celda; claro que yo pienso que el raro es él, siempre con su manía del aire libre.

3) Me atraen los opuestos, lo que no es lo mío. Escucho programas de radio y leo diarios que están en los extremos, me empalaga lo-más-de-lo-mismo.

4) Soy capaz de inventarme la mejor de las historias, los diálogos más jugosos, las escenas más impensadas, esas que nunca sucederán. Escribo guiones mentales en el súper, mientras manejo, en la cola de la carnicería.

5) Tengo con la ciudad de Buenos Aires un vínculo enfermizo: la quiero hasta el punto de máxima intimidad. Como si en otra vida (si es que la tuve) hubiera sido una bataclana en los bordes mismos de la ciudad.

6) Me cuesta viajar, irme de casa, aunque después celebro la aventura.
Miro con total extrañeza y asombro a las hordas de viejos que se pasean por el mundo. Es más, los miro con pena, con enorme compasión. Pobrecitos, lejos de su casa, pienso yo.

7) A veces, me da lo mismo leer que vivir.

8) Nunca me aburro si estoy en mi lugar.

9) Parezco lo que no soy. Alguien me dijo una vez que daba la imagen de una mujer muy deportista, de esas que viven con la raqueta en la mano. Ja, pensé yo.

10) Siempre, pero siempre, escribo Jhon en lugar de John e histoira en lugar de historia.

11) Pierdo las cosas de una manera impúdica, hasta lo que sé que no perderé jamás.

12) Soy adicta a los libros y a los carbohidratos; a la soledad de la noche, al chocolate, a la coca light.

13) Leo más rápido que el común de los mortales.

14) Soy tremendamente puntual, lo que hoy en día es una verdadera rareza.

Y no les cuento mis rarezas más existenciales, porque tampoco es cuestión de que se asusten y no me lean más.

Cuéntenme ustedes, por favor, así no me siento tan rara, ¿ok?

13.11.09

Buen fin de semana


"Una joven rubia sentada delante de mí hace un movimiento nervioso con la cabeza que me encanta. El pelo color caramelo oculta su cara. Quiero verla, pero temo sufrir una desilusión".

Diarios, John Cheever.

12.11.09

Frase célebre de una amiga no célebre


Lo dijo E.:

"¡Porfi, díganme si soy rara...!".
Dibujo: Mauro Collares.

11.11.09

Sobredosis de actualidad

Perdónenme ustedes pero otra vez, va un post que irá a parar a la etiqueta "Actualidad". Tengo en lista de espera otros temas mucho más gratos: libros, diálogos ocurrentes, frases célebres de amigos no célebres... pero en mi cabeza, como en la de todos, está la política, en su más triste expresión.

No voy a hablar de los múltiples piquetes, del descontento, de las mentiras o verdades de los medios, de TN versus 6,7,8... porque lo que leo esta mañana en el diario me irrita casi tanto como los cortes anunciados para hoy.

Algo vi ayer en algún noticiero: primer plano de Carrió, diciendo que sostendría sus dichos en contra de Duhalde: "Yo nunca hubiera hecho una alianza con D. porque siempre dije que controlaba la droga de la provincia de Buenos Aires. Yo nunca hubiera hecho un acuerdo con un poder mafioso": dijo Carrió tiempo atrás.
Claro que Duhalde pidió que Carrió se retractara y la acusó por calumnias e injurias.

Pues ayer fue el encuentro cara a cara del agredido y la agresora en un cuchitril de Tribunales.

Ella, en su defensa dijo que no había querido decir que D. fuera un narcotraficante, que en realidad, como ella era una purista del lenguaje, había usado una de las acepciones que la Real Academia de Letras da a la palabra controlar: saber, examinar, fiscalizar.

¿¿Me están jodiendo??, y perdonen la expresión. Pero si tanta alharaca termina así, pues, créanme, no debería ni haber empezado. Cuántas denuncias quedan en el olvido, ¿no es como gastar pólvora en chimangos? Perder tiempo y dinero para nada. Un puro simulacro de democracia.

Leo que siguió un diálogo punzante entre los dos que, sinceramente, no tengo ganas de reproducir.

¿¿Están todos tan tristes como yo??

8.11.09

Un tema de conversación


El tema de los Medios circula en estos días. Pero no es de los Medios de estos días de lo que quiero hablar, sino de la manera en que se eligen los titulares: ahí está la clave de su interpretación, lo no dicho o lo doblemente dicho, como si los mismos títulos tuvieran eco.
Veo y leo:

Título 1)
Diario Perfil:

"El poliamor amenaza con extinguir la monogamia y el tabú de la infidelidad".
La nota decía algo así como que la movida había empezado en Estados Unidos pero que ya se estaba instalando en la Argentina: parejas de tres o cuatro (o tríos o cuartetos, debería decir), en donde los tres o cuatro andan felices y contentos. No son infieles ni swingers, son poliamorosos, nomás.
Al día siguiente, en el programa de radio Salgan al sol, entrevistan a un psiquiatra, especialista en relaciones amorosas, y el especialista es contundente: acá el poliamor no anda, no conozco ni un solo caso; somos posesivos, no compartimos.
Es decir, una gilada de los medios. Nada más.

Título 2)
Telenoche:

"Paco, mata RICO, mata POBRE" (música tremebunda y hollywoodense de fondo)... eslogan que se repitió en todas las ediciones, durante una semana.
Claro que el paco es un problema, pero que no me lo vendan así, como si fuera la novela de la tarde, buscando el gancho perfecto, la música a tono, para agarrarme del cogote y hacerme temblar.

Título 3)

Diario Perfil:
"El Krichnerismo ya tiene 115 mil piqueteros organizados en el país".
Foto de Milagro Sala con un palo en la mano; de fondo, los barrios que construyó Tupac Amaru. Organizados para qué, me pregunto yo. Porque si es para seguir construyendo viviendas, generando empleo y sacando a los chicos del paco y de la calle, bienvenida sea la organización. Por qué no podemos debatir, en todo caso, el cómo se hace lo que se hace, sin poner el cuestión los buenos resultados. Debatir, sí. Todo lo que sea necesario, para rescatar lo bueno y corregir lo malo. Discutir el papel del Estado, el liderzgo de Milagro Sala, el clientelismo. Sí. Pero, con la mirada puesta en cada uno de los destinatarios de esta acción.

Título 4)
Revista Luz:
"Ya no me preocupa el paso del tiempo, aprendí a disfrutar de mis arrugas".
Foto de la esplendorosa Catherine Fulop.
¿De qué arrugas me está hablando? Ella no sólo se preocupa: se ocupa. Pues entonces, ¿por qué no decir las cosas como son?

Título 5)
Diario La Nación:
"Papiloma humano: un virus que también es cosa de hombres: causa la mitad de los cánceres de pene que cada año provocan 250 amputaciones".
A veces pienso que estas notas restan más de lo que suman. Quizás esta información salve algunos penes, pero estoy segura de que deja a otros tantos muertos de miedo, acobardados.

"Si el texto es un objeto de lectura, el título, como el nombre del autor
es un objeto de circulación, un tema de conversación".
Gerard Genette

6.11.09

Buen fin de semana y algo más: S.O.S.


Escribo ahora porque milagrosamente, tengo señal. Desde hace tres meses largos, fibertel (grrr) llega pero con m i c r o c o r t e s, ¿saben de qué hablo? Pues yo sí, pero los técnicos no dan con el problema. Ya intentaron todo: me dijeron que era porque no tenía actualizado el antivirus, porque el router no andaba bien... hasta cambiaron todo el cableado de afuera, y como último recurso, pusieron un nuevo modem. La cosa funcionó unos diez días, hasta el domingo: otra vez los microcortes. En mi casa ya no nos decimos ni buen día ni pasame la jarra de agua, sino: "¿¿¿hay señal???".



Para qué contarles mis estériles llamadas al 0800fibertel. Impotencia, bronca, rabia. Peor que quedar engranpado en un piquete.

Dicen que mañana a las 8 están acá, pero a esta altura yo sé más que ellos: ¿¿Qué hago?? ¿¿Me cambio a arnet??



¡S.O.S!

(Necesito a Los Simuladores... o al Chapulín Colorado).



Respiro profundo, elimino el "en-estos-momentos-nuestros operadores-están-ocupados" de mi cabeza y me instalo en los versos de Joaquín Gianuzzi para desearles, ahora sí, un Buen fin de semana.


"La poesía del que ama no ve el conjunto
ni estrellas generales en la noche de todos".

Joaquín Gianuzzi. Fecundación del amante, en Apuestas a lo oscuro.

4.11.09

Una reflexión sin pies ni cabeza


Hace unos días miraba yo el programa 6, 7, 8 en la Televisión Pública. Pasaron al mejor estilo TVR un video en blanco y negro de la juventud de los años setenta: jóvenes abrazados, cantando en un recital de Mercedes Sosa, en contraposición con otro que daba cuenta de la juventud de estos tiempos: los pavotes jóvenes en la casa de Gran Hermano.
Cierto que los de la producción no estuvieron nada sutiles, pues entre el compromiso de unos y la vacuidad de otros, hay un largo camino de medias luces. Pero la televisión de hoy potencia el lado oscuro de la juventud, casi al punto de convencernos de que los jóvenes de este nuevo milenio son delincuentes y drogadictos, o, en el mejor de los caos, hombres y mujeres desenfrenados y tontos.
Ni muy muy ni tan tan, permítanme decirlo.
Podría hacer yo mi propio compilado al estilo TVR con chicos y chicas comprometidos, solidarios y pensantes. De todos los sectores, más unidos que en aquellos años.

Sin embargo, me quedé pensando.

Odio la nostalgia en masa de otros tiempos. No me gusta cuando me invitan a esas fiestas generacionales para tararear La Balsa o El extraño de pelo largo. De ninguna manera. Prefiero Los Piojos, Calamaro, Alvy Singer y todo lo que seguramente seguiré descubriendo. Pero, últimamente, se me ha dado por volver a esos años, síntoma, quizás, de que este mundo se me está haciendo extraño.
Cosas de la edad, sospecho.

No hablábamos de ciertas cosas, allá por los setenta. Ni se nos ocurría pensar si Fulanita tenía buen cuerpo o si nuestra cola era así o asá. Nos conquistaba el buen corazón de Fulano o la inteligencia de Mengano. No éramos frívilos, porque había todo un mundo que nos ocupaba.
Leíamos a Paulo Freire y Las Venas Abiertas; La Naúsea y Los Hijos de Sánchez. Escuchábamos a Viglietti, al Cuarteto Zupay, a Mercedes Sosa; adorábamos a Favio y a Serrat. Íbamos al cine a rompernos la cabeza con el El enigma de Kaspar Hauser y seguíamos a Bergman.
Comprábamos Satiricón, Humor, el diario Noticias.
No luchábamos contra la celulitis sino contra nuestra propia banalidad. Nos afeábamos si éramos lindas y usábamos todos la misma ropa, libres de marcas. No teníamos conciencia de lo que significaba una cartera Louis Vuitton, porque nos colgábamos, felices, las bolsas tejidas por los wichies. Nos resultaba obsceno gastar de más: la plata era para vivir, jamás para ostentar.
El sexo no era el pan de cada día, ni lo hablábamos así como así. Había algo de transgresión en cada beso, pero también había celebración. Esa intimidad nos pertenecía, era mía y tuya, de nadie más.
Queríamos cambiar el mundo porque creíamos en el Hombre nuevo para ese mundo, así, con mayúsculas.
Después llegaron las traiciones, la violencia, los desgobiernos, la represión más cruel y las heridas que aún hoy no cicatrizan.
A quien corresponda, escribió hace poco Martín Caparros.
¿A quién corresponde?, me pregunto yo.
De todos modos, prefiero seguir creyendo que un mundo mejor es posible; en ellos confío: en los jóvenes de hoy.

2.11.09

¿Es ésta la preciosa primavera?

Estoy confundida.
Desorientada.
Y pasada por agua.

El jardín de mi casa es un lodazal: los ramilletes de rosas, cargados de agua, se desploman apenas nacidas. Una bellísma dodonea en flor, que viró de arbusto a árbol para darnos la sombra perfecta de cada verano, se desprendió de cuajo del suelo que la sostenía: ahí están las raíces al aire, y todo su colorido despatarrado sobre el pasto, como un cadáver. Da pena verlo.

Dentro de la casa se multiplican las goteras. Las paredes están churreteadas con hilitos de agua que buscan escurrirse quién sabe hacia dónde. Parece que son las tejas, y Mario, el techista, no puede hacer mucho con esta lluvia.

Quiero un cielo bien celeste aunque me cueste, pienso, mientras espero que amaine el temporal, que venga Mario y que florezca este noviembre el jacarandá de mi vereda.