Cuando una pareja se separa, la culpa se reparte en un 50 y 50*.
No, yo digo que no es así.
El amor es un espejismo, quién no lo sabe.
Más allá de esa atracción primera que se produce por un "porque sí", la imaginación de quien se enamora, deliciosamente, construye el resto. Ahí va, sumando rasgos y talentos, a la medida de su corazón amante.
Nos inventamos un otro casi perfecto. Las campanas suenan y las pieles se erizan y celebran.
Con el tiempo, es inevitable la deconstrucción, pero si una pizca de ese amor prendió en nuestro ser amante como un gajo en tierra fértil, el resto es cuestión de voluntad, de querer querer, de cuidado.
Y una alianza amorosa puede convertirse en una de las grandes dichas de la vida: el compañero de ruta. Siempre que entendamos que no hay un alguien a la medida del otro, una completud para mi ser inacabado.
A veces las parejas se separan porque uno deja de amar, o los dos, o porque la ruta se hace intransitable de tanta turbulencia. O porque se decide, sin más, salirse del camino por propia vocación.
Se dice que "él no le da lo que ella necesita", o que "ella buscó afuera lo que no tenía en su casa".
Pero como no somos como la galera inagotable de un mago, siempre habrá algo que no estaremos dándole al otro. Si somos rubios, no podremos ser morochos, si tímidos y silenciosos, cómo ser extrovertidos o chispeantes... Si nos gusta el calor y el verano, jamás podremos ofrecer, sin fisuras, el placer por el frío y el viento.
Cuando una pareja se separa, no siempre sabremos el porqué.
Solo sucede. Ni 50 y 50. Ni 60 y 40.
Ni "you need two for tango", como dice mi amiga S.
Hay quienes ensayan cortes y quebradas solitos, al compás de los propios sueños o de incomprensibles pero inevitables pulsiones.
Misterios del amor y de la vida.
*texto ya publicado hace muuucho.