19.1.10

Una ingenuidad, ya lo sé


Es honra de los hombres

proteger lo que crece

cuidar que no haya infancia

dispersa por las calles


Plan para abordar el problema más urgente, a través de una agrupación de voluntades.



Posibles nombres de esta agrupación:

Cacerolas militantes (no de teflón)

Emergencia 2010-2012

Tregua blanca 2010


No importa si Buenos aires no está buena ni si Martín Redrado hace bien o mal. No me hablen de aquel asunto de las valijas ni de las escuchas macristas. Tampoco de la ley medios, de los problemas del campo, de los insultos de Delía, las hipocresías o las novias de Tinelli. No me interesa, al menos por ahora, el problema del tránsito, el colapso de la cuidad, la razón de los piquetes de hoy o la sinrazón de los de mañana. No me interesan los números de la inseguridad o si creció o bajó la tasa de robos, como tampoco si los gay tendrán que esperar para poder casarse. No quiero saber qué dijo Mirta ni qué le contestó Fernández. No me importa, por ahora, no.

La prioridad absoluta de:

Gobierno
Estado
Empresarios
Profesionales
Políticos
Ciudadanos
Estudiantes
Amas de casa
Padres
Ong
Asociaciones
Universidades
Iglesia
Escuelas
MEDIOS DE COMUNICACIÓN...


... debe ser: que no haya un niño en la calle.


No nos alcanza saber que se están descubriendo y desbaratando laboratorios productores de drogas en el conurbano bonaerense, si mientras tanto, un niño de cinco años está en la calle. Pues cumplirá seis y seguirá en la calle; luego siete, ocho, y estará ahí, siempre ahí, en la calle.

¿Cómo lo haríamos?

A través de una TNU: TREGUA de NECESIDAD y URGENCIA 2010-2012.

Durante un año, el 2010, la tan imperfecta democracia que tenemos quedará entre paréntesis, a modo de tregua. No hay tiempo para perfeccionar sus mil errores, mientras haya niños en la calle. Como en una familia, cuando uno de sus miembros está en problemas, todo lo demás se posterga: las goteras en el techo, la escasez de sábanas, el piso astillado, los deseos de cada uno.

Después de consensuar entre todas estas instituciones y grupos sociales, es decir, después de decir que sí, que estamos de acuerdo en que no se debe ni se puede dejar a sus hijos a la intemperie, se tomarán decisiones. Si alguien dice que este tema no es una prioridad, que explique por qué.
Si alguien no está de acuerdo, que se saque la careta.
Si alguien dice que no es tan sencillo, que no diga más. Vaya novedad.

Se formará una comisión de emergencia Nacional que tenga como único objetivo salvar a los chicos de la calle.

Que el lema ya no sea "Hay que hacer algo, nos están matando a todos", sino, más bien "Hay que hacer algo, hay niños en peligro".


Es cirto que podemos ser las próximas víctimas de la delincuencia si estamos en el momento equivocado y en el lugar equivocado, es decir, frente a ese delincuente que al azar elige nuestro auto o nuestra casa. Pero los chicos de la calle no tiene si quiera la esperanza del azar; ahí van, como en una cinta transportadora, rumbo al abandono, la droga, la muerte.

Para "hacer lo que se tenga que hacer" se empezará por:

Elegir a doscientas personas de prestigio, lo mejor de cada casa. Entre ellos: educadores, especialistas en delincuencia, drogadicción y exclusión, psicólogos, sociólogos, economistas, pediatras, abogados, educadores, ¡padres y madres!, y hombres y mujeres de acción, con legajos impecables, que quieran, no ya un país mejor pues acá entran a jugar las subjetividades y las ideologías; que quieran, sencillamente, no más chicos en la calle.

Este grupo se recluirá durante un mes en un lugar alejado, a trabajar duramente, atentos al único objetivo planteado.

Divididos en comisiones, cada una diagramará planes de acción, sin perder de vista, jamás, la urgencia del objetivo trazado: el plazo es de dos años.
Se fijarán paradas en el camino: cada tres, seis, nueve, y doce meses, donde se evaluará cada trimestre y se darán a conocer los resultados.

Los medios de comunicación tendrán un papel primordial a través de campañas educativas y transmisión de valores, tales como "dignidad", "trabajo", "educación". Se controlará el exceso de ostentación, los lujos y la violencia desde la pantalla. ¿Cómo? No lo sé. Hablando con cada dueño de los medios, con cada empresario que publicite en esos espacios, a puro cacerolazo militante. Por dos años, una televisión mejor: es una emergencia. Porque estamos seguros (¿quién no?) de que si una buena película, el testimonio de una persona íntegra, la música, nos hacen bien, por el contrario: los programas mediocres, las rencillas tontas, el regodeo en lo más bajo, las agresiones y las violencias de todo tipo, hacen mal. Es parte del cuidado que nos debemos los unos a los otros mientras dure esta tregua.

Que los noticieros no nos bombardeen una y otra vez con los mismos episodios, que no adornen las notas más terribles con músicas de películas de terror, que se olviden, por un año, de los programas donde se ponen en escena a drogadictos, delincuentes o enfermos sexuales, a pura falsa empatía y con el único propósito de lograr un buen rating.

Además, y lo más importante:

Poner en funcionamiento 2000 ómnibus que recorran las ciudades, que hagan un relevamientos de los chicos de la calle. De dónde vienen, cómo es su situación familiar. Que un ejército de asistente sociales capacitadas para la tarea revise cada caso y lo derive a quien corresponda.

Que grupos de madres o familias voluntarias puedan sostener a chicos en situación de riesgo en sus propias casas.

Que se trabaje, a la vez, con los padres de los chicos.

Además:

Ocuparse de las cárceles y de los Institutos de menores, que sean realmente lugares de rehabilitación. No lo digamos más: cambiémoslos. Que los mejores "hacedores", los hombres y las mujeres más operativos, se ocupen de esto, como un verdadero servicio a la Patria. Es una emergencia. Que haya reconocimiento por esta tarea, más allá del dinero. Que se informe de cada nueva mejora.

Que se habiliten a lo largo del país hogares para chicos solos. En terrenos fiscales, en fábricas abandonadas, en inmuebles del Estado.
Que se clame por voluntarios, dispuestos a poner el hombre en este año de tregua de necesidad y urgencia.

Que se cobre, por estos dos años, un impuesto especial, el impuesto blanco, que irá a parar a una cuenta del Banco a nombre de"los chicos de la calle", que lo pagarán los que más tienen. Se darán vuelta las arcas del Estado hasta que salga la última moneda. Durante dos años, todos viviremos un poco peor, en aras de rescatar a los niños de la calle.

Que un equipo de auditores fiscalicen los números que entran y salen. Acá habrá también representantes de los padres, educadores, psicólogos. No sólo políticos o economistas. Pienso en Marta Oyhanarte y en su programa de auditorias ciudadanas. El primer acto de corrupción será tremendamente castigado. Se le estará robando a un chico de la calle (como si ahora no fuera así...).

Que cada escuela del país tengan todo el apoyo, el que jamás tuvieron. Que se enseñe, además de lo habitual, Educación ciudadana.

Que se capacite a los chicos de 18 años en distintos oficios, que se estimule a los interesados para que ingresen a la universidad, que se les enseñen los valores indispensables para vivir en sociedad.

Que se habilite en el canal 7 un programa diario dando cuenta de los avances en este programa de emergencia.

Que en todo el país se viva esta situación como una tregua, y como el único modo de salir adelante.

Que ni importe quién convoque a hacer sonar las cacerolas militantes, sino para qué se convoque.

Que no sea esta asociación como un club de amigos, sino como un grito desesperado de emergencia nacional.

Que por cada hombre o mujer de derecha, haya un hombre o una mujer de izquierda, con el objetivo de que esta comisión no se polarice. Que no se diga nada: sin discursos, sin arengas. Que no haya protagonismos ni palabras duras; todas las personas que irritan a la gente o que tengan un discurso de guerra y no de paz, que se queden en sus casas, no nos ayudan así. Que entendamos todos que los chicos de la calle son víctimas de una sociedad que los dejó crecer como yuyos silvestres en un baldío.

Que el único punto de coincidencia sea sacar a los niños de la calle. Lo demás puede esperar. Una vez pasada la tregua, y con acuerdos renovados, que cada quien vuelva a lo suyo.

Se podría pensar en la posibilidad que, durante dos años, todos los que adhieran a este programa de emergencia lleven el su brazo un brazalete blanco, señal de que son parte de este proyecto, a través de sus acciones, deseos, intenciones. Que no me importe si tengo el mismo brazalete que tiene mi enemigo: nos hermanados en este rescate, no en todo lo demás.

Si esto fracasa, pues entonces, que vuelva el pobre a su pobreza, el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas, pero, por lo menos, habremos hecho el intento.


15.1.10

Buen fin de semana y algo más


Foto de la semana: Sam Shepard.
Lo mejor de la semana: Bastardos sin gloria, de Tarantino; Jardín de Cemento, de Ian Mc Iwan; los tallarines con albahaca y tomate que preparé; la noche calurosa del martes; las buenas noticias del hijo mochilero.
Lo peor de la semana: el espanto de Haití. Los titulares de los diarios.
La frase de la semana: "A mí me molesta la gente habladora, incluso las mujeres; prefiero que pequen por calladas. Borges, en eso, disiente conmigo; toma por inteligentes a las mujeres habladoras y por tontas a las calladas". (Borges, Adolfo Bioy Casares).

13.1.10

Sólo para mujeres (lo digo de verdad)


La mujeres, a medida que pasan los años, nos tenemos que ir reinventando. Hablo esta vez de lo aparente: los cambios del adentro van por otro andarivel.
Aunque nos sintamos de 20 o de 30, aunque nuestra imagen nos devuelva lo que nosotros queremos ver, la realidad es que se hace necesario una vuelta de tuerca. Cierto que lo mismo puede decirse de los hombres, pues ya no andan tan uniformados dentro del saco y la corbata. Pero, díganme la verdad: si un hombre ya mayor se viste de pendejo, está todo bien. Una mujer, en cambio, corre el riesgo de ingresar al mundo del ridículo, del cual, según se dice, no se vuelve así como así.

Hay que encontrar nuevo estilo, acorde a los tiempos que van llegando. Como si se tratara de un muestrario o una paleta de colores, pongo sobre la mesa distintas opciones para después elegir:

1) Estilo antigüito-clásico: pelo corto, aros de perla, camisa con lazo, pantalón de vieja. (Ni loca).

2) Estilo clásico puro: prendas de buena calidad, camisa blanca, pantalón negro, accesorios. (Qué aburrido).

3) Estilo canchero: no me da el piné, este estilo es muy exigente. Hay que comprar caro, mucho, y bueno. Y patrullar y patrullar para dar con ESA prenda personal y única. (Mucho trabajo).
4) Estilo dejada: canas, cara lavada, blusón a la que me importa. (Deprimente).

5) Estilo pendevieja: es el más cómodo, porque te ponés lo que encontrás, pero no me va el vestidito bobo con punto smock.

6) Estilo hippie: el hippismo no tiene edad y como está de moda, se encuentra fácilmente; una camisola aquí, una sandalias de cuero trenzado allá. (Ehh, podría ser...).

7) Estilo despojado: Mmmm, buenos trapos, canas al viento, aros de plata tipo indígena, onda más por menos. (Quizás).

8) Estilo lo que venga: ecléctico: lo que toca toca, la suerte loca.

9) Estilo no me miro más en el espejo y chau.

11.1.10

Mi amiga y yo*

I

Josefina y yo tenemos once o doce años. Yo soy unos meses mayor, también soy un poco más alta –y no digo: mucho más alta, porque siempre quise ser así, petisita como ella, tanto más armoniosa que yo–; ella es rubia y tiene la cara apenas redonda... o así se la ve al lado de la mía, angulosa y flaca. No sé si será esa redondez o, quizás, su sonrisa plena; la cosa es que su rostro es alegre; el mío, no.
Un día –lo recuerdo muy bien–, me dijo, sonriente, pícara como siempre: “cuando te reís, sos mucho más linda”. ¡Ay! Me acuerdo que pensé: “tengo que sonreír”.

Las dos vivimos en el mismo barrio. Nos visitamos: vamos y venimos de una casa a la otra. A mí no me gusta tanto ir a su casa, porque ella tiene muchos hermanos varones grandes, como cuatro; y yo apenas uno, al que le llevamos diez años. Además, como son muchos, su pobre madre no tiene más remedio que llevar, digámoslo así, un régimen más estricto que el que reina en mi casa: somos mujeres y mi madre se olvida siempre de hacer cumplir las leyes que pregona. La de ella, no.


Mi amiga Jose es ruidosa, alocada, dramática a su modo, pero por sobre todas las cosas, ¡simpática! Yo soy tranquila, tímida, dramática a mi modo, y no tengo el más mínimo atisbo de simpatía.
A veces escuchamos música juntas, sobre todo, canciones de amor. Nos gusta llorar infelicidades, aunque sean ajenas. Entonces, nos recostamos mirando el horizonte, y no nos importa si el punto en el que fijamos la vista, allá lejos, es la flor amarillenta del empapelado de mi cuarto, o alguna punto lejano en el Río de la Plata. See the tree how big it growns...Conociéndote, mi vida halló una razón…Silence is golden, golden…un mechón de tus cabellos…
Otras veces, en cambio, adivino que ella escucha cosas que a mí no me gustan, como ella sabe que no podemos compartir ni a Larralde ni a Gardel.


Jose siente un interés fluctuante por el deporte; a mí no me gusta. Bueno, no es que no me gusta porque no y punto. No me gusta porque siento vergüenza. Soy alta, me sobra cuerpo.

Cuando no tenemos puesto nuestro uniforme de colegio, nuestro aspecto se parece mucho menos. Ella es dueña de una seguridad que yo no tengo –su habilidad para caer bien la convierte para mí en su ser superior– a pesar de que su ropa no es ni parecida a la ropa que uso yo. Lo que pasa es que todavía ella no puede elegir. Yo puedo decidir el largo de mi pollera: “más corta, más corta”, le digo a mamá, y ella, entonces, sube el alfiler y cose por donde yo apoyo mi dedo. Jose no. El largo de la pollera lo marca su mamá.

Vamos al mismo colegio. Lo mejor del colegio es el recreo, mucho más, desde que ella y yo nos ocupamos de tocar la campana. Tenemos que salir antes de la clase y correr por todo el colegio anunciado la buena nueva: “terminó la hora...¡a jugar a las cañas, a espiar a los chicos del colegio de varones, a juntarse con el Club!”. El Club somos ella, Zorra, Mary y yo. Virginia nos odia, pero las dos sabemos que lo que más le gustaría en la vida es ser parte de nuestro grupo.

Lo que mejor hacemos juntas, digámoslo así, es conversar. Por eso, creo, nos hicimos amigas. Para poder conversar.
Y esa amistad hace que nos sintamos, en cierta forma, superiores. Nadie –pensamos– habla de las mismas cosas que hablamos nosotras, ni ha descubierto lo que descubrimos nosotras. Por lo tanto, nadie es tan interesante.
Sólo nosotras nos quedamos absortas conversando –mano sobre mano, como nos decía la mamá de Jose– y lo disfrutamos, porque en esas horas de charlas y reflexión, una es espejo de la otra y así, cada cual, va construyendo, pieza a pieza, el rompecabezas que alborota nuestras vidas.

Soñamos juntas: con hijos, con una familia, con un Hombre. Nos inventamos, siempre, la mejor de las vidas. Y mientras, nos vamos enamorando: Enrique, Canito, Miguel, Juan, Gustavo, Álvaro, Carlos.

En las fiestas, ella reluce porque es risueña, porque se ríe, porque es vital, porque sabe con qué coquetear, porque baila bien; en cambio yo, como soy alta y flaca –aunque mis caderas son un poco anchas y hacen que me sienta fuera de caja– y tengo ojos desteñidos, me siento poco graciosa, y entonces me escondo detrás de otras cosas: de la intimidad, del abrazo, de la amistad.

Nuestros diarios íntimos parecen, aunque nosotras no. Sentimos la vida con la misma pasión; sufrimos cuando hay que sufrir, nos juramos amor eterno en las buenas y en las malas, nos cuidamos; nos queremos. Y las dos tenemos a un dios que nos sirve para legitimar nuestros deseos, anhelos y frustraciones, y para que escuche –siempre– nuestros tartamudeos interiores.

A veces creo que buscamos lo aún sin nombre. Y que en el destino azaroso, impredecible, ponemos la esperanza. Y si una certeza tenemos, es la de sabernos dueñas de una amistad que nos ampara, que no nos deja indefensas ante el mundo, que nos permite construir nuestra vida en rosa, a pesar de la sospecha –casi la certeza, por qué no decirlo así– de que nadie, nadie... sabe en realidad cómo vivir.
Hoy sólo nos importa narrar nuestro presente.

II


Jose y yo ya somos mujeres adultas. Hace unos meses, cuando yo cumplí años, me dijo: “ vos sos la persona de la cual hace más tiempo que soy amiga”. No voy a decir que hemos recorrido, muchachas –ella y yo–, un largo camino, porque no me gusta recurrir a lo ya dicho, cuando hay tanto aún por decir.
Y entonces digo que: Yo sigo con mi aire melancólico (soy una mujer posmoderna, puedo decirlo así) y ella con su risa plena, pero las dos sabemos lo que hay en el corazón de la otra.
Que ella sea de Cáncer y yo de Escorpio nunca me dio más pistas de las que supe encontrar en su forma de nombrar cada palabra.
Que yo sé de sus pulsiones y ella de las mías; que en nuestras horas de negros descensos, sabe ella, y sé yo, encontrar la punta de ovillo y desmarañar así, poco a poco, lo que la vida a veces convierte en revoltijo.

Que pasamos algunos años más unidas que otros, porque la vida así lo quiso: yo, aquellos años jóvenes y efervescentes, cuando lo más importante para mí estaba lejos de mi barrio y de mi infancia. Entonces no fuimos receptivas a las ideas de la otra ni a sus recorridos, ni a sus vivencias. Pero no importó. Después vinieron años de andar por otros mundos: ella en París; yo, por otros lados. Algunas cartas iban y venían, como vinieron los hijos y los años.

Digo también que cada una tiene al hombre a su lado, con sus luces y sus sombras, pero digo también que ahí están, con más luz que oscuridad cuando la propia penumbra ahoga. J. y J. tienen en común dos cosas, sólo dos; la jota que los nombra y la amistad, libre de ripios, de las mujeres que quieren.
Que ciertos nombres suenan para ella y para mí como la canción de las sirenas, no hace falta que lo diga: cuando nombramos a los hijos, nuestra piel se regocija.

Y si voy a decir todo, digo también que tantos años de amigas-para-siempre nos convirtieron en dueñas de un lenguaje propio.
Si ella llama y dice: “¿En qué andás, Estre?”, yo sé que estamos un poco perdidas y que un paso habrá que dar; no importa quién, porque como en el juego de la oca, lo importante es avanzar un casillero, siempre avanzar: yo hacia ella, ella hacia mí.

En días desapacibles, sabemos que una buena conversación será lo único que dará cuerpo y calor a una mustia tarde gris; que un cafecito mañanero en algún bar de nuestro pueblo podrá ser lo que necesitamos cuando la escala de nuestras autoestimas tambalea sin razón; sabemos también que cuando hablamos por teléfono, mientras una revuelve la cazuela del día y la otra acomoda zapatos tirados por toda la casa, somos capaces de reírnos a carcajadas de nuestros propios modos de estar en el mundo. Y que podemos pasar del tema más profundo y escabroso, a preguntarnos qué nuevo producto salió para el pelo o dónde comprar lo que haya que comprar.

Digo que me gusta de ella su espontaneidad, su falta de disfraz, sus convicciones, su humildad. Pero lo que más me gusta –porque me hace reír, porque me divierto, porque veo por un rato el mundo desde otra perspectiva, porque su mirada no es la mía, pero es la de ella , la de mi mejor amiga–, es el fluir de su conciencia. Dice cómo sólo Jose puede decir, y uno entonces participa del más maravillo monólogo interior que, en nuestro caso, se escribe de a dos.

Digo con orgullo, que a esta altura podemos afirmar que jamás nos juzgamos, a pesar de nuestros muchos tropiezos; que nunca quisimos ser modelos para nadie, mucho menos, para nosotras mismas. Que si algunas certezas tenemos, una de ellas es la de sabernos amigas.

Y cómo no decir que apostamos a mucho más: por qué no, a reírnos de los próximos y múltiples achaques, a alegrarnos con cada logro de uno de los nuestros, a liberarnos, finalmente, de nuestras heridas más hondas; a seguir viviendo con coraje.


* sí, es muy largo, ya lo sé. Pero esto lo tenía y por primera vez no se me ocurrió nada para hoy, ¿será el calor?

8.1.10

Buen fin de semana


"Las ciudades lindas son aquellas en donde uno ha sido feliz, y las feas, en donde uno ha sido desdichado".

Mempo Giardinelli

7.1.10

Enero en Buenos Aires


Hay una linda brisa esta mañana.
Bajó la temperatura de los últimos días. Ya no anda en el aire esa humedad tropical, y los verdes de las plantas y los árboles volvieron a lucir frescos, casi crujientes.
Dan ganas de tomarse todo el aire, sacarse de una vez el vestidito ése, el que se usa hasta en noches de calores bochornosos.
Celebro estos amaneceres que de prepo quiebran el continuo, lo que venía siendo, para convertirse de golpe en otras formas del día.
Como el de hoy, que se siente la brisa en el cuerpo, que nadie implora por lluvias que alivien porque ya llovió, que espero en la mesa de un bar que abra el Banco, que espío en el kiosco de revistas y veo el rostro de un Sandro rodeado de muerte, que escucho que no hay luz en la provincia de Corrientes, que Redrado dice que no se va, que leo noticias de una Madrid helada, que el hombre de la mesa de al lado se escarba la nariz, sin disimulo.
Allá él con sus modales.
Otra bocanada de aire límpido me alcanza y sobra para disfrutar de esta mañana de enero en Buenos Aires.

5.1.10

Diálogos XVI


Hace un año, compramos un Gol de la época de Matusalén. No sabíamos que no es negocio comprar un auto tan viejo. Nos los vendió el señor A.
El auto no anduvo ni para atrás ni para adelante. Fuimos probamos con tres talleres diferentes, y ninguno dio en la tecla. O si daba en una tecla, a los tres días colapsaba la siguiente. Es decir: el pobre auto andaba tres días a los ponchazos para ir a parar diez al taller.
Uno de mis hijos, harto de ponerle plata, decidió venderlo. Lo llamó al señor A., y el vivillo señor A. le dijo que de ninguna manera tomaba ese auto.

Ok. Pensé yo. Mi hijo no tuvo paciencia para dialogar en buenos términos con el señor A.
Así que ayer lo llamé por teléfono yo.

- Hola, quisiera hablar con el señor A.
- Sí, soy yo, ¿quién habla?
- Soy fulanita de tal, mirá te llamo porque el auto aquel que te compramos hace un tiempo resultó un problema, así que quisiéramos venderlo.
- YA LE DIJE A TU HIJO QUE YO NO VOY A TOMAR ESE AUTO EN ESE ESTADO... (pongo mayúsculas, porque el hombrecito gritaba).
- ¿En qué estado? si el au...
- MIRÁ, QUÉ TE CREES, YO SÉ CÓMO LO VENDÍ Y VI EN EL ESTADO EN EL QUE ESTABA...
- Dejame hablar, dame cinco minutos por favor...

Y entonces pude, a las apuradas, contarle que el auto nos había dado muchos problemas y que el mal estado del que hablaba no era más que el causado por el año que pasó, que el auto no había tenido ni medio choque, que casi no transitó por las calles y que, además, se le habían arreglado unas cuantas cosas.


- MIRÁ, YO SÉ CÓMO ESTABA EL AUTO ¡¡Y ASÍ NO ESTABA!!
- A ver, decime qué le viste al auto...
- eh...
- ¿qué notaste diferente?
- ehhh, QUÉ TE CREES, ¿¿¿QUE YO LE SAQUÉ UNA FOTO???
- Bueno, entonces tendrás que creerme, ¿por qué no vas a creerme?, te estoy diciendo la verdad. Además, te estamos proponiendo que lo pongas a la venta, nada más...
- NO, NO, NO, ESE AUTO ASÍ NO LO TOMO, NI LOCO LO PONGO EN LA PUERTA DE MI CASA...
- ... pero si ASÍ nos los vendiste...
- NO, NO ESTABA ASÍ.
- ¿Me estás diciendo que soy una mentirosa?
- MIRÁ, ACABEMOS CON EL TEMA, TENGO MUCHAS COSAS QUE HACER....
- Realmente, no puedo creer que existan hombres como vos...
- SÍ, ¡¡¡EXISTEN!!!

Y me cortó.

Por supuesto que lo volví a llamar pero el cobarde desconectó el teléfono, así de fácil.
A la tarde llamé, me atendió un empleado y le dejé dicho que necesitaba terminar la conversación con él, porque me había cortado y me había dejado con la palabra en la boca.

Hoy a la mañana tampoco me quiso atender el muy cobarde, así que me fui hasta su oficina/casa.


Me atendió la empleada, me dijo que él no se encontraba, que estaba la esposa. Le dije que lo llamaba después, y cuando me estaba despidiendo, apareció muy campante, con una bolsita de repollitos de bruselas en la mano, el insoportable señor A.

- ¿Sí?
- Hola, ¿vos sos D. A.?
- Sí...
. Yo soy Estrella (je) y...
- YO NO TENGO NADA QUE HABLAR CON VOS, DESPUÉS DE TODO LO QUE ME DIJISTE AYER...
- ¿QUÉEEE? ¿de lo que te dije yo? ¿qué te dije yo?
- QUE PENSABAS QUE NO EXISTÍAN LAS PERSONAS COMO YO...
- Bueno, vos me trataste como a una mentirosa, no fuiste nada amable.
- ANDATE... ¡¡¡SOS UNA LOCA!!!
- ¿Podemos hablar tranquilos, tomar un café?
- ¡¡ANDATEEEE!!

Y el cobarde entró en el jardín de su casa. Yo lo seguí, entonces me cerró una puerta de rejas en la cara, me aplastó el brazo contra la cerradura al cerrarla y me dejó, además de al otro lado de la reja, un flor de moretón.

Desde ahí, alcancé a decirle antes de que entraba y de que viniera el portazo:

- Mirá, vine porque pensé que quizás tenías algún problema personal y ayer te agarré nervioso, ¿podemos HABLAR?
- ¡YO NO TENGO NINGÚN PROBLEMA PERSONAL!

Portazo.
Toco el timbre, de rabia, de impotencia.
Sale:

- ¡Y ANDATE PORQUE VOY A LLAMAR A LA POLICÍA!
- Llamala, acá te espero hasta que me escuches.
- ANDATE QUE TENGO TESTIGOS...
- ¿¿?? ¿Testigo de qué? ¿de tu mal trato?... ¿vos sos socio de x Club (el mismo club que yo, lo supe porque tenía la calcomanía en el auto; club conservador, de gente "correcta").
- sí.... (ahora no gritó)
- ¿y vas a misa?
- sí...
- Pues no parece...

Entró de nuevo.
Con la vena carótida que me latía de rabia (¿es la carótida?), y lamentando no ser un hombre, me quedé un rato más en la puerta, escribiendo una notita. Al rato sale el cobarde, ni me mira, se sube al auto y se va.


Termino de escribirle lo que le quería decir, para que no me quede el grito atragantado (que nunca un HOMBRE me había tratado de esa manera, que además de una ex cliente era una mujer y que no se deja a la gente con la palabra en la boca y bla bla).

Cuando estoy caminando hacia la esquina, me lo cruzo al cobarde que volvía a su casa, esta vez, sin la bolsita de repollitos. Pasó mirando hacia el horizonte, ignorándome, claro. Me di el gusto y le grité:

QUÉ POCO HOMBRE SOS.

Y me volví a casa, con rabia.

Y una vez más confirmo mi teoría.

¿Por qué, pueden ustedes explicarme, por qué, la gente más agresiva, que chumba de entraba, es la que se OFENDE cuando les decís ¡BÚ!?


He visto esto hasta el cansancio. Atacan con todas sus ganas y después se hacen los ofendidos, como si fueran carmelitas descalzas, cuando uno les DEVUELVE el chumbazo. Y te dicen "loca", o algún otro adjetivo descalificativo, como para sacarte de la cancha, sin más.

No sé si alguien terminó de leer este episodio tan desagradable. Pero a mí me hizo bien el relato.
Inspiro y expiro, me relajo, y pienso en el pobre señor A., cuando me lo cruce en el correcto club y, con mucha amabilidad, me acerque a decirle: Señor A., es usted un cobarde y un maleducado. Y veré, claro, una vez más, cómo cacarea el muy gallito.

4.1.10

Demasiado lindos, ¿o no?

El sr J. y yo nos hemos enganchado con la serie The Tudor. Es la primera vez que vemos algo así juntos, pues discrepamos en nuestros gustos cinéfilos. Somos una pareja al revés: yo apunto a los policiales, adoro los embrollos de las mafias, y me inclino por la pura ficción. Él, en cambio, a pesar de su personalidad combativa, se le erizan los pelos frente al primo disparo y elige, siempre, historias de la historia.

Así que aquí estamos, ya por la segunda temporada de la vida loca de Enrique VIII.

Me enganché, no digo que no. Es una serie "hecha para la TV", es decir, hubo ahí un gran equipo que pensó la manera de no dejarte respirar entre capítulo y capítulo. Pero yo, cada tanto, me despisto, y en medio de los miles de your Majesty y your Grace, se me da por pensar en el revés de la trama.

Por ejemplo.

Una serie no se sostiene como Dios manda si entre sus personajes no hay, por lo menos, un personaje bueno, cosa difícil de encontrar entre Los Tudor. Todos son tan crueles y asquerosos. Apenas logran conmover la pobre Catalina de Aragón y, de a ratos, Tomás Moro, hasta que su obsesión con la Reforma lo lleva a quemar a los herejes a fuego lento. Chau, Moro, no te quiero más.

Otro serio inconveniente resulta plasmar el concepto de belleza de la época.
Digo.
El escaso conocimiento de mundo que uno tiene (corroborado por las imágenes de wikipedia de hoy), nos lleva a imaginar una Ana Bolena de labios finos, frente ancha, raya al medio y dos jopos al costado, nada más lejos de la belleza posmoderna de la Ana que vemos capítulo a capítulo. Si yo fuera Pancho Dotto, la contrataría para las pasarelas del Este ¡ya!

Ni hablar de Enrique VIII. ¿No era gordo y fiero? Jonathan Rhys Meyers tiene una dentadura muy años 2000; yo le hubiera manchado los dientes, incluso, una caries en una de las paletas no le vendría nada mal a la construcción del personaje.

Otro caso que hace un quiebre en la verosimilitud de la historia (no hablo de veracidad, estoy adiestrada en la ficción) es el de Margarita, la hermana del Rey de la sonrisa Kolynos. No sólo porque su boca parece un muestrario de las bondades del ácido hialurónico. No. Sobre llovido, mojado, pues usa el pelo suelto, apenas ondeado a fuerza de buclera caliente, como una de las heroínas de nuestros peludos Valientes. Su rostro es tan pero tan setentista, que no puedo dejar de imaginármela con jeans pata de elefante o fumándose un porro en Woodstock. Muy raro; ni por un minuto le creo a esta Margarita con sus pechos siliconados.

Hasta ahora han pasado tres mujeres por la vida de don Enrique, nos faltan unas cuantas. Hasta el momento y pesar de los años, él sigue muy buenmozo, su dentadura reluce, y sus abdominales no muestran signos del paso del tiempo.
Pero tendrán que envejecer. Muero por ver cómo lo logran. Si es que lo logran, claro.