26.2.10

Buen fin de semana


* ¡Qué melancólicos o radiantes son los días que se equivocan de estación!".

* "Conocí la lujuria en el catecismo blanco de mi primera comunión, que llevaba dibujado en la tapa un cáliz resplandeciente".

* "Existe la tristeza de estar triste, como existe la vergüenza de tener vergüenza".

* "La alegría, cuando nadie la advierte, se aleja con sus innumerables cascabeles".


Silvina Ocampo, Ejércitos de la oscuridad.

24.2.10

Apretando bien las muelas


Dice Vila-Matas que se cansa de buscar, día a día, personas amables. Para qué tanto progreso, se pregunta, si la gente se ha vuelto horrible.
Algo así me está pasando. Tanto, que celebro cuando, por esas cosas del azar, doy con la amabilidad en persona. Me regocijo al punto de celebrar la vida y renovar la esperanza de que no todo está perdido: alguien viene a ofrecer su corazón.
Como si saliéramos a la calle con los botines de punta.
Como si dialogáramos en los blogs con lanza y escudo.
El otro es el enemigo que me invento, que perfecciono a fuerza de pulir sus puntas amigables. Lo refuerzo, lo acorazo, lo lijo al derecho y al revés para deslizarme, feliz, sobre la podredumbre que encuentro.
Entonces, la vida se justifica; tengo un enemigo. Comparto un enemigo. Y escapo de la soledad con el machete en alto.

22.2.10

Más gatos por liebres


Hace unos días, el despistado de mi hijo (perdón, hijo) quiso freír unas empanadas y en lugar de hacerlo en el aceite Cocinero, lo hizo en el vinagre Cocinero. Es que los envases son prácticamente iguales, se quejó.
Y tiene razón.
Y tiene, además, buena vista. Así que, ojo, que no es culpa de los que no vemos bien andar confundiéndose por ahí.

Hay problemas de packaging, díganme si no. Las veces que quise lavarme el pelo con shampoo y me llené de crema de enjuague, porque apenas si se lee el cartelito de"shampoo" o "Acondicionador", en tamaño de letra -2.

¿Las cabelleras andan tan necesitadas de productillos antifrizz, antirrulos, anticaspa, antigrasa, anticolor, antiplanchita, antilisoextremo, anticanas, antipiojos, anticloro, antitierra, anti las olas y el viento? Qué mareo...

Ya nada es sencillo, ni al pan, pan, ni al vino, vino.

Recorrer la góndola de los panes en un súper puede llevarte horas: mix de cereales / sabor casero / salvado doble / con sésamo / rodaje fina / miga aireada / esponjoso y bla bla bla.

Lo mismo en las heladeras, donde, además de las ganas de ponerse una bufanda, uno debe perder tiempo (que ya se sabe, vale oro) en distinguir el yogur NORMAL del firme /bebile / cremoso / con calcio / licuado / aireado / balance plus / fibra balanceada / L casei / omeganosécuánto / desinflate con activia y bla bla bla. Si hasta los quesos untables ahora tienen varias versiones: que suave, que clásico, que liviano, que cero. UF.

Me aburre el supermercado, como para que me compliquen la vida. Ya bastante teníamos con los Mr. Músculos y sus secuaces.
¿Y si volvemos al detergente, la lavandina, el shampoo envase gigante familiar y el yogur comunacho... y se acabó?

19.2.10

Buen fin de semana

"Es probable que una relación adúltera funcione mejor si sólo uno de los dos se queja de las insatisfacciones domésticas. Si ambos lo hacen, difícilmente tendrán tiempo para dedicarse al adulterio en sí".

Engaño, Philip Roth
Foto: E. J. Bellocq. Untitle. 1912

17.2.10

De azules y grises


Enero en Buenos Aires; la ciudad hierve mientras sus grises queman mis ojos. Ya no los soporto, me pesan, me aplastan, como me aplastan las palabras de María: esto no va más, Germán, me voy, te dejo...
Mis zapatos se pegan al asfalto estático y caliente, y el humo porteño me envuelve y me sofoca. Pienso en María, en su mirada siempre enigmática, siempre lejana. Otra vez me lastiman sus palabras como me lastima el sol caliente de esta tarde.

Compro el diario en el kiosco de la esquina y me dirijo sin prisa, casi arrastrándome, a la estación Retiro. En el camino voy cruzando hombres y mujeres que, agobiados como yo, vuelven a sus casas después de un día de trabajo más. Todos cargan tristezas, lo sé, pero el calor sofocante y la humedad que nos envuelve nos hace sentir un poco menos solos, porque esta vez todos somos víctimas impotentes de un mismo y único enemigo: el sol que nos quema, nos derrite y nos consume. Y otra vez María, y las palabras, y la mirada ausente, lejana.

Aflojo la corbata buscando un poco de alivio que no llega. Apenas me siento en el tren, abro la ventana con fuerza, enérgicamente, aferrado a la ilusión de encontrarme con una ráfaga de aire seco, pero en cambio entra, arrollador, un vaho húmedo, caliente, que huele a enero en Buenos Aires.

Una mujer gorda y desgastada se sienta frente a mí. Siento su respiración entrecortada. Con la mano izquierda se pasa un pañuelo descolorido y pegajoso como la tarde por su frente mojada, y con la mano derecha agita, sin fuerzas casi, un abanico improvisado con un par de hojas de diarios viejos. Los ojos, rodeados de gotas de sudor espesas como lágrimas, miran hacia un lado y hacia otro, suplicantes, y después los cierra y echa su cabeza hacia atrás, mientras resopla una y otra vez.
Me doy cuenta de que su presencia me molesta. No la quiero cerca de mí. Me levanto, pido permiso y salgo..
Busco otro lugar pasa sentarme, pero todos están ocupados. Me paro al lado de la puerta y apoyo la espalda en el respaldo del último asiento. Enfrente, dos hombres jóvenes se quejan del calor, al tiempo que acercan apenas sus cabeza transpiradas al vidrio sucio y tibio, buscando desesperadamente algún indicio de alivio en el horizonte.
Al rato me aburro de escucharlos... y entonces las palabras de María resuenan otras vez en mis oídos pero ahora penetran hasta el fondo y es como si por unos instantes accediera a la real y dolorosa dimensión de lo que ellas significan para mí. Y lloro, y aprieto mis ojos con fuerza.
Una mujer se para a mi lado. La miro de reojo mientras seco mis lágrimas y la examino, buscando tal vez despejar mi cabeza y olvidarme por unos segundos de María, del calor, de la pesadez, de las palabras, de la soledad, de la humedad aplastante de este enero en Buenos Aires.
Veo su perfil y el auricular que cuelga y se enrosa por entre mechones de pelo casi rubio. Es linda, a pesar del calor, de la asfixia. Su brazo desnudo toca mi brazo; al rato se separan y se vuelven a tocar siguiendo el movimiento rítmico del tren y de nuestros cuerpos que lo acompañan resignados. Escucho algunos acordes de la música que disfruta, una melodía un tanto sincopada, un piano que clama por lluvia, un blues que se me pega en las entrañas y que se suma al traqueteo del tren y a nuestros cuerpos acompasados. Su piel húmeda roza mi camisa mojada, y mi brazo, mojado también, busca esa humedad pegajosa y sensual que me hace revivir, que me da aire y abre mis pulmones. Entonces la siento sonreír. No quiero mirarla pero todo mi ser me traiciona y la miro, y veo unos ojos cálidos y claros, que me conmueven y me despejan. Sonrío sin pensar, como se sonríe en días felices.
Gotas de transpiración caen desde su frente y las veo recorrer la piel blanca y joven hasta acomodarse, graciosas, sobre su boca; y la veo después pasándose la lengua por los labios mientras todo su rostro se frunce en un gesto casi cómico. Otra vez sonrío. Ella entonces se quita uno de los auriculares que cae sobre su hombro desnudo y con gesto familiar me lo ofrece. Te va a gustar, dice.
Escuchamos en silencio, pero nuestros brazos siguen en contacto y mi sonrisa sigue a su sonrisa.
El tren detiene su marcha en la anteúltima estación. Las puertas se abren cuando nuestros cuerpos detienen también su movimiento. Entonces me animo y le pregunto.
¿cómo te llamás?
Azul, contesta, feliz.
De repente y desde el horizonte, nubarrones negros avanzan velozmente sobre la ciudad que hierve. El cielo se estremece.
Por fin va a llover, dice Azul, y me mira.
Por fin, le contesto.
El tren entonces reanuda su marcha. Nuestros brazos vuelven a tocarse. Un contrabajo sordo festeja la lluvia estrepitosa que cae con fuerzas sobre el tren, en esta tarde casi azul de enero en Buenos Aires.

15.2.10

Cámara encima

En una conversación de tres, rotar los temas para que cada quien tenga su: "yo...".

De golpe, la humedad se hace humo, las nubes vuelan hacia el sur, y un cielo estrellado aparece, como perfecta escenografía de la noche.

El más lindo baila con la más linda. Los otros observan y se preguntan cómo será.

Entra en la heladería como quién ingresa en un Spa: tantas son sus ganas.

Trabajan en la tele: se saben una raza aparte; se agrupan, se alaban, se traicionan, se abrazan, se reconocen, se buscan, se codifican, se enredan, se celan, se aglutinan, se nombran, se agrandan, se alambran, se aparean, se mimetizan, se escudriñan, se hermanan. Se convierten en cómplices, en todos para uno y uno para todos, en soldados con insignia, en mejores, en envidia. Ya no son anónimos ni gente ni pueblo ni target ni ABC ni público ni estadística.

El hijo, apenas un niño, ya con la postura en el cuerpo del peor tirano de Latinoamérica.

Sentir enorme piedad por el viejo que trastabilla en las calles rotas por la mañana y que, por la tarde, se sienta antes el horroso noticiero. Por la noche, se va a dormir sin entender el mundo en el que vive.

Tratar de imaginar en qué piensa esa mujer que piensa siempre en ella y no encontrar la respuesta.

Ver a los artesanos como bolas sin manija. O se es artista o se vira hacia el emprendedorismo más marquetinero, se piensa y no se dice.


Foto del blog CÁMARA ENCIMA.

12.2.10

Buen fin de semana

Subrayados al paso:
"No es que Ulises naciera predestinado a mares tan enfurecidos que lo hiciesen naufragar en todas partes: es que se mareaba".

"Dicen que Crates, viendo un día a un joven que paseaba apartado, le preguntó qué estaba haciendo allí, tan solo.
- Hablo conmigo mismo, le respondió.
- Pues te ruego que estés muy atento, no vayas a estar hablando con un hombre malo".

"No hay nadie que no sea lo suficientemente fuerte como para causar daño".

"Sólo alcanzarás el bien una vez que hayas alcanzado la razón".
Cartas a Lucilio, Seneca.

10.2.10

Resabios de la infancia


Mis hermanos y yo nos reconocemos en ciertas taras. Por ejemplo, todas o casi todas (hablo de las mujeres, en este caso) odiamos cortarnos el pelo. La culpa es de nuestra madre, alegamos cuando somos atacadas, que nos obligó al mismo corte a lo Colón durante años y años, en épocas en las que una niña no tenía ni voz ni voto. Nos llegó la hora de la revancha, decimos: aguante el pelo largo.

También nos parecemos en nuestro gusto por el adentro. Será, suponemos, porque nos obligaban a salir al jardín a disfrutar del sol, siempre a cielo abierto, cuando nos queríamos quedar a la sombra del living mirando la películas de cine argentino a las 3 de la tarde. Por esa misma razón, en verano odiamos las chicharras; preferimos el perfume del espiral puertas adentro.

Hay otra tara, producto de una marca a fuego lento: tenemos un problema con el baño y con las toallas. Mi madre tenía una obsesión o, simplemente, no quería pasarse la vida lavando toallas. La cuestión es que la amarreteaba sin pudor y más de una vez te tocaba en el reparto ésa, la casi transparente de tanto uso, que apenas secaba.

Nuestros baños diarios debían ser cortos, urgentes, exprés.

Al rato de abrir las canillas ahí llegaba el toc toc de la madre obsesionada. Cuestión es que, en el apuro, apenas nos secábamos y de paso nos liberábamos de usar la toalla transparente.

Hoy todas nos bañamos y apenas nos secamos. Un rareza familiar, como una marca de nacimiento.

7.2.10

De cómo pasear en tiempos de penurias


Este enero de 2010 he inaugurado, oficialmente, una nueva modalidad de lectura: la de leer dos, tres o cuatro libros al mismo tiempo. Cierto que alguna vez lo hice, pero no de esta manera, así, abiertamente, sin culpas.

Entonces digo, muy suelta de cuerpo y a pesar de la certeza de que el gran yupi objetará mi modo de leer y lo leído, que éste ha sido un mes de lecturas fructíferas, por lo menos para mí, que es lo que importa. De manera descarada, he entrado en fecundo diálogo con dos o tres autores al mismo tiempo, y de este diálogo es de lo que quiero hablar en el post de hoy.

Veamos primero los títulos, y después, si es que logran llegar más allá, lo que dijo uno y lo que dijo el otro.

- Vínculos, Isabel Fonsceca (prosa entreverada, quizás, una mala traducción).
- La liebre, César Aira. (Como leer Ema, la cautiva).
- Más liviano que el aire, Federico Jeanmaire. (Me quedo con sus otras novelas).
- Milagros de vida, J.G. Ballard. (Muy bueno).
- Jardín de Cemento, Ian Mac Iwan. (¡Muy bueno!, ¿cómo no lo había leído?).
- Muerte en la clínica privada. P.D. James. (Lo abandoné, no tuve paciencia ni para descubrir al asesino, ¿alguien sabe quién fue?).
- Venezuela, ¿la revolución por otros medios? Autores varios.
- Ecce homo. Friedrich Nietzsche (En proceso: una maravilla).
- Invisible. Paul Auster. (En proceso y disfrutando cada página).

Y termino con dos libros pequeñitos: Pasear, de Henry D. Thoreau (regalo de mi amiga A., que vive en España) y Cartas a Lucilio, de Séneca (recomendación de F., de La Lectora Provisoria), pues han sido estos autores los que han dialogado conmigo este verano en La Pedrera.

Leo que ya en el mil ochocientos y algo Thoreau despotricaba contra el mundo. El libro todo es una gran oda a la Caminata, así, con mayúsculas. Al arte de Caminar. ¿Qué es eso de pasear para hacer ejercicio,como quien toma una medicina?, protesta el hombre. El Caminar es parte fundamental de la aventura de vivir.
Qué cerca del bien está lo bello; qué cerca de lo salvaje, también, exclama Thoreau, mientras sale a pescar belleza en medio de pantanos y bosques impenetrables.

Con exacta vehemencia acusa a la civilización, al hombre que está quieto, al sumiso. Tanto, que mira sin entender a aquellos que se quedan en sus tiendas desde la mañana a la noche, sentados con las piernas cruzadas, como si las piernas estuvieran hechas para sentarse y no para caminar. Y semejante desprecio lo lleva derecho a la cruel admiración, ya que les reconoce a los hombres quietos el mérito de no haberse suicidado.

De ahí, paso a Séneca, el estoico, y sus Cartas a Lucilio.

De la desmesura a la austera serenidad.
De los signos de exclamación al punto y aparte.

Séneca le dice a su discípulo que deberá llevar sus riquezas intactas a través de ciudades en llamas. Riquezas como el valor, la prudencia y la Justicia; entonces nadie podrá quitárselas.
También dice, ya en el año 4, que el alma del hombre corriente está enferma. Thoreau y Séneca acuerdan en este punto; mientras uno se lanza a la aventura del paso a paso, el otro se refugia en la Sabiduría más pura, esa que está dentro de los límites del propio ser.

Pero Séneca no es un moralista como parece serlo Thoreau. No ve, una y otra vez, el error en los otros, no se aleja, no es sectario como el buen naturalista que divide al mundo entre caminantes y no caminantes, mientras se le infla el pecho al grito de tan extrema postura.
Entre sus consejos, Séneca le sugiere a Lucilio que busque y ejercite la paz sin separarse del mundo. Que pise territorio enemigo no como tránsfuga sino como explorador. Que el mundo está regulado por la Naturaleza, le recuerda: al cielo tormentoso le sigue el sereno, el mar quieto de golpe se agita; los vientos soplan desde el Norte y mañana, del Sur.
Porque la vida es como es, nacemos y morimos. Mal soldado es el que sigue al general a regañadientes. Ojo, le dice.
Hoy, digo yo, subiríamos los hombros y suspiraríamos resignados. "Hay lo que hay" o el más sabio "es lo que es"; o por qué no, un "nadie nos prometió un jardín de rosas" o hasta el básico entre los básicos: "así es la vida, no hay tu tía o qué se le va a hacer".

Si tuviera a los dos autores frente a mí para elegir de la mano de quién cruzar los charcos, no lo dudo. De Séneca. La vehemencia de Thoreau, lejos de invitarme al paseo y a la aventura, me rebela al punto de esconder mis manos detrás de la espalda.
Al menos conmigo, a Thoreau le salió el tiro por la culata. Acá me quedo por hoy, sentada con las piernas cruzadas.
Además, no para de llover.
O tal vez Robert Walser me encamine por la buena senda una vez que el sol vuelva a salir.
Foto: Magdalena Sororndo.

5.2.10

Buen fin de semana y algo más


La foto de la semana: B.B.

Lo mejor de la semana: el recuerdo de Uruguay.

Lo peor de la semana: el calor, la humedad, la conferencia de prensa de CK.

La cita de la semana:

"Una comida fuerta es más fácil de digerir que una demasiado pequeña. Que el estómago entre todo en actividad es el primer presupuesto de una buena digestión. Hay que desaconsejar aquellas aburridas comidas que yo denomino banquetes sacrificiales interrumpidos.
No tomar nada entre comida y comida, no beber café, el café ofusca. El té es beneficioso tan solo a la mañana. Poco, pero muy cargado; el té es muy perjuidicial y estropea el día entero cuando es demasiado flojo".

Friedrich Nietzsche, Ecce homo.

Foto: otras increíbles, acá.

2.2.10

Ya febrero...

Estuvimos recorriendo Uruguay durante 10 días, invitados aquí y allá. Fueron apenas 10, pero a mí se me hicieron más de 100. Porque descansé, porque conocí lugares bellísimos. porque cada nuevo lugar y cada nueva gente me sorprendieron para bien, jamás para mal.
Dormimos algunas noches en un cuartito caluroso en La Pedrera, pero no nos importó porque ahí estaba el mar y, a la tardecita, las calles agrestes con sus casas al tun tun, como si no les importara nada cuál era la más linda.

Otros dueños de hermosos parajes nos recibieron con una calidez insospechada y nos despidieron con abrazos felices.

Descubrí una versión desconocida de mi hermano menor, que resultó ser, además de un brillante e improvisado cocinero, un nadador incansable. Ahí iba él, con toda su facha a cuestas, dando brazadas, una y otra vez, en dirección al fin del mundo.

Hubo noches de luna llena, encuentro con amigos, lecturas.
Hubo campo con perfume de eucaliptus y naranjeros en flor.
Ya les contaré más, en cuanto termine de poner la casa en movimiento y en cuanto despache un trabajo que acaba de entrar. Una pena... estaba para seguir con el envión oriental.