30.6.10

A brillar, mi amor

♫ Soñar, ♫ soñar no ♪ cuesta nada ♪, dice la canción. Pues sigamos soñando, total, tenemos con qué. Y si no se nos da, ok; pero ojalá que no haya llantos porque, la verdad, es que no los entiendo. Si compiten A y B, y A gana, a B le tocará perder. Si de los más de 30 equipos llega a la cima sólo uno, no entiendo la sorpresa. Claro que no soy deportista, y desde ese no-lugar miro este Campeonato.

Veamos:

Sigo con extrema atención cada gesto de los directores técnicos. El otro día el pobre Bielsa estuvo al borde del colapso, me pregunto cómo sobrevivió su agitado corazón.

Otros saltan, aprietan los puños, agradecen a los santos de todos los cielos, celebran a abrazo partido. El DT español más que un DT parece un señor peluquero a la espera de clientes en su salón del barrio. El pícaro brasileño espera confiado, el muy canchero. El de Paraguay (que me dicen que es argentino), me resultó casi un sabio de la humildad en su conferencia de prensa.
Maradona brinca, salta, y todo su cuerpo dice: "¡Tomá"! Diego tiene su estampa en la cancha, por Maradona y por más: le sienta esa barba a su porte de gallito de corral. Me gusta cuando besa a sus jugadores antes o después de cada partido, como si todo su saber maradoniano estuviera ahí, en ese gesto paternal. Pero sufro si es que el hombre se levantó con la pata izquierda y con la susceptibilidad a flor de piel. El Diego quisquilloso y patotero, el que habla como si tuviera un algo atragantado en la garganta me ponen en alerta; si hasta a una ama de casa la critican cuando el bizcochuelo no le sale espumoso... vamos, que Diego tiene espaldas para aguantar las estocadas.
¿Se viene el compilado de los DT? Si yo fuera cineasta, me haría un festín. Pienso en el tema musical que debería sonar de fondo. Lo tengo: La gran bestia Pop de Los Redondos, pero sólo la parte del estribillo: ♪ A ♫ BRILLAR ♪ MI AMOR, ♫♫ VAMOS A BRILLAR MI AMOR ♫.

28.6.10

Ni muy muy ni tan tan 3

Este post no tiene otro contenido que estas ganas de contarles que:

1) Estamos felices porque ganamos contra México.

2) Que estamos muertos de miedo porque jugamos contra Alemania.

3) Que este blog acaba de cumplir tres años, después de haber publicado 505 entradas.

Que estoy muy agaradecida con todos y cada uno de ustedes, buenos amigos que me acompañan en los bueno y en los malos post.

Vaya este especial agradecimiento a koba, angelina, Carlos G, Herida de Paris, maría, Conocido de la vida, yupi, lord, Mickey, Jorge y sus distintas versiones, juli, Jotafrisco, Betina Z, Claude, Mary Poppins, Yoni Bigud, mili, Matías F., Lirium, AM, donde, Enter, stella, condesa sangrienta, josé soriano, M.T., Marina, Wonder, ángel eléctrico, glenda, J, dr 7, filo, Lirium, Nadie, marcela, ceci, Gamar, Jorge Arce, Rodolfo, Podredumbre dorada, lucía, janfiloso, Ernesto Ugarte, lexi, minombre, loitt, Pepe Palermo, Pustulio, Esperando la carroza, cris, magu, nada se pierde, Winter, caia, maray, fersita, Mael Paul Veaux, candorosa, adenoz, mensajero, ana, angie (H), ati, bernie, reina, MM, buzer, talle small, rodolfo, claude, magah, poeta, malena, Cass, Waitman, viejo agustín, fede, Emiliana, galois, Gemma, juanma, marmottan, Mr Halls, Nippur, Occam, Pablo Franko, Pablo V., Verde manzana, Mishiguene kop, lola, sapaflor, girlontape, Anónimos Buenos y todos los SEGUIDORES. A los malos, ni la hora.
Gracias también a los fotógrafos: Magdalena Sorondo, Alejandro Guyot y Gualterio Pulvirenti, a quienes les suelo robar sus fotos.
Para koba, galois, stella, Jota y Enter: un doble agradecimiento por el soporte técnico en épocas de penuarias.

A todos: ¡Muchas gracias por la buena compañía!

Y les dejo de regalos estas estrellas... ¡porque estamos contentos! Quién lo hubiera dicho. Yo, no.

25.6.10

Para un feliz domingo (qué importa el sábado)


"El domingo contra México... ¡mamita querida!".
(Los amantes del fútbol).

23.6.10

Un día de fiesta le gusta a cualquiera

Que bueno sería vivir en estado de Mundial.
Un mes libre de rutinas, a pura celebración, siempre que los astros nos acompañen.
Yo no sé nada (pero nada) de fútbol y me divierto igual. Es que hay algo en el aire, uno se levanta a la mañana y piensa: qué pasará. Y el mate y las medialunas alrededor, y los amigos o hijos que vienen y van. Los varones se salen de sus quicios, le gritan a la pantalla, se paran en patota agarrándose las cabezas, bufan, suspiran, gritan carajo. Algunas mujeres también, pero otras solo quieren ganar para que todos se vayan felices y contentos.

Todavía tengo el recuerdo del aquel Mundial del 2002, cuando andábamos todos tan tristes. Me acuerdo que pensaba en lo bien que nos vendría ganar. Pero nada, otro bajón sobre el bajón.
Hoy hay fiesta sobre fiesta, porque venimos con el envión de los días del Bicentenario; el grito de Argentina lo tenemos ahí, en la punta de la lengua.
Las mujeres de mi casa nos entretenemos entre jugada y jugada. Que Demichellis se hizo el planchado definitivo, dice L., y que el arquero está para hacer cucharita en una tarde de lluvia, le contesta B. Que Tévez es lo más, que a Palermo lo rebanco, que por qué bien por Pastore, si no hace nada; que pobre, fue sin querer, a cualquier le puede pasar, siguen interrumpiendo ellas, mientras el pequeño B., con sus cinco años, revolotea por la casa pero en cuanto escucha que se mueve el gallinero corre y pregunta: "¿Gol de angelitodemaría'". No, de Angelito no, le contestamos. Pero él insiste y vuelve al raro: "¿Gol de angelitodemaría?". Es que más que el jugador, le gusta la palabra que lo nombra.
Hoy es miércoles, faltan algunos días para el domingo. Qué felicidad la de la espera.
Qué felicidad.

21.6.10

Algunos recuerdos más


Llegamos a Ciudad del Cabo una mañana de marzo. La mayor de mis hijas, de apenas 3 años, no se sorprendió ante los hombres de color que circulaban por el aeropuerto, solo preguntó, como pregunta una niñita de esa edad: "¿Por qué esos señores son verdes?". No se qué habrá visto, pero eso fue lo que dijo.

Me acuerdo que, al tiempo de llegar, además de lo maravilloso del entorno y la crueldad inexplicable del apertahaid, me sorpendieron ciertas costumbres, nuevas para mí.


1) El consumo estrepitoso. "¡A comprar!", parecía ser el grito de largada de todos los sábados en los centros comerciales. Nosotros veníamos de una Argentina en donde había que rebuscárselas para llegar a fin de mes, de ahí nuestra sorpresa y nuestro temor cada vez que sacábamos la tarjeta de crédito, a pesar de las mil cuotas, toda una novedad para nuestra costumbre inflacionaria.

2) Nos costó adapatarnos a los horarios, pero lo logramos, no sin cierto esfuerzo. Cenar a las siete de la tarde se nos hacía complicadísimo, pero no queríamos parecernos a esos argentinos nostalgiosos que seguían con sus relojes clavados en el horario patrio. Así que apechugamos, aprendimos, y hasta le encontramos el gusto después del primer año.

3) En Ciudad del Cabo, nunca, jamás, un hombre piropea a una mujer.
El piropo, simplemente, no existe.
Una tarde íbamos tan tranquilos caminando por la costa, lugar donde se juntaban los surfers en verano y en invierno. Cientos de jóvenes en sus veintes o treintas, atentos al estado del mar y de las olas. En eso, vemos que avanza hacia nosotros una de las mujeres más monumetales que yo haya visto en mi vida. "Atenti", le digo a J., "vas a ver como nadie la mira". Dicho y hecho, el minón pasó por entre las hordas de hombres... y nada. Pero nada de nada. En la Argentina se la hubieran comido viva, me acuerdo que pensamos.

4) Una noche una sudafricana me invitó a su casa, porque iban amigas con las que habían formado un Book Club o algo así. Después de hablar un poco de libros y de tomar té o café, una de ellas contó que la hijita estaba con meningitis, internada en un hospital. Las demás le dieron dos o tres palabras de aliento, y siguieron hablando de otros temas. Yo me quedé muda, no hacía más que mirarla hasta que me animé y le pregunté cuántos años tenía la hija. Me contestó que apenas cuatro. ¿¿Y está sola??, volví a preguntar. "Sí, claro –me contestó–, llorisqueó un poco porque no quería que yo me fuera, pero me puse firme y le dije que tenía que ser fuerte... y que chau".

Cuando volvía a casa me encontré con la noticia de que a un amigo nuestro, de treinta y tres años, lo había operado de apendicitis y que su madre, de setenta y tantos, se había quedado a dormir con él, y que no le había soltado la mano durante toda la noche.
Ni muy muy ni tan tan.
Díganme si no.
Se acabaron los recuerdos por hoy. Me voy preparando para el partido... ¿lo van a ver?

18.6.10

Cita de fin de semana

Acabo de enterarme de que murió José Saramago.

Una noche fue de visita a la Boutique del Libro de San Isidro. Creo que fue justo el año anterior al Nobel. Lo tuve al lado, bien cerca, y me acuerdo que me llamó la atención su piel. Era ya un hombre viejo pero no tenía arrugas de viejo, sino más bien una piel gruesa y fresca, que desentonaba con el resto de su apariencia.

Hablaba muy bajito, casi en susurros, en un español desprolijo. Algunas frases se me escaparon, pero recuerdo perfectamente cuando, después de un largo silencio, dijo: "En realidad, todos somos pobres diablos".

Con esta frase lo despido.

Y con esta foto de esa noche, de Alejandro Guyot. No pude encontrar una mejor versión en la web. Una pena. Porque en ese entonces Ale me regaló una muy buena ampliación de esta foto, que hoy sigue ahí, en una de las paredes de mi casa.
Y de paso les cuento que éste es el post 501

17.6.10

Frase célebre de hoy


Lo dijo L.:

"Heinze es lindo cuando corre. Cuando para, no".

16.6.10

Más historias sudafricanas

El mismo día de nuestra llegada a Ciudad del Cabo, llamamos a Martín, el hijo de un amigo de mis padres, que había sido cónsul en Sudáfrica. No sabíamos nada de él, sólo que vivía allí desde hacía años y que estaba casado con una alemana. Fue vernos y saber que seríamos amigos para siempre. Sus años de argentinidad se le adivinaban en los gestos, en la forma de abrazar, en el cariño que nos brindó desde el primer "hola".
A su mujer alemana creo que de entrada no le caímos muy bien: "Típica argentina -dijo- con jeans y pelo largo". Ella era mucho más sofisticada que yo, elegante, siempre vestida como quien vive de cóctel en cóctel. Supongo que le parecimos un tanto rústicos y descontracturados. Un día llamamos a las 9 de la noche a su casa y ella, muy enojada, nos paró en seco: "No son horas de llamar a una casa de familia". Glup, pensamos los dos; pero hablamos igual.

Así nos fuimos dando cuenta de que nuestra manera de ser nada tenía que ver con la de los sudafricanos. Imposible caer en la casa sin avisar o invitarse de un día para otro. La cena a la 6 de la tarde; a la cama a las 10 de la noche; los esperamos a cenar dentro de un mes.

Uno de los programas preferidos de los sudafricanos era juntarse los sábados a la mañana a tomar un desayuno completísimo, con fiambres, scons, salchicas, riñoncitos y exquisitos panes integrales. Yo, debo decir, nunca pude pasar del pan y los scons con mermelada y crema.
No tuvimos verdaderos amigos sudafricanos, solo unos pocos, aquellos que se salían del deber ser capetoniano.

Por supuesto, conocimos muchos argentinos, algunos de los cuales decidimos que era mejor perderlos que encontrarlos. "¡Qué hacemos con este tipo!", me dijo un día J., "si estuviéramos en Buenos Aires no nos daríamos ni la hora". Listo. Y nos dedicamos a evitarlos, pues eran realmente calamitosos. Otros, en cambio, se convirtieron en grandes amigos, como Billy, Marta, y Gabriel, un médico argentino que aún vive en Ciudad del Cabo, casado con una bellísima mujer india.

Cierto es que durante los primeros tiempos en Ciudad del Cabo casi no tuvimos relación con no blancos, más allá de la cajera del supermercado o el hombre de la estación de servicio. Fue gracias a Gabriel que conocimos a otros médicos, negros o mestizos. Era muy impresionante conversar con ellos, saber qué sentía un gran cirujano que ganaba mucho menos que un cirujano blanco o que vivían con la certeza de que, de ninguna manera, podían enamorarse de alguien que no fuera de su condición.

Mi tercer hijo nació allá.
Inexperta y tonta, acepté como obstetra a un doctor que no me gustaba ni un poco. Por miedo a parecer una mujer malcriada que extrañaba a su doctorcito Leopoldo, hice tripas corazón y simulé una conformidad que no sentía. La experiencia fue terrible, pero de eso mejor no hablar.
Durante mis dos embarazos anteriores en Buenos Aires, había ido a clases de gimnasia y preparación para el parto. Todas con nuestras enormes barrigas, haciendo abdominales y ensayando pujos y respiraciones. Cada tanto, faltaba una en la ronda barrigona: "¡¡Fulanita tuvo!!"... y entonces todas nos abalanzábamos para saber más: "¿A que hora nació?, ¿cuánto peso?, ¿en cuantos pujos?, ¿el marido se lo bancó?, ¿rompio bolsa?, ¿le pusieron goteo?"... Y la clase de ese día se convertía en pura fiesta.

Intenté repetir la experiencia en mi tercer embarazo. Era, supongo que pensé, una buena manera de relacionarme con otras mujeres, pero no fue fácil. Un buen día, una no apareció. Habrá nacido su bebé, supuse; ahora nos contarán. Pero nada. Al terminar la clase, me animé a preguntar. "Ah, sí, tuvo ayer", me contestó la profesora. Nada más. No hubo preguntas, nadie quiso saber.
No es que no les importara. Con el tiempo, me di cuenta de que esa aparente indiferencia no era tal, simplemente, eran demasiado respetuosos de la vida del otro, no preguntaban si nadie les daba luz verde, simplemente, por temor a invadir la intimidad del otro.
Decidí capitalizar lo bueno e ignorar lo que no me gustaba. Ciudad del Cabo tenía para mí hermosas montañas, las playas más lindos del mundo, la vida tranquila de una ciudad pequeña. Además, nos gustó sentirnos seres casi anónimos, libres de cualquier pertenencia.
Pasé esos dos años ocupándome de la casa y criando a mis hijas de 2 y 3 años, cosa que me daba mucha felicidad porque creo que nada, pero nada en la vida, me gusta más que los niños. Sin muchos amigos, lejos de la familia, sin tele ni radio, pasaba las horas con ellas. Jugábamos, paséabamos, caminábamos por los bosques, nadábamos en el mar.

Por suerte, me había llevado cantidad de libros y discos, que me mantenían conectada con mis pagos, además de las larguísimas cartas que escribía y las que me traía el cartero todos los martes. Al tiempo el stock de libros se acabó y no tuve otra opción que leer en inglés. Descubrí así a Doris Lessing y a Coetzee, entre algunos otros.
Podría seguir horas y horas, pero se me hace que ya los aburrí.

15.6.10

Épocas de apartheid

Viví dos años en Ciudad del Cabo, uno de los lugares más lindos del mundo, en tiempos del apartheid. Vivíamos en uno de los pocos barrios mixtos –Harfield Village se llamaba– , un suburbio nuevo de casas pequeñas. A dos cuadras de nuestra casa había una placita a la que solíamos ir. Me acuerdo la impresión que nos dio la primera vez que vimos el cartel "Whites only", instalado ahí nomás del los juegos infantiles y cerca de la vereda por donde pasaban caminado los habitantes del barrio mixto: blancos, negros, indios, mestizos. Es decir, si los amiguitos de mis hijas que venían a jugar a casa no eran cien por ciento blancos, no podíamos ir a la plaza con ellos. Exactamente lo mismo pasaba en las hermosísimas playas que rodean el cabo. Playas para negros, playas para blancos.
Una tarde, a los pocos días de llegar, fui al correo a despachar unas cartas. Me ubiqué en una de las filas, hasta que una señora me avisó que estaba en la cola equivocada, que me correspondía la de los blancos. Me puse muy incómoda, tanto, que me fui del correo con las cartas en la mano.

Otra vez llamé a un consultorio para pedir turno con un médico; la telefonista me preguntaba algo pero yo no lograba entenderla. "I´sorry", le decía una y otra vez, hasta que la mujer, harta ya, me lo deletreó con cierta impaciencia: "¿¡White or no white¡?".
Nunca, jamás, se veía a un negro junto a un blanco caminando por la calle. El matrimonio mixto estaba prohibido y regía un sitema cruel para controlar esta posible situación: la misma gente se encargaba de denunciar a los infractores.
Uno de nuestros amigos, un médico argentino, trabajaba en uno de los mejores hospitales de Sudáfrica y nos contaba que sus compañeros no blancos, con sus mismos estudios y exactas capacidades, tenían un salario mucho menor.
En las casas, el personal doméstico no podía dormir bajo el mismo techo que la familia blanca; debían tener una habitación con otro techo. Tampoco compartían los utensilios de cocina, las tazas, los platos y mucho menos, la comida del día. Para ellas se compraban latas de porotos y galletas especiales.
Algunos de nuestros amigos argentinos no eran exactamente rubios ni de ojos celestes, así que más de una vez pensamos que en cualquier momento los bajarían del tren de los blancos, especilamente en épocas de playas y sol, cuando las pieles argentinas se doraban, más allá de la cuenta, bajo el sol de África.
Había barrios, bares, playas, cines, restaurantes y escuelas para blancos y otras, para los no blancos.
Así vivíamos, preguntándonos a cada momento cómo terminaría esa convivencia despiadada.
Nada bueno podíamos imaginar. Mucho menos, que años después el mismo Mandela se convertiría en presidente y que tomaría la firme decisión de reconciliar a blancos y no blancos.
Hubo juicios, arrepentimientos, perdón. Y si bien los sudafricanos tienen hoy una serie de cuestiones que deben resolver, han logrado ir más allá de odios y rencores –por demás justificados– para encontrar así la única manera de poder construir una verdadera nación.

14.6.10

Una interpretación

A veces, de un malentendido surge la mejor de las historias. Otras no. Sencillamente con el mal entenderse se alborota el avispero y se descarrilla de a dos: salta uno, salta el otro.
Mejor es no saber, mejor es no moverse.
Encerrarse en el cuarto propio e imaginar, sólo imaginar, la propia construcción del mundo y de los otros. Que ni una coma cambie de lugar, que ni un paréntesis se abra allí donde no debe haber paréntesis. Que nadie se salga de pista porque se pensará mal del derrape, nunca el ir más allá de la pista será eso y nada más. Los mínimos gestos, las palabras más llanas se malinterpretan sin porqué, solo porque se ofrecen para dejarse malinterpretar.
A otra cosa, entonces. El otro, el malinterpretado, finalmente aprende la lección. Lo mejor será correr hacia la casilla de largada, nada de volver a empezar como dice la canción. Allí se quedará, en la casilla que lo encierra y seguirá jugando si es que hay un juego en el lugar perfecto: en su propio mundo, en su forma de mirar. No habrá víctimas ni victimarios. Apenas un telón que cae antes de tiempo sobre los actores de un primer o segundo acto de una historia, entre todas las historias posibles.

Foto: Gualterio Pulvirenti

11.6.10

Para un buen fin de semana, como recreo entre partido y partido


Subrayados en Dormir al sol (palabras del relojero):

"... la relojería es mi segunda naturaleza, propendo a mirar de cerca los pormenores".


"... sin querer yo le veía, en la manzana de Adán, los pelos mal afeitados".


"Por no encontrar la manera de decir que no, dije que sí".


"Yo me pregunto si algunas mujeres no necesitan disgustos y peleas para vivir en paz".


"Protesté con una mesura que fui el primero en celebrar".


"Si no acaban pronto se achata el suflé".


"No sé cómo ni por qué me dio por preguntarme quién estaba mirándome desde los ojos de Diana".


"Es curioso como cualquier lugar, después de un tiempo, se convierte en nuestra casa".


"Vaya a saber por qué yo me encontraba abandonado y triste".


"Hay gente que siempre tiene a mano su reserva de irritación".


"A nadie quiere tanto la gente como a sus odios".


Dormir al sol, Adolfo Bioy Casares.

8.6.10

Lecturas de otros tiempos III

Después del atracón de autores latinoamericanos (II), mi vida de lectora pegó un giro sideral. Tengo la fortuna de haber conocido a Fernando Pérez Morales, un señor librero dueño de una de las Boutique del Libro, que junto a sus hermanos Alejandro y Laura me fueron presentaron distintos autores.
Debo a Laura, por ejemplo, la lectura apasionada de los versos de Vallejo; gracias a Alejandro descubrí a los ingleses, que hoy sigo por tierra y por mar. Y si pienso en Fernando, digo Bukowski, digo el Auster de El Palacio de la luna, digo Hornby, digo Cheever, digo: "Estrella, esto es para vos".
Un buen día, hace de esto miles de años, un amigo me invitó a participar de un taller literario. Por qué no, me acuerdo que pensé. Pues en ese taller, además de ensayar algunos escritos que se fueron amontonado con los años, leímos autores que hoy son parte fundamental de mi biblioteca hogareña. Si tuviera que nombrar dos y sólo dos, diría que fueron el Quijote y la Ilíada los que despertaron en mí algo nuevo: el gusto por la peripecia, por el qué pasó; el hallazgo de personajes inolvidables, las ganas de más. Pero no voy a nombrar sólo dos porque no puedo, de ninguna manera, dejar afuera a Faulkner y a Joyce. ¡Absalón, Absalón! y El sonido y la furia me remontan a esa época de intensos debates y deslumbramientos. Proust, Thomas Mann, Virginia Woolf son apenas algunos nombres que nombro por nombrar, de aquella época de frenéticas lecturas.
Mientras, más allá del taller, mi otro yo iba descubriendo a los americanos. Jack Kerouac, Hemingway, Bellow, Mailer, Capote, Salinger. Stop. Paro acá. Porque fue entonces cuando descubrí dos autores que sacudieron mi forma de leer: Carver y Cheever.
Me acuerdo de esos primeros encuentros con la prosa de Carver, tan sin nada, sin sangre, sin pasiones, sin dones de introspección. Puros perdedores que deambulaban de acá para allá relatando minuciosamente detalles mínimos de ésas, sus vidas posbeckettianas. Prosa sin textura, escéptica, casi nada. Carver mismo se convirtió para mí en uno de mis personajes preferidos.
Hasta que arranqué con Cheever, con el que hice lo que no hay que hacer: empecé por sus Diarios, seguí por sus cuentos y novelas. Y si hoy tuviera que elegir lo mejor de él, gritaría así: ¡los Diarios!, de una solo golpe de voz, sin siquiera balbucear.
El efecto catarata me llevó hasta Richard Ford, Russell Banks, Paul Auster.
Aún hoy no entiendo por qué no he leído a Pynchon, pero al instante me digo que mejor así: un proyecto de lectura, nada mejor.
Continuará: Lecturas pasadas IV




7.6.10

Elige tu propia aventura


Parece que desde la punta del pelo hasta el dedo gordo del pie, cada parte de nuestro cuerpo reclama a los gritos sus más de cinco minutos de fama.

Si uno no se masajea el cuero cabelludo como Dios manda, corremos el riesgos de perder no sé cuántos pelos por día. Horror.
Los ojos, dicen los que saben, necesitan estímulos para prevenir hipermetropías y presbicias: ejercicios y más ejercicios, varias veces por semana: miramos arriba, abajo, al centro y adentro. Y otra vez. Y una más.
De ahí a la boca hay un solo paso. No basta con un buen cepillado veloz. No. Hay un hilo dental que requiere cierta técnica, hay un enjuague que barre lo indeseable y hasta entró en escena un limpialengua anatómico para terminar con el 99% de no sé qué. A la mañana y a la noche, por lo menos, el kit deberá entrar en acción.
Seguimos bajando y nos detenemos en las cervicales: ejercicios para mantener la flexibilidad y para evitar las contracturas; giro para un lado, giro para el otro: tres series de diez o cuatro de doce.
Más abajo, ¡ojo!, no descuidar las dorsales y las lumbares. Si hay que ir al piso, se va al piso y arriba y abajo una y otra vez, como para aceitar lo articulado y evitar la oxidación.
Otro tanto con las caderas, habrá que fortalecerlas para mantenerlas firmes: una acá y la otra allá. Hora de más piruetas y de yogures vitaminizados.
Tobillos que giran varias veces por día = tobillos jóvenes.
La reflexología, a su vez, parece que obra maravillas si se masajea ahí, en el lugar exacto donde se reproduce cada órgano, cada chacra.

Creer o reventar.
O creer o probar.
Puertas adentro la cosa se complica. El intestino exige una dieta rica en fibras. El corazón debe ponerse en marcha tres o cuatro veces por semana, veinte minutitos dos veces por día como para aumentar la monotonía del tum-tu-tum tum-tu-tum hasta alcanzar el tucutumtucutumtucutum y tucutum.

El hígado, el páncreas, los riñones tendrán sus propias y personales demandas, pero el marketing corporal ha tenido piedad de estos órganos invisibles. Aunque, ahora que lo pienso, siempre está el agua que habrás de beber: como mínimo, cuatro litros por día. Y quien habla de agua habla de la piel, la tan deshidratada. ¡Ah!, ¡la piel!: no damos abasto con los retinoicos, los liposomas, los mandélicos y ácidos frutales, las máscaras de uva o de barro, y los nuevos serums, apenas la base para un cuidado casero, fuera de gabinetes y clínicas de belleza harta-ortomolecular.
Una crema para cada centímetro cuadrado de piel, donde hay celulitis no hay pata de gallo, y viceversa.
Las neuronas, pobrecitas, se achicharran si no las azuzamos con nuevos desafíos: sudokus, problemas matemáticos, sopa de letras. Más ejercicios para la memoria, no olvidarse, por favor. La cosa es sencilla: todas las noches habrá que pasar revista por los acontecimientos del día, ¿qué ropa tenía fulano? ¿de qué color es la casa de mengano? ¿qué fue exactamente lo que dijo zutano?
Y todo esto, solo para empezar.
Porque habrá también que cultivar el intelecto.
Y el mundo interior que nos habita.
Y los afectos, que, se sabe, no funcionan a control remoto.
Es decir: no hay tiempo para todo, las 24 horas del día no alcanzan ni para la mitad de la mitad.

Uno entonces debe elegir: esto sí, esto no.
Y resignarse a andar por la vida con la cadera en falsa escuadra, el corazón aletargado, las neuronas empastadas o los pómulos tirantes, casi al borde de la implosión.

2.6.10

Aversiones lingüísticas

Hoy, mientras corregía un trabajo plagado de signos de exclamación, tuve una gran duda: ¿cuántos y cuáles signos debo respetar, y cuántos y cuáles, en cambio, podré podar sin que el autor se ofenda a muerte o me mate por semejante atropello? Porque, qué duda cabe, me dije, ¡¡¡este hombre está enamorado de la exclamación!!!
Se me dirá que son estilos, pero el exceso nunca es bueno en estos casos, créanmelo.

Cortázar, por ejemplo, usaba mucho el punto y coma, hasta que de repente un día dijo: "¡Basta!, se acabó!"; confiesa que hasta sintió una arcada de asco. Borges se animó a decir que el idioma español sería perfecto sin tantas palabras terminadas en "mente" y Bioy, el exquisito Bioy, gritó su aversión a la cacofonía de la letra s: "Alguna vez pensé -dijo por ahí- que escribir bien era escribir palabras sin s".

Yo tengo mis propias aversiones, ¿quién no? Creo que como correctora se me pueden pasar erratas (miles*), letras que sobran o que faltan, y hasta nombres propios mal escritos (cosa gravísima, por cierto) pero difícil que no me suenen todas las chicharras frente a:

- oraciones con palabras que riman y hacen del texto casi una canción.
- frases hechas, lugares comunes no intencionales.
- pleonasmos ("absolutamente repleto", "se estrenó una nueva película").
- los finales a toda orquesta, con ¡chan-chan! como punto final.

* Como decía mi profesora: "No es corrector el que quiere sino el que puede". Uf.