Si la literatura discute los mismos problemas que discute la sociedad pero de otra manera, esa otra manera es la clave de todo lo que buscamos cuando nos detenemos en las mesadas de una librería.
Aunque la respuesta a todo o a casi todo está en aquellos clásicos que hemos leído, existe una inagotable reserva de autores consagrados que serán siempre, hasta tanto no estén entre nuestras manos, un proyecto por cumplir.
Pero uno se empeña también en ir a lo nuevo, a lo que en nuestro hoy se está escribiendo.
Uno curiosea. Balbuceando y con algo de tristeza, vamos de un tomo a otro, porque sabemos que en cada una de nuestras elecciones iremos renunciando a aquello que no leeremos.
Porque hay de todo, y para todos los gustos: libros de poesías, ensayos sobre cualquier tema que queramos profundizar, biografías conmovedoras y reveladoras de las obras de algunos de nuestros autores más queridos —pienso entonces en el libro de Orgambide sobre la vida de Horacio Quiroga o en los diarios de John Cheveer—, y otras, apenas indiscreciones noveladas sin ninguna ambición estética entre sus páginas.
Uno sigue explorando y se encuentra con los libros de autoayuda, con todas las preguntas y todas las respuestas, pero que a mí, indefectiblemente, me dejan un sabor casi amargo, una leve frustración, un descender vertiginoso en la escala de mi autoestima. De ahí mi precaución; los ojeo con desconfianza, los mantengo lejos. Si recorro las doce lecciones que alguien aprendió de sus plantas, y me detengo en el capítulo que dice: “Podemos (del verbo PODAR, no PODER) y cortemos el exceso y nuestras plantas florecerán”, me desespero tratando de dilucidar cuántos y cuáles serán mis excesos y dónde tendrán mis plantas que florecer.
Apostando siempre a ese posible encuentro feliz, uno recorre y descubre novelas históricas a granel y no puede evitar pensar si se las lee porque se venden mucho o si se venden mucho porque se las lee.
Es cierto que suena interesante eso de saber algo más de la historia. En algunos casos, al terminar el libro, habremos comprendido puntos hasta entonces oscuros, y en otros, quizás, habremos agregado a nuestros limitados conocimientos cuántos hijos naturales tuvo Belgrano, qué tal amante resultó ser en realidad Rosas o si de verdad Sarmiento tuvo un carácter detestable.
Yo avanzo con cautela sobre estos libros: me resulta difícil mantener a sus personajes en la historia, se me hacen actuales, me confunden. Me obsesiona la idea, a medida que avanzo en la lectura, de si tal o cual párrafo será real o ficticio.
No en vano, uno libro que sí logró entusiasmarme fue aquel Montevideo, de Federico Jeanmaire, uno de los tantos que abordaron el personaje de Sarmiento, porque la propuesta explícita de Jeanmaire fue hacernos avanzar con él bellamente hacia el delirio, y es ese delirio lo que acapara mi atención. Si no, creo que me quedo con lo estrictamente histórico y los otros van quedando postergados en las estanterías o, en el mejor de los casos, apilados al fondo de mi mesa de luz.
Los libros que recopilan artículos y notas periodísticas son, creo, una apuesta fuerte de las editoriales. No dejan de ser interesantes; a uno lo hacen pensar, lo pasean inteligentemente por los temas más diversos y eso es bueno. A pesar de esta adhesión no pude evitar el desencanto cuando hace ya unos meses, después de haberme enterado de que un nuevo libro de Franzen circulaba por las librerías, corrí a buscarlo y me encontré con una excelente recopilación de artículos (libro que finalmente leí y disfruté mucho) en lugar de una nueva novela, que yo supuse a la altura de Las Correcciones.
Porque lo que yo más quiero es ficción.
¿Por qué la ficción?
Porque me gusta que me cuenten, porque todas las tristezas pueden soportarse si se entrecruzan en una historia. Porque la ficción se me hace, como a Javier Marías, el lugar más soportable. Porque me gusta que me acerquen más a aquello del otro que me es indescifrable.
Porque la ficción me hace entender más al mundo, porque puedo vivir otras vidas y aprender del otro sin juzgarlo, solo comprendiéndolo. Porque es entonces cuando los personajes pueden alcanzar la plenitud.
Por eso, frente a la mesada de la librería, una chispa se enciende dentro de mí. Celebro entonces ese momento. Momento de espera, de impaciencia, de goce. Porque quizás sea ése, el libro que estoy por agarrar, el próximo que se sume a la lista de aquellos que alguna vez hicieron historia en mi historia. Y entonces recuento títulos lejanos pero nunca olvidados como Madame Bovary, Rayuela, El beso de la mujer araña, Crimen y castigo, El sonido y la furia, El jardín de al lado o estos otros más recientes que tanto me hicieron reír como Cómo ser buenos y El mal de Montano; que lograron sacarme de lo cotidiano, como Al este de la fronera al oeste del sol, o que me conmovieron, como Una novela luminosa.
Y es en la ficción donde no me va a importar si el personaje central es un prócer de mi patria o un hombre medio, común, gris y corriente. Porque para mi será excepcional. Será un ser fuera de lo común dentro de su manera de ser común. Y no voy a querer saber si se me está contando una historia autobiográfica o no, porque no me va a importar qué datos de su vida el autor use, sino cómo los usa y en qué los transforma.
Y todo lector sabe —sin que nadie se lo haya dicho, sino por simple intuición lectora—, que la cantera de un escritor es la realidad de su vida y de su tiempo.
Entonces uno entra de cabeza en polémica con el mundo, con todas sus convicciones y experiencias a cuestas, para vincularse o desvincularse del mundo aquel, imaginado por otro para uno.
6 comentarios:
Y.. Absalón, Absalón, Los hermanaos Karamazoff,Conversación en la Catedral,El Amor en los Tiempos del Cólera, Leviatán,Cicatrices...Y los policiales...y el teatro griego: cómo me gusta!.Empecé a leer muchos de estos libros gracias a vos.Hasta ya entradita en años consumí mucho best- seller a los que ya casi no soporto!
Y qué buena sensación es encontrarse con esos personajes que uno empieza a sentir como de la familia y empiezan a ser queribles y uno no quiere que el libro se termine por que es un forma de muerte.
Y las historias con las que uno se identifica y se justifica y se emociona y se enoja.....
nice blog
En mi lista de libros inolvidables est� En busca del tiempo perdido, por el tiempo que me hizo perder. Joder.
Muy buen post.
Muchos libros para formarte, y otros tantos, para deshacerte.
hoy leo a Kureishi, Ishiguro y Murakami. Me gusta Saramago. Morí con Las Horas. Pero si viajo muy atrás, pienso en Gironella (Los Cipreses creen en Dios), todos los de Dominique Lapierre, los reyes Malditos de Druon, los libros de Jorge Amado, la novela gótica, y todo lo celta que pueda conseguir.
Amo la novela histórica y las biografías. Y creo que nunca leeré un libro de autoayuda.
y además... siempre leo con un atlas a mano. necesito ubicar el tiempo y espacio.
asi viajo por este fascinante mundo más cómoda.
Angie,
gracias por los aportes. Ahora que te leo pienso: cómo no nombré todos los que mencionás! La lista sería interminable. En cualquier momento, el Top 100 de los mejores libros, que se que te divertirá.
Oso,
Proust se hace árido, es cierto, pero una vez que le encontrás el gusto, ah!!!
anónimo,
y sí, uno de cal y otro de arena.
Talle small!!!
Qué alegría encontrarte por acá! Me encantó tu viaje hacia atrás. Y claro que te imagino con el Atlas al lado para "viajar más cómoda". Siempre me sorpendió tu capacidad para comprender la histoira y tu sapiencia en esos temas.
Gracias por el comentario, talle small, que se repita!!
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