Ya de vuelta, me resulta difícil contarles mi viaje sin aburrirlos. Hay tanto para decir. Por eso he decidido hacerlo encorsetada en las adhesiones y aversiones. Quizás suene un poco fuerte (lo de las aversiones, claro), pero como siempre, hubo síes y noes.
Todo en mí (creo que en cada uno de nosotros) es una cuestión de expectativas. Me esperaba una Madrid parecida a otras ciudades, sin demasiadas novedades para mis ojos porteños, y me encontré con una ciudad maravillosa. Por lo linda y majestuosa, con sus plazas y palacios, y sus grandes avenidas enmarcadas por parques más verdes que el verde. Un deleite fue para mí el Museo del Padro, tantos Velázquez y Goyas me dejaron sin habla, que recuperé en el Museo de la Reina Sofía, frente a los Miró, Dalís y Picassos.
De Madrid hasta Barcelona, en auto: pasamos por Ávila, Salamanca, Baiona, Santiago de Compostela. No dejamos callecita angosta sin recorrer, atentos siempre a las fachadas de las casas, con sus balcones desmesurados por las flores, las rejas o la ropa, que flameaba al sol del fin del verano español. Galicia, Asturias, las ruta verde en donde por primera vez vi la más increíble gama de colores, como un rompecabezas encastrado según la intensidad de cada verde.
El País Vasco, con su identidad marcada a fuego y su jamón, su euskadi y sus chipirones deliciosos; San Sebastián, lista y bella para recibir nuevamente a los cinéfilos; y Santander, delicia de playas en su costa y elegancia en las calles de la ciudad. Huesca nos esperó con lluvia, pero con el recibimiento afectuoso de Adriana, mi amiga correctora que, enamorada del aragonés Javier, partió de su amada Buenos Aires a vivir en la zona antigua de este lugar, como detenido en el tiempo. De ahí a Barcelona, ya con el recuerdo de esos caminos y rutas impactantes, guardado en el mejor de los lugares. Última ciudad de nuestro recorrido, donde tuvimos la suerte de que buenos amigos nos prestaran un departamento, como los que se ven en las películas, chico pero exquisito, ubicado justo en medio de una gran ochava, de esas que caracterizan a esta ciudad de Cataluña. Allí pasamos seis días gloriosos con varios amigos que habíamos llegado hasta allá con un objetivo: la gran boda de Diego y María, pero este es otro tema del que hablaré quizás más adelante. Barcelona bulle en cada esquina, es efervescencia pura. Hay una marca Gaudí que se extiende más allá de su arquitectura.
Celebro este viaje, después de tantos años sin deambular por el mundo. España tiene historia, claro, pero también es para mí el lugar de García Lorca, Miguel Hernández, Buñuel, Serrat, Sabina (¡ay! ¡la Cibeles!) Vila-Matas. Me traje conmigo un poco de cada uno de ellos.
Estuve en La Central, librería a la que suele ir este escritor catalán. Compré varios libros, que pesaron tanto en la valija que tuvimos que hacer magia para que la simpática señorita de Iberia no nos retara, como una maestra a un alumno descarriado. Me arrepentí de no haber comprado uno de Amos Oz, hermosa edición de Siruela, La historia comienza, sobre los grandes principios de la literatura.
Vi en las mesadas libros de Borges, claro, pero también de Guillermo Martínez, Diego Vecchio, Ricardo Piglia, Haroldo Conti, Martín Kohan.
Última adhesión por hoy, superficial pero alentadora: no hay mujeres operadas, ni botoxadas y hidraulizadas. Ni siquiera buscan disimular las arrugas, y se las ve bellas, felices y relajadas con sus años a cuestas.
Todo en mí (creo que en cada uno de nosotros) es una cuestión de expectativas. Me esperaba una Madrid parecida a otras ciudades, sin demasiadas novedades para mis ojos porteños, y me encontré con una ciudad maravillosa. Por lo linda y majestuosa, con sus plazas y palacios, y sus grandes avenidas enmarcadas por parques más verdes que el verde. Un deleite fue para mí el Museo del Padro, tantos Velázquez y Goyas me dejaron sin habla, que recuperé en el Museo de la Reina Sofía, frente a los Miró, Dalís y Picassos.
De Madrid hasta Barcelona, en auto: pasamos por Ávila, Salamanca, Baiona, Santiago de Compostela. No dejamos callecita angosta sin recorrer, atentos siempre a las fachadas de las casas, con sus balcones desmesurados por las flores, las rejas o la ropa, que flameaba al sol del fin del verano español. Galicia, Asturias, las ruta verde en donde por primera vez vi la más increíble gama de colores, como un rompecabezas encastrado según la intensidad de cada verde.
El País Vasco, con su identidad marcada a fuego y su jamón, su euskadi y sus chipirones deliciosos; San Sebastián, lista y bella para recibir nuevamente a los cinéfilos; y Santander, delicia de playas en su costa y elegancia en las calles de la ciudad. Huesca nos esperó con lluvia, pero con el recibimiento afectuoso de Adriana, mi amiga correctora que, enamorada del aragonés Javier, partió de su amada Buenos Aires a vivir en la zona antigua de este lugar, como detenido en el tiempo. De ahí a Barcelona, ya con el recuerdo de esos caminos y rutas impactantes, guardado en el mejor de los lugares. Última ciudad de nuestro recorrido, donde tuvimos la suerte de que buenos amigos nos prestaran un departamento, como los que se ven en las películas, chico pero exquisito, ubicado justo en medio de una gran ochava, de esas que caracterizan a esta ciudad de Cataluña. Allí pasamos seis días gloriosos con varios amigos que habíamos llegado hasta allá con un objetivo: la gran boda de Diego y María, pero este es otro tema del que hablaré quizás más adelante. Barcelona bulle en cada esquina, es efervescencia pura. Hay una marca Gaudí que se extiende más allá de su arquitectura.
Celebro este viaje, después de tantos años sin deambular por el mundo. España tiene historia, claro, pero también es para mí el lugar de García Lorca, Miguel Hernández, Buñuel, Serrat, Sabina (¡ay! ¡la Cibeles!) Vila-Matas. Me traje conmigo un poco de cada uno de ellos.
Estuve en La Central, librería a la que suele ir este escritor catalán. Compré varios libros, que pesaron tanto en la valija que tuvimos que hacer magia para que la simpática señorita de Iberia no nos retara, como una maestra a un alumno descarriado. Me arrepentí de no haber comprado uno de Amos Oz, hermosa edición de Siruela, La historia comienza, sobre los grandes principios de la literatura.
Vi en las mesadas libros de Borges, claro, pero también de Guillermo Martínez, Diego Vecchio, Ricardo Piglia, Haroldo Conti, Martín Kohan.
Última adhesión por hoy, superficial pero alentadora: no hay mujeres operadas, ni botoxadas y hidraulizadas. Ni siquiera buscan disimular las arrugas, y se las ve bellas, felices y relajadas con sus años a cuestas.
Aversiones:
Ahora tendrán que perdonarme los españoles que, por esas cosas de azar, lleguen hasta estas páginas. Como todo en mí es una cuestión de expectativas, grande fue mi desilusión cuando comprobé una y otra vez... que los españoles no son tan simpáticos como yo los había imaginado. Bueno, no digo "todos", pero a los dos días de estar en Madrid pude distinguir aquellos que con cara de pocos amigos dicen sin decirlo: "cógetelo tú". Hablo de los mozos en los bares, los encargados de los estacionamientos, los vendedores, la gente de Iberia (grrr). Hay como cierto desdén, como si te dijeran: "mira tú, te sirvo un café porque no me queda más remedio". Pocos gestos amables; una que otra sonrisa, muy de vez en cuando. Y, me parece a mí, ahí se instala un círculo vicioso: si tú no sonríes, pues yo tampoco. Quizás tenga que ver con otra de las cosas que no me gustaron: ¡hay demasiado turismo! Alemanes aquí y allá, americanos, japoneses. Según una catalana, lo de los japoneses tiene su explicación: como son tantos y ya no caben en su país, los echan de a grupos enormes; salen unos y entran otros, por eso vemos tantos japoneses viajando por el mundo. Decididamente, no me gustaría vivir rodeada de turistas, son insoportables, con sus cámaras de fotos abiertas las 24 horas, sus bermudotas beige, y sus idiomas complicados.
El consumo es apabullante, los euros van y vienen, las grandes tiendas están abarrotadas de gente, aunque nosotros, los argentinos, sólo curioseamos mientras decimos: "qué caro", una y otra vez.
Las mujeres se perfuman demasiado. No hay perros en ningún lado. La televisión nos es mejor ni peor que la nuestra.
No se ve pobreza, es cierto. No hablan de la inflación ni del piquete o el corte de ruta, pero tienen grandes problemas. No deja de tener su costo ser un país rico en un mundo mayoritariamente pobre. Una de las noticias que se escucha todos los días en la radio habla sobre la cantidad de inmigrantes que llegan al país desde distintos lugares de África. Y se respira en el aire que no dan con la punta del ovillo, si es que la punta no está ya enredada hasta el embrollo. O si es que quieren encontrarla de una buena vez.
Ahora tendrán que perdonarme los españoles que, por esas cosas de azar, lleguen hasta estas páginas. Como todo en mí es una cuestión de expectativas, grande fue mi desilusión cuando comprobé una y otra vez... que los españoles no son tan simpáticos como yo los había imaginado. Bueno, no digo "todos", pero a los dos días de estar en Madrid pude distinguir aquellos que con cara de pocos amigos dicen sin decirlo: "cógetelo tú". Hablo de los mozos en los bares, los encargados de los estacionamientos, los vendedores, la gente de Iberia (grrr). Hay como cierto desdén, como si te dijeran: "mira tú, te sirvo un café porque no me queda más remedio". Pocos gestos amables; una que otra sonrisa, muy de vez en cuando. Y, me parece a mí, ahí se instala un círculo vicioso: si tú no sonríes, pues yo tampoco. Quizás tenga que ver con otra de las cosas que no me gustaron: ¡hay demasiado turismo! Alemanes aquí y allá, americanos, japoneses. Según una catalana, lo de los japoneses tiene su explicación: como son tantos y ya no caben en su país, los echan de a grupos enormes; salen unos y entran otros, por eso vemos tantos japoneses viajando por el mundo. Decididamente, no me gustaría vivir rodeada de turistas, son insoportables, con sus cámaras de fotos abiertas las 24 horas, sus bermudotas beige, y sus idiomas complicados.
El consumo es apabullante, los euros van y vienen, las grandes tiendas están abarrotadas de gente, aunque nosotros, los argentinos, sólo curioseamos mientras decimos: "qué caro", una y otra vez.
Las mujeres se perfuman demasiado. No hay perros en ningún lado. La televisión nos es mejor ni peor que la nuestra.
No se ve pobreza, es cierto. No hablan de la inflación ni del piquete o el corte de ruta, pero tienen grandes problemas. No deja de tener su costo ser un país rico en un mundo mayoritariamente pobre. Una de las noticias que se escucha todos los días en la radio habla sobre la cantidad de inmigrantes que llegan al país desde distintos lugares de África. Y se respira en el aire que no dan con la punta del ovillo, si es que la punta no está ya enredada hasta el embrollo. O si es que quieren encontrarla de una buena vez.
7 comentarios:
Bueno, welcome back!! bueno el recorrido por España a través de su relato (si amos a esperar a que sea en vivo y en directo estamos frito)
Estrella:
Un relato para ocupar el asiento del lado de la ventanilla.
Es bueno decir que soñé en todo el recorrido. Pero desde luego que también increíble no verme involucrado vendiendo libros en España, mal no fuere a destajo por sobre las montañas de autores que llevo en mi memoria.
Claro que de todos esos autores recordé un cuento vuelto a leer en estos días. Las 12 a Bragado de Haroldo Conti.. Gracias por esa nota..!!
Bienvenida Estrella! y gracias por este relato denso y sintético. Supongo que con el correr de los días,surgirán nuevos textos. Anécdotas, recuerdos, olores, sabores, pinturas de gentes y lugares.
Abriste la valija y pusiste todo sobre la mesa, estoy segura de que cuando comiences a ordenar, vamos a seguir disfrutando de otras preciosas perlitas.
Un abrazo enorme!
Vaya viaje al que nos has invitado tía!.
Estrella, que bueno que es viajar!!! Y que claro tu reporte! Nos diste un pantallazo de una España a la que, personalmente, yo amo!!
Graciass!!
Me gustaría saber mas sobre tu impresion de Barcelona. Yo estuve solo dos días y me llamó muchísimo la atencion que por donde iba se respiraban dos cosas: arte y marihuana! Gaudi por todos lados, mimos, musicos, pintores, cuentacuentos, estatuas vivientes...todso ellos como sueltos en la calle!
Besitos y bienvenida!!! :)
hace mucho que no estaba por España, a pesar de ser medio español, y la verdad es que volvi feliz de mi reencuentro, sobre todo de mi visita a Girona, que maravilla!!!!!
Hasta me traje un libro de la historia de Girona, en catalan!!!!!
nuevo ejercicio. La verdad es que se los ve bien a los españoles
Ele,
ya llegará, no lo dudes.
r librero,
gracias por el comentario. No conozco ese cuento de Conti, voy a buscarlo. Gracias por los sueños.
Condesa,
todavía ando medio desencajada, pero no aguantaba la ansiedad de poner en funcionamiento el blog. Tiene usted razón, no he hecho más que poner las cosas sobre la mesa, ya vendrán las viviencias intensas de esos días inolvidables.
Mickey,
¡¡gracias!! me encanta que me dejes comentarios.
Stella,
¡¡hola!! Tú los has dicho, así es Barcelona; ya les iré contando de a poco.
Eduardo,
¿¿VAS A ESTUDIAR CATALÁN o ya lo aprendiste??
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