24.11.09

Hacia el final del día (perdón por la largura)


Todavía hoy no entiendo cómo pensé que podría aliviar mi angustia y matar tanta ansiedad justamente allí. Sin duda, aquella ridícula actitud habló una vez más del espíritu un tanto masoquista que se apodera de mí en las situaciones menos indicadas.

Era un día negro, de eso estoy segura, pero en aquel momento no me pareció lo suficientemente oscuro. Necesitaba desvanecer de un plumazo toda ráfaga de optimismo que, típico de mi eterna contradicción congénita, me empeñaba en rechazar para después redoblar el goce que me produciría la contrarráfaga.
Eran apenas las tres de la tarde, lo recuerdo perfectamente, de un jueves de principios de diciembre.
A las siete y media, algo más de tres horas después, tenía turno con el médico. Ya había espiado el sobre con los resultados de los análisis y sabía que algo no andaba bien porque donde debían figurar cuatro cifras, apenas si se leían dos y donde, por el contrario, no debían figurar más de cuatro, la lista de ceros, redondos y apretados, se prolongaba casi hasta el borde mismo de la hoja.

Había intentado todo tipo de actividades para pasar la tarde. Qué son tres horas, me acuerdo que dije mientras salía del laboratorio con el sobre estrujado entre las manos.

Ya en mi casa, me acomodé para leer el diario. Pobre de mí, apenas si pude hojear la sección Espectáculos. Probé ordenar un poco el caos de mi departamento, apostando a que quizás el trabajo rutinario de recoger, doblar y guardar me automatizaría de tal manera que los minutos y las horas volarían como pájaros.

Pero ni mi intento de registrar aunque más no fuera los titulares de la primera página del diario ni mi obsesión por el orden lograron espantar el rostro impávido del doctor Mármol, que ensombrecía mi lectura o desestabilizaba de golpe la parodia de mujer ordenada que me había empeñado en representar.
Mi trabajosa concentración se hacía humo, y al desvanecerse el humo ahí estaba él, el perfil suspendido del doctor Mármol diciendo algo así como: “Señora, lamento informarle que le quedan tres meses de vida”: la tendencia hacia la tragedia siempre fue uno de los principales rasgos de mi personalidad.

El perfil suspendido no había siquiera terminado de pronunciar la palabra vida -remarcando enfáticamente la v corta, sonora y despiadada- , y yo ya me veía instalada en un cajón color caoba (¿por qué caoba?) rodeada de rosas blancas (¿por qué blancas?). Alrededor del cajón y tras las rosas, no pude o no quise ver nada más.


Cuestión que, agobiada por tanto pensamiento fúnebre muy propio de mí, insisto, decidí escapar. No sé en qué me quedé pensando en mi trayecto hacia el shopping. Seguramente debo de haberme detenido en algún detalle del entierro, como por ejemplo, quienes cargarían el cajón color caoba; tres hombres de un lado y tres del otro, cosa que resultaría un serio inconveniente ya que vengo de una familia donde las mujeres siempre han sido mayoría. Obviamente no lo consideré mi problema, porque no recuerdo haber elegido entre parientes políticos o compañeros de trabajo.

Si recuerdo que no bien entré en el shopping tuve la sensación de ingresar en una extraña dimensión de la realidad. Ahí iba caminando yo, quizás una mujer moribunda, entre vidrieras estáticas que intentaban seducirme a pesar de mis eritrocitos bajos y mis leucocitos millonarios. Entré, desafiante, en un local. Pensé que mi destino escrito me delataría: “aquí va la que pronto va a morir”.
No voy a negar que me sentí un poco acobardada cuando una de las vendedoras, a pesar de mi siniestra presencia, siguió hablando con un tal Cacho, y la otra, apretada dentro de un par de pantalones negros, de oscura cabellera y ennegrecidos ojos, siguió ordenando, impávida y erecta, la pila de rígidos jeans eleastizados.

Me ordené no enojarme, por lo menos, no ese jueves de principios de diciembre. Al fin y al cabo, todos íbamos a morir. Yo, la de los ojos negros, Cacho y la del teléfono, aquel hombre que se escarbaba la nariz, más el resto de los seres vivos.
Así y todo, no tuve consuelo y busque refugio en un cortado doble con una medialuna.
Me hubiera sentido más a gusto, debido a mi estado de ánimo, en un viejo bar de Buenos Aires y no en aquella confitería tan expuesta, sin ventana por donde ver pasar la vida, y enfrentada a un vasito de vidrio largo y coqueto, cómodamente apoyado sobre una carpetita que simulaba una flor.
Me rodeaban grupos de tres o cuatro jóvenes comerciantes algo modernos, peinados hacia atrás con gel y vestidos con trajes verdes tornasolados.


Todavía hoy recuerdo perfectamente al mozo que me atendió. El delantal a rayas rojo y blanco haciendo juego con el moño rosa pálido que le apretaba el cogote desentonaba patéticamente con su cara de hombre del altiplano. Al pobre no se lo veía cómodo moviéndose en zigzag por entre las mesitas de hierro labrado cubiertas de puntillas, sirviendo aquí y allá masitas secas o tortas merengadas de limón.
Intenté demostrarle mi empatía con una sonrisa un tanto forzada. No sé por qué, presiento que él se dio cuenta de que yo era diferente. No porque mis días estuvieran contados —creo que por unos minutos logré olvidarme de mi inminente funeral— sino, simplemente, porque supo lo que yo adiviné detrás de su moño rosado.

Justo al lado de mi mesa, decía, los comerciantes arreglaban el mundo. No pude enhebrar la secuencia de la conversación pero sí alcancé a escuchar algunas frases tan trilladas que por algún momento pensé que se trataba de un sketch para la televisión. Cada pueblo tiene el presidente que se merece, decía el comerciante mayor. No hay pasajes, y después dicen que en este país hay pobreza, acotó el del gel, mientras que el del terrible traje tornasolado, rascándose la cabeza, intentaba expresar su total adhesión a la idea de que no por mucho madrugar se amanece mas temprano, o que el último siempre ríe mejor, ya casi no me acuerdo.
Si me acuerdo que empecé a deslizarme en la silla, lista para esconderme debajo de la mesa, pero de golpe me levanté, como si la misma parca me estuviera arengando y caminé derecho hacia la librería del segundo piso.


Tuve que treparme en la escalera eléctrica y ya casi en lo alto experimenté, me animo a aseverar, la sensación de omnipotencia que se apodera de un director de cine cuando se aleja en su silla mágica del escenario de acción. Vi adolescentes impávidos caminando hacia la nada, mujeres algo gordas y desteñidas arrastrándose del brazo de un marido cabizbajo, elegantes señoras que espiaban de reojo a señoras elegantes, nenas y nenes con globos gigantes de múltiples colores.

El golpe seco del final de la subida me despejó en un instante de mis fantasías cinéfilas. Recuperé el aliento, que supongo había perdido justo antes de la trepada, y con el aliento volvió con más fuerza, como después de un rebote, el perfil del doctor Mármol, suspendido esta vez sobre un telón negro y salpicado de recuento de glóbulos rojos.
Atolondrada y torpe, como queriendo ganarle al perfil suspendido que caminaba a mi lado, entré en la librería, con tanta mala suerte que en ese mismo momento salía un contingente de chiquitos enfundados en delantales a cuadros celestes y blancos. Algunos lloraban, otros se refregaban los mocos, casi todos se arrastraban con caritas de terneros asustados, atentos a las conocidas palabras de la maestra-vaca.
Recuerdo haberme sorprendido del sentimiento maternal que se apoderó de mí entonces. ¿Sería el poder de la muerte, rasguñando mi corazón hasta descascararlo? Siempre me consideré una mujer no apta para la maternidad, por eso no tuve hijos. De ahí mi sorpresa ante esas ganas tremendas de alzar a esos niñitos, uno por uno, acariciarlos y consolarlos por tan extraña experiencia. ¿Me sentiría, acaso, tan indefensa como aquellos pobres terneritos, caminando casi resignados hacia el matadero?

La voz, esta vez gangosa del doctor Mármol, invadió de repelente la escena, dejando afuera cualquier atisbo de actitud maternal que estaba empezando a germinar en mi interior.
Y fue entonces cuando por primera vez desde que había ingresado en el shopping miré el reloj.

¡Las ocho y media! Dios mío, supongo que debo de haber dicho, mientras que, seguramente, llevaba mi mano a la boca para disimular un gesto de sorpresa que nunca he aprendido a reprimir.
Desesperada, casi corriendo, atravesé pasillos, salí a la intemperie y me trepé en el primer taxi que pasó desocupado.
No puedo precisar a qué hora exactamente llegué al consultorio. Solo recuerdo que bajé temblando del auto, sudorosa y casi sin fuerzas. Estaba aterrada: no tanto por la posibilidad de encontrarme cara a cara con mi diagnóstico fatal, sino más bien por el pavor de que el doctor se hubiera ido. Eso significaría más y más horas deambulando por el shopping.

Apenas entré, recuerdo que vi en carne viva el perfil del doctor Mármol, esta vez colocado sobre unos hombros blancos y anchos. Casi sin palabras le tendí el sobre. Después de lo que creo fueron apenas unos minutos de ir y venir de una hoja a la otra, me miró y me dijo: “Todo bien, mujer, un poco de anemia, sin demasiada importancia”.
Fue entonces cuando inspiré profundamente, llené mis pulmones de renovados aires y salí del consultorio con la mirada en alto.
Una vez en la calle, paré, esta vez sin prisa, un taxi vacío.
Creo que fue en el momento justo de subirme al taxi cuando lo decidí. Volví a cada uno de los lugares en donde había estado unas horas antes. Caminé y caminé siguiendo mis pasos por los baldosones fríos, volví a observar todo desde lo alto de la escalera y entonces sí me di cuenta, con la claridad de una verdadera epifanía, que un día, cualquier día, alguien iría a mi funeral.

46 comentarios:

Anónimo dijo...

Me atrapaste con el relato, muy bueno.-
A mi funeral vas a ir?, porque seguro que vos vas a vivir 100 años.
Besos

La condesa sangrienta dijo...

Cuando se toma contacto tan próximo con la muerte, resulta casi obsceno el ritmo indiferente de la vida que transcurre a pesar de, paralelamente a.

gamar dijo...

Seguramente todos lo tomaríamos de maneras diferentes, pero sin duda cambiará la forma de ver la vida y a los demás. Uno se para desde otro lugar, que normalmente no experimentamos.
Muy buen relato, tanto que llegó a asustarme.
Saludos

T.M. dijo...

Que buen relato Estrella, pero déjeme decirle que la primera en llegar a su funeral será usted misma! Creo que cada uno se dá cuenta y tiene conciencia del instante fina.Un abrazo!!!!y larga vida!!!!T.M.

Juli dijo...

Me sedujo desde la primer frase, y me tuvo atrapada hasta la última. Delicioso texto, realmente disfruté la lectura!!

Beso, Estrella.

Anónimo dijo...

Hola Soy Angie Angelina, con problemas tecnicos.
che, seguro que era el Alto Palermo, o me sonó?
Lo de creer que vas a morir de un momento para el otro siempre me pasa, asi que no me asusté, para mí es casi cotidiano.
Besos
Angie Ang

Enterhase dijo...

Angie Ang: Todo depende de la escala en que veamos el tiempo. El problema aparece cuando nos alejamos tanto que nos morimos sin darnos cuenta.

Estrella dijo...

CONOCIDO,
Mil gracias, pensé que nadie se animaría a leer algo tan largo. Ni loca 100 años, ¿vos te imaginás!

CONDESA,
Eso mismo; tantas veces pienso en lo que estará viviendo la gente por las calles. Por eso nunca hay que tratarse mal, hay muchos dramas dando vueltas por ahí.

GAMAR,
Qué suerte que te gustó. Hace tiempo que estaba con ganas de postearlo y no me animaba. Gracias!

T.M.
Larga vida para todos, M.!

JULI!
Muy agradecida, de verdad!
¿Cómo andás vos?

ANGELINA,
¿Qué tipo de problemas técnicos? ¿Otra vez un virus?

ENTER,
¡hOLA!

Galois dijo...

Hola Estre. Te dejé una respuesta encadenada a tu consulta/pedido de auxilio. Está abajo de todo en el link que escribí más arriba.

Habría que preguntarle al mismísimo, a ver qué pasa.

José Soriano dijo...

Que buen texto. Que bien describes tu entorno, eso ya lo sabíamos, pero en este caso hay como otras historias latentes. Me ha gustado mucho. No es largo,tiene el tiempo y la cadencia justa para mi ahora tan temprano.
un beso fraterno
js

Winter dijo...

El relato me atrapó. No tengo autoridad para decir algo más. Sólo que yo no estoy tan segura que alguien vaya a mi funeral!
Un saludo cordial.

filo dijo...

Estre!! un mundo de sensaciones.. de pensamientos tan bien contados! Pensar la muerte a veces nos hace valorar la vida.Besos!!

lucia dijo...

Muy bueno!

Estrella dijo...

GALOIS,
No twiteenen, ¡que me pierdo info!
¿Qué habrá pasado con Cosmopista?
Ampliaremos...

Gracias por acurdir siempre, RAUDO, a mis pedidos de socorro,galois!

JOSÉ SORIANO,
Nunca me voy a olvidar de ese mozo, con cara de boliviano, enfundado en un traje rosa.
Gracias, José.

Sigo después...

rodolfo dijo...

Opinar sobre la calidad del relato sería limitarlo, esta iluminación para contar sensaciones justamente son brillantes cuando se sienten, y lo que se siente solamente se expresa en un ¡ bravo! para la autora.

Comento que aparte me disparó temas que seguramente son debatibles:
1)esta bueno saber la fecha de partida en : no menos de 2 meses y no mas de 4.
2)lo intrascendente de un "buen" o "mal" funeral.
3)y por último, más que un testamento deberíamos dejar por escrito quién queremos que agarre cada manija del envase póstumo.

Koba dijo...

Muy buen relato, me asusté, ¿cómo termina esto me preguntaba? Saludos Estrella.

Galois dijo...

Koba: armaste revuelo. La twittósfera (o al menos una parte pequeña de ella) está convulsionada por tu blog.
Con Jota hicimos algunos chistes al respecto (podés acceder a ellos desde los comentarios a mi último post), pero ya que andás por acá...¿qué pasó?

Carlos G. dijo...

Estrella!, muy bueno!, aunque para mí con un final previsible.
No pude evitar sonreir mientras leía e imaginaba el desenlace.
Acuerdo totalmente con el comentario de la Condesa...ante la posibilidad de nuestra muerte (nada menos) la vida se vuelve totalmente escatológica... :)
Pero está buena la perspectiva...ese baño de realidad que nos devuelve a nuestra inevitable levedad.
Pero por suerte estás viva y escribiendo para que nosotros podamos compartir y disfrutar, un poquito, contigo.

María dijo...

A mí también me atrapó! ¿Es parte de la novela que habías empezado a escribir? Si es así, tenés que animarte a seguirla.
De paso te cuento que Resolana, de Lucía M., fue elegido como el libro de octubre por Sur de Babel, un club de libros independientes –no sé si lo conocés- que elige autores no conocidos y los difunde entre sus socios.
Mirá si en un futuro la elegida sos vos... y, si no, acá siempre vas a tener tu club de fans bloggeros!

sobredosisde? dijo...

Sublime!
Consulta: ¿ el Dr Mármol es el de Rocadura?

Yoni Bigud dijo...

Muy bueno. Hay veces que la mente se descontrola y ya no es posible detener sus cálculos y proyecciones. Pasa con los temas más importantes, como el amor y la muerte. Aunque también hay otros.

Un saludo.

Mari Pops dijo...

muy bien Estrella!
me da nose que repetir los comentarios anteriores pero "...atrapante historia"

felicitaciones

AM dijo...

Un amigo, tímido y docto, me dictó texto para que transmita. Acá va:

"Muy buena improvisación sobre base standard de resolución óptima, con las intensidades bien reguladas y administradas. Modelo de clasico cuento corto. (CCC). Aplauso intenso."

Estrella dijo...

RODOLFO,
Con esos bracitos que tenés, te reservo el primer lugar!

KOBA!!!!!!!
Estamos desesperados, no podemos entrar en Cosmopista, ¿¿qué pasó?? Con Galois Y Jota estamos investigando, en una de esas te pinchamos el tel...

CARLOS G.
Confieso que el final se me complicó un poco, a mí tampoco me gusta, pero no tenía ganas de morirme tan pronto. Gracias, Carlos, valoro mucho tu opinión.

MARÍA,
Pues realmente me alegro por Resolana, es una muy buena historia, tan bien escrita.

No, este cuento no es parte de mi novela, aunque el personaje tiene mucho de esta mujer, muerta de miedo.

Cada tanto me dan ganas de seguirla, pero después me acobardo, siempre me pasa lo mismo.
Gracias, María!

SOBREDOSIS,
¿No eras Rodolfo? Me estás mareando...

Estrella dijo...

YONI,

Uf... fui a cerrar las ventanas, se largó la lluvia.
Cierto, yoni. Me hiciste pensar en Miguel Hernández, el que se quería distraer de tanta pena.

MARY POPPINS,
¡Gracias!

AM,
Dígale a su amigo que me ha hecho feliz!

escasezdesobredosis dijo...

Sin el mas mínimo ánimo de comparaciones, lo que Alfonsina Storni no se animaba a escribir, lo decía Piérides; cuando Juan B Alberdi quería sorprender elegía a García Román; y cuando Borges jugaba, en realidad era Francisco Isidoro o Alex Ander o Andrés Corthis o José Tuntar. Ahhhh y cuando Alberto Migré tenía dudas del éxito de su libreto era Alberto Milletari el que fallaba !!

Cuando dejamos libre el álter ego todo puede pasar!!

janfi dijo...

Muy bueno el texto; además es lindo ¿qué quiere decir que un relato es lindo? No se, pero lo es. Será una cualidad de la estética mas allá de la cualidad propia de la técnica ¡qué se yo!

Anónimo dijo...

Soy Angie Ang nuevamente.
Yo lo lei de corrido.
Si, virus, siempre virus, ya se me va a pasar.
Enter: AY! Qué me decís??? Al contrario, es torturante pensar a cada minuto que te vas a morir; algunos le llaman ataques de pánico, otros... de otra manera.
Beso
Angie Ang

Jotafrisco dijo...

Qué postazo, Estre. Lo más loco de esta "toma de conciencia" acerca de la muerte, es que con el café y las medialunas de la tarde seguro te cambiaron los números del análisis...

magu dijo...

Ese DOCTOR MÁRMOL es un cara de piedra (por decir asi las cosas aunque sea en tu imaginación)

no hagas funeral, al menos no te preocupes en organizarlo, al mio no pienso ir y tampoco invitar a nadie personalmente.

ahora se crema y chauuuuuuuuuuuuuuuuuu
cenizas nomás. (al río)
en LA INDIA es un problema cremar a la gente poruqe no sé si falta madera o combustible
en fin, no somos nada

Enterhase dijo...

Hola Estre! Cierto, qué poco cortés no saludar. Ahora sí me hice tiempo de leer el texto y me gustó mucho. Me sorprendió; no compartes este tipo de cosas muy frecuentemente, o me equivoco?

Si yo hubiese sido la mujer habría entrado a Google.

Angie: Pero si yo no digo que esté bueno! Digo que si nos alejamos lo suficiente, es natural contemplar nuestra propia muerte como si fuera inminente. Todo depende de la perspectiva con la que veamos el tiempo. Pero claro, no es lo mismo vita brevis que carpe diem... paradójico que pensar sobre la muerte nos haga apurar el paso.

Enterhase dijo...

Mi sensei decía que cuando las cosas se hacían demasiado agobiantes, había que volver a lo fundamental: inhalar, exhalar.

(Bueno, él lo cuenta mejor que yo.)

Reina dijo...

tantas veces me he inmerso en pensamientos fatales propios y de cercanos al punto de terminar llorando desconsolada ...
...es que se sentia tan real dentro de mi...

lucia dijo...

Hola Enter! Me gustó eso de inhalar y exhalar. Qué simple!

Estrella dijo...

ESCASEZDESOBREDOSIS,
Ahora entiendo por qué la que te jedi te quiere tanto: tiene diversión asegurada!

JANFI,
No importa, ni importa. Es lindo, ya está dicho, y yo, feliz.

ANGELINA,
Te aviso que se extraña tu blog, sobre todo, la etoqueta delirante.


JOTA,
Ja! qué ricas las medialunas!

MAGU,
Mmmm, todo un tema. Lo dejamos para otro día, hoy salió el sol, magu!

ENTER,
Es un cuento, una narración, un no sé qué. Y a google no entro más, una sola vez lo hice por un síntoma intrascendente y terminé pronosticándome la peor de las enfermedades.
Cierto lo de inhalar y exhalar. Pero a veces nadie te marca el compás.
Gracias, Enter!

REINA,
Nos pasa a todo, reinita, creeme. Cuando voy por la calle, no puedo dejar de pensar en los dramas que se esconden detrás de la gente...
Un beso!!

Marina Agra dijo...

qué lindo leerte, Estre. fue como entrar un poco en vos... no tengo más que agregar a este relato: está todo dicho!

girlontape dijo...

wow Estrella qué súper texto! el shopping como purgatorio... me mataste con los terneritos-infantes... y sí, todo es vanidad. pero qué bueno zafar, aunque sea un ratito más.

Carlos G. dijo...

El toque patético, a mi gusto, es "un condenado a muerte" entrando a... ¿¡un shopping!?

Respecto a tu respuesta a mi comentario:
a) Yo tampoco quiero que te mueras; ni siquiera para mejorar el texto :))
b) Yo no dije que estuviera mal escrito, todo lo contrario. Con lo de previsible me refería a que el contenido dramático del desarrollo "exigía" que el final fuera el que fue.

Anónimo dijo...

inhalar exhalar lo decia una profesora mia para poracticar antes de un final
tambien habia que al mismo tiempode la exhalacion e inhalacion subir los dos brazos hasta arriba y bajarlos cuando se exhalaba
ah y hacerlo caminando por el pasillo de la facu jaja
che las etiquetas delirantes vuelven en diciembre, el 15 aprox
ANG ANG

Anónimo dijo...

el dr pablo marmol
(chiste tardio, me sumo a sobredosis)
ANG

Anónimo dijo...

el dr pablo marmol
(chiste tardio, me sumo a sobredosis)
ANG

1600 Producciones dijo...

Me pareció buenísimo. Un gusto encontrarte.

Enterhase dijo...

Realmente el consejo de mi sensei fue uno de los mejores que me han dado. O de los únicos que he aceptado. Me alegra que les guste, Lucía y Estre.

Angie: ¡Eso más bien se parece a un calentamiento!

Anónimo dijo...

Enter: jajaja
No, lo tenes que hacer a un ritmo leeeento
Inspiraaaar
Exhalaaaaar
Tipo Zen
Angie Ang

Anónimo dijo...

Excelente el relato, me sentí bastante identificada porque pasé por algo así, y como soy terriblemente dramática veia todo negro. Qué bueno todo esté bien, yo sigo sin estar segura si alguien irá a mi funeral, peromejor no preguntárselo, no? Saludos!

Diamantina *·. dijo...

es increible como fluye el relato, con tanta naturalidad...es muy cautivante. me encanta tu blog, Estrella, pasate cuando quieras a visitarme. besos y abrazos.