17.2.10

De azules y grises


Enero en Buenos Aires; la ciudad hierve mientras sus grises queman mis ojos. Ya no los soporto, me pesan, me aplastan, como me aplastan las palabras de María: esto no va más, Germán, me voy, te dejo...
Mis zapatos se pegan al asfalto estático y caliente, y el humo porteño me envuelve y me sofoca. Pienso en María, en su mirada siempre enigmática, siempre lejana. Otra vez me lastiman sus palabras como me lastima el sol caliente de esta tarde.

Compro el diario en el kiosco de la esquina y me dirijo sin prisa, casi arrastrándome, a la estación Retiro. En el camino voy cruzando hombres y mujeres que, agobiados como yo, vuelven a sus casas después de un día de trabajo más. Todos cargan tristezas, lo sé, pero el calor sofocante y la humedad que nos envuelve nos hace sentir un poco menos solos, porque esta vez todos somos víctimas impotentes de un mismo y único enemigo: el sol que nos quema, nos derrite y nos consume. Y otra vez María, y las palabras, y la mirada ausente, lejana.

Aflojo la corbata buscando un poco de alivio que no llega. Apenas me siento en el tren, abro la ventana con fuerza, enérgicamente, aferrado a la ilusión de encontrarme con una ráfaga de aire seco, pero en cambio entra, arrollador, un vaho húmedo, caliente, que huele a enero en Buenos Aires.

Una mujer gorda y desgastada se sienta frente a mí. Siento su respiración entrecortada. Con la mano izquierda se pasa un pañuelo descolorido y pegajoso como la tarde por su frente mojada, y con la mano derecha agita, sin fuerzas casi, un abanico improvisado con un par de hojas de diarios viejos. Los ojos, rodeados de gotas de sudor espesas como lágrimas, miran hacia un lado y hacia otro, suplicantes, y después los cierra y echa su cabeza hacia atrás, mientras resopla una y otra vez.
Me doy cuenta de que su presencia me molesta. No la quiero cerca de mí. Me levanto, pido permiso y salgo..
Busco otro lugar pasa sentarme, pero todos están ocupados. Me paro al lado de la puerta y apoyo la espalda en el respaldo del último asiento. Enfrente, dos hombres jóvenes se quejan del calor, al tiempo que acercan apenas sus cabeza transpiradas al vidrio sucio y tibio, buscando desesperadamente algún indicio de alivio en el horizonte.
Al rato me aburro de escucharlos... y entonces las palabras de María resuenan otras vez en mis oídos pero ahora penetran hasta el fondo y es como si por unos instantes accediera a la real y dolorosa dimensión de lo que ellas significan para mí. Y lloro, y aprieto mis ojos con fuerza.
Una mujer se para a mi lado. La miro de reojo mientras seco mis lágrimas y la examino, buscando tal vez despejar mi cabeza y olvidarme por unos segundos de María, del calor, de la pesadez, de las palabras, de la soledad, de la humedad aplastante de este enero en Buenos Aires.
Veo su perfil y el auricular que cuelga y se enrosa por entre mechones de pelo casi rubio. Es linda, a pesar del calor, de la asfixia. Su brazo desnudo toca mi brazo; al rato se separan y se vuelven a tocar siguiendo el movimiento rítmico del tren y de nuestros cuerpos que lo acompañan resignados. Escucho algunos acordes de la música que disfruta, una melodía un tanto sincopada, un piano que clama por lluvia, un blues que se me pega en las entrañas y que se suma al traqueteo del tren y a nuestros cuerpos acompasados. Su piel húmeda roza mi camisa mojada, y mi brazo, mojado también, busca esa humedad pegajosa y sensual que me hace revivir, que me da aire y abre mis pulmones. Entonces la siento sonreír. No quiero mirarla pero todo mi ser me traiciona y la miro, y veo unos ojos cálidos y claros, que me conmueven y me despejan. Sonrío sin pensar, como se sonríe en días felices.
Gotas de transpiración caen desde su frente y las veo recorrer la piel blanca y joven hasta acomodarse, graciosas, sobre su boca; y la veo después pasándose la lengua por los labios mientras todo su rostro se frunce en un gesto casi cómico. Otra vez sonrío. Ella entonces se quita uno de los auriculares que cae sobre su hombro desnudo y con gesto familiar me lo ofrece. Te va a gustar, dice.
Escuchamos en silencio, pero nuestros brazos siguen en contacto y mi sonrisa sigue a su sonrisa.
El tren detiene su marcha en la anteúltima estación. Las puertas se abren cuando nuestros cuerpos detienen también su movimiento. Entonces me animo y le pregunto.
¿cómo te llamás?
Azul, contesta, feliz.
De repente y desde el horizonte, nubarrones negros avanzan velozmente sobre la ciudad que hierve. El cielo se estremece.
Por fin va a llover, dice Azul, y me mira.
Por fin, le contesto.
El tren entonces reanuda su marcha. Nuestros brazos vuelven a tocarse. Un contrabajo sordo festeja la lluvia estrepitosa que cae con fuerzas sobre el tren, en esta tarde casi azul de enero en Buenos Aires.

22 comentarios:

Marina Agra dijo...

Un relato entre puro, verosímil y de ensueño. Por fin llega la lluvia, por fin llega una Azul...

Mari Pops dijo...

"sonrio sin pensar, como se sonrie en dias felices" hermoso

Me llego algo del calor y de la humedad de su relato hasta mi casa

soy beatriz dijo...

Me encantó, me atrapó el relato, que me hizo sonreír, tal vez recordando días calurosos y húmedos. Un beso!

Anónimo dijo...

Ves?, si hubiera andado el aire acondicionado, no podrías haber "visto" esto que tan bien relatás.
Cuando llegue el tren bala esto no pasa.
Beso, Estrella

Estrella dijo...

Gracias MARINA, MARY y BEATRIZ. No es gran cosa, lo escribí hace años y hoy estuve por la estación de tren y me acordé, aunque ya en febrero.

CONCOCIDO,
¡hOLA!
Tren bala, ni me lo nombres!

gamar dijo...

Esas cosas pasan en la vida real.
Sé por qué te lo digo.

Muy buen relato, como siempre.
Besos

La condesa sangrienta dijo...

Con Vilariño y los trenes, estamos en sintonía.
Buena pintura!

Anónimo dijo...

q lindo describis a las personas!! o mas bien, las percepciones de las personas, como ve El a Maria, la gorda, a Azul, al dia.
me gusto mucho
saludos!
mili

Mariana dijo...

Estre, qué historia tan tierna. Me encantó!

José Soriano dijo...

Que buena historia, que bien la cuentas y tan cercana. La mía no se llamaba Azul, era Sol por esas cosas de los tiempos. Compartimos río y atardecer. Después mucho más. No había música portátil pero si mucha adrenalina... Siempre usted tan maravillosa. Paso a veces sin atreverme a dejar rastro pero siempre admirandola.
un beso fraterno
js

Yoni Bigud dijo...

Muy buen escrito, casi se puede ver el calor. Interesante el juego con los colores.

Sería lindo encontrar gente tan simpática como esta chica en el transporte público. No suele pasar.

Un saludo.

Minombresabeahierba dijo...

Será que amo el frío, y el azul me lo recuerda como la luminosidad que surge cuando atraviesa hielo y nieve...

Y a veces en el tórrido verano de cemento, pequeños detalles nos cambian el día...

besotes

S. U dijo...

Muy lindo.
Pero, hasta que hablò de corbata crei que lo contaba una mujer, no se, por ahi me confundi.
Besos

S. U dijo...

and... fourteen

lucia dijo...

muuuy lindo, chau, me voy a tomar el tren!

Mariana dijo...

Me parece mucho más interesante la historia contada por un hombre. Le da otra persepctiva. Casi siempre las que cuentan este tipo de historia son mujeres.

Estrella dijo...

GAMAR,
Estamos con los trenes, ¿qué pasó?

CONDESA,
Estuve buscando el tema de Soledad Villamil, pero nada, no está en youtube, una pena porque es realmente lindo.

MILI
A la mujer gorda, a esa misma, ¿no la ves siempre en algún lado?

MARIANA,
Gracias, sos muy amable!

JOSÉ,
Y usted más que amable es EL SEÑOR AMABLE. Deja rastros, siempre! Y cuente usted esa historia con Sol, ¿eh?

yoni,
Cada tanto, de vez en vez, aparecen. Se ve que lo escribí hace tiempo, si hasta tuve que cambiarle algunas cosas...

MINOMBRE,
Nada más lindo que los cielos azulísimos del otono, ¿no?
Hablando de cielos y de azules, sabrás ya que en cualquier momento sale nuevo disco de Serrat, con más canciones de Miguel Hernandez, poeta entre poetas.

ANGELINA,
Ja, el hombre se llama Germán!

LUCÍA,
Fijate si los ves!

MARIANA,
Cierto lo que decís, pero penar por amor, penamos todos. Gracias!

La herida de Paris dijo...

Lo que mata es la humedad.
Pero la vida de ella proviene.

Saludos

S. U dijo...

Yo crei que ella era Maria y le hablaba a German!
Ja!

T.M. dijo...

Buenísimo Estrella. Muy dulce, muy tierno,muy sensual. Si hata me dá ganas de volver a viajar en el Sarmiento y soñar a ser Azul. Un abrazo.

Fernanda Muslera dijo...

Muy bueno!

Fernanda Muslera dijo...

Muy bueno!