5.7.07

En la ciudad de la furia


Día en el microcentro porteño.
Si la ciudad es una sumatoria de relatos, un gran texto donde todos vamos escribiendo nuestras vidas, lo que leemos a veces nos desmorona en plena calle. Es como si todos los sentidos se mezclaran: los olores, cada palabra dicha, el sonido de los pasos sobre el asfalto.
Veo a un hombre enmarañado, sucio de alquitrán y pesadumbre, que debate con el aire que lo cuida.
Pasa un anciano que conserva las formas de otras épocas, el pelo engominado con esmero y el pañuelo en el bolsillo le dan cierto aspecto de fragilidad, como si fuera a quebrase en cada esquina.
Observo con descaro a un joven pálido al que le invento una vida; miro los gestos de una mujer enojada y tengo el comienzo de una historia. Entonces se detiene a mi lado un patrullero y baja un chico; no puede tener más de catorce o quince años, va esposado, detrás de él, un policía le marca el camino. Hay miedo en sus ojos, en sus hombros, en su piel. Sigo caminando pero ya no soy la misma, el eco de su miedo resuena para siempre en esta ciudad que miro.

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