Mucho se discute sobre si es posible traducir la poesía sin traicionarla, y mucho más se lamenta el simple lector por todo lo que se pierde al leer un texto traducido.
Pero si partimos de la convicción de que el oficio de la palabra es hacer posible que el mundo diga al hombre, y que leer es emprender la aventura de balbucear significados, encontraremos en lo traducido un nuevo misterio, y en el traductor, una sombra que crea, un fantasma del hombre aquel que inventó las palabras que ahora inventa el traductor.
Paul Auster fue, antes que poeta o novelista, traductor. Adivinó sin entender el apasionamiento de los poemas de Baudelaire, se empeñó en volverlos mas reales y los tradujo a su lengua, el inglés. Auster, entonces, vuelve al origen por una segunda vez, recomienza el poema y revive, al escuchar esa voz que no es su voz, los aciertos y las fronteras que encontró el poeta en su vez primera.
Con el tiempo, el mundo mismo se le hace a Auster tan incomprensible como los versos de Baudelaire y quiere traducirlo, entonces, dice el mundo en palabras propias para ser leído por otro. Auster traduce así el amor a la vida y la terrible inmediatez de la muerte, traduce el dolor, la desazón, el sin sentido, en palabras que hablan y seguirán hablando a través del tiempo, encarnándose en un otro.
La necesidad de traducir el mundo está en el corazón mismo de su vivir, y será en las palabras del poeta, donde el hombre se sentirá traducido.
Auster traduce en su búsqueda y en el encuentro con la palabra justa. El lector, a su vez, traduce el decir del poeta, y es en su propia lectura donde quizás traicione la palabra original, como el traductor, que en su intento brutal de cambiar una lengua por otra, traiciona como una sombra y reinventa lo que ya fue inventado por otro en otra lengua.
Por eso, traducimos y traicionamos cada vez que interrogamos el pasado, cuando miramos una obra de arte, cuando escuchamos al otro y su sombra se convierte en nuestra luz, cuando recorremos una ciudad, como lo hacía Cortázar, que caminaba por las calles de París reinventando París a partir de los graffitis que empapelaban sus paredes.
Paul Auster fue, antes que poeta o novelista, traductor. Adivinó sin entender el apasionamiento de los poemas de Baudelaire, se empeñó en volverlos mas reales y los tradujo a su lengua, el inglés. Auster, entonces, vuelve al origen por una segunda vez, recomienza el poema y revive, al escuchar esa voz que no es su voz, los aciertos y las fronteras que encontró el poeta en su vez primera.
Con el tiempo, el mundo mismo se le hace a Auster tan incomprensible como los versos de Baudelaire y quiere traducirlo, entonces, dice el mundo en palabras propias para ser leído por otro. Auster traduce así el amor a la vida y la terrible inmediatez de la muerte, traduce el dolor, la desazón, el sin sentido, en palabras que hablan y seguirán hablando a través del tiempo, encarnándose en un otro.
La necesidad de traducir el mundo está en el corazón mismo de su vivir, y será en las palabras del poeta, donde el hombre se sentirá traducido.
Auster traduce en su búsqueda y en el encuentro con la palabra justa. El lector, a su vez, traduce el decir del poeta, y es en su propia lectura donde quizás traicione la palabra original, como el traductor, que en su intento brutal de cambiar una lengua por otra, traiciona como una sombra y reinventa lo que ya fue inventado por otro en otra lengua.
Por eso, traducimos y traicionamos cada vez que interrogamos el pasado, cuando miramos una obra de arte, cuando escuchamos al otro y su sombra se convierte en nuestra luz, cuando recorremos una ciudad, como lo hacía Cortázar, que caminaba por las calles de París reinventando París a partir de los graffitis que empapelaban sus paredes.
Y será en esa mediación donde permanecerá intacto el lugar de lo intrasladable, lo inasible, lo que se escurra de nuestras manos.
Leo a Pessoa traducido por otro y, en la intimidad de mi lectura, lo traduzco y lo traiciono, porque el río de su aldea que no hace pensar en nada no es mi río, como tampoco es mi río el que atravesaba una y otra vez al poeta Juan L. Ortiz. Puedo conmoverme y sentir que me he apropiado de su río, pero habrá algo que quedará vedado para mí.
Si Borges cita en sus versos el sur una y otra vez, nosotros, sus lectores, traducimos la intención de su decir. Creeremos quizás que elige el sur por vínculos, lealtades o memorias y, quizás, quede oculto lo que pueda o no ser la verdad: que Borges ha sido seducido por la palabra sur, por su musicalidad, por esa letra u que le regala una cadencia que no consigue con otra palabra. Entonces uno podría preguntarse: ¿Borges traduce el sur o traiciona el sur? ¿Borges traduce el sur para sus lectores o traiciona a sus lectores seducido por una palabra única?
Finalmente, todo es traducción. En cada palabra habrá tal vez un puente o un obstáculo, pero siempre existirá la posibilidad de una comunicación donde uno reciba lo que pueda ser comunicado y, al mismo tiempo, acepte y se resigne a querer abarcarlo todo, como el traductor que acepta ser el protagonista de una experiencia única: crear en su lengua lo que en su memoria se encuentra en otra lengua. El traductor debe traducir lo que ha sido traducido, debe traducir al traductor primero y será, entonces, cuando la palabra que le sirve como instrumento para hablar, se convierta en límite que lo imposibilita en su expresión. El traductor tendrá que mediar entre dos lenguas sin encuadrar, deberá dejarse decir y buscar en sus recuerdos la resonancia de cada palabra, acertando en el lugar justo donde anudar un verso. El traductor, que es convencido, deberá convencer y crear así una complicidad diferente a otras complicidades, donde traductor y lector acepten lo que no se pueda trasladar.
No habrá quien que pueda trasmitir lo que encierra el... rajá, turrito, rajá... de Roberto Arlt, como no habrá lector extranjero que pueda captar plenamente la imagen de aquella mujer que estaba ahí, sentadita...de Borges.
No se podrá nunca traducir lo intraducible.
Cuenta Juan Carlos Onetti, que en uno de sus viajes a México, un curioso taxista mexicano, amante del tango, le preguntó: Dime, ¿qué quiere decir “la mina se piantó del bulín”?, y Onetti, con total libertad, le contestó: “Muy fácil, que la percanta se rajó del cotorro’’.
Leo a Pessoa traducido por otro y, en la intimidad de mi lectura, lo traduzco y lo traiciono, porque el río de su aldea que no hace pensar en nada no es mi río, como tampoco es mi río el que atravesaba una y otra vez al poeta Juan L. Ortiz. Puedo conmoverme y sentir que me he apropiado de su río, pero habrá algo que quedará vedado para mí.
Si Borges cita en sus versos el sur una y otra vez, nosotros, sus lectores, traducimos la intención de su decir. Creeremos quizás que elige el sur por vínculos, lealtades o memorias y, quizás, quede oculto lo que pueda o no ser la verdad: que Borges ha sido seducido por la palabra sur, por su musicalidad, por esa letra u que le regala una cadencia que no consigue con otra palabra. Entonces uno podría preguntarse: ¿Borges traduce el sur o traiciona el sur? ¿Borges traduce el sur para sus lectores o traiciona a sus lectores seducido por una palabra única?
Finalmente, todo es traducción. En cada palabra habrá tal vez un puente o un obstáculo, pero siempre existirá la posibilidad de una comunicación donde uno reciba lo que pueda ser comunicado y, al mismo tiempo, acepte y se resigne a querer abarcarlo todo, como el traductor que acepta ser el protagonista de una experiencia única: crear en su lengua lo que en su memoria se encuentra en otra lengua. El traductor debe traducir lo que ha sido traducido, debe traducir al traductor primero y será, entonces, cuando la palabra que le sirve como instrumento para hablar, se convierta en límite que lo imposibilita en su expresión. El traductor tendrá que mediar entre dos lenguas sin encuadrar, deberá dejarse decir y buscar en sus recuerdos la resonancia de cada palabra, acertando en el lugar justo donde anudar un verso. El traductor, que es convencido, deberá convencer y crear así una complicidad diferente a otras complicidades, donde traductor y lector acepten lo que no se pueda trasladar.
No habrá quien que pueda trasmitir lo que encierra el... rajá, turrito, rajá... de Roberto Arlt, como no habrá lector extranjero que pueda captar plenamente la imagen de aquella mujer que estaba ahí, sentadita...de Borges.
No se podrá nunca traducir lo intraducible.
Cuenta Juan Carlos Onetti, que en uno de sus viajes a México, un curioso taxista mexicano, amante del tango, le preguntó: Dime, ¿qué quiere decir “la mina se piantó del bulín”?, y Onetti, con total libertad, le contestó: “Muy fácil, que la percanta se rajó del cotorro’’.
10 comentarios:
Es cierto, hay frases intraducibles. Umberto Eco dijo que habia estudiado español para poder leer a Borges en su idioma. Muy divertida la anécdota de Onetti, pero espero que después se le haya explicado: los intentos valen, sobre todo verbales.
Creo que sólo un poeta puede traducir poesía. Ahí entran a jugar significados, métrica, sonoridad; uno encuentra la palabra, pero la que encuentra es muy larga, o tiene otra musicalidad.
Mencionás a Baudelaire, que justamente tradujo a Poe.
Los franceses son excelentes traductores, y a veces mejoran el original. ¿Será que tienen un excelente idioma?
Cuando leía El tiempo perdido, y me detenía deleitándome frente a ciertos hallazgos del autor, pensaba en mi soberbia que sólo yo sería capaz de traducirlo. Durante un tiempo estuve convencido de ello. Hasta que leí la traducción de Salinas...
Estrella: Me parece que "el choque cultural" con cataluña te dejò pensando en el tema de los idiomas y la traducciòn.
Muy bien, excelentes aportes.
Sil/medu
Ah Vieron que doris lessing gano el Nobel? Pobre se lo dieron a los 87 años, es una sra muuuy grande
"No habrá quien que pueda trasmitir lo que encierra el... rajá, turrito, rajá... de Roberto Arlt, como no habrá lector extranjero que pueda captar plenamente la imagen de aquella mujer que estaba ahí, sentadita...de Borges."
Brillante Estrella, es así nomás.
Y qué capo Auster, me encanta, leí todo de él, hasta el guión de Smoke.
notan (como te dice stella),
lo que yo daría por poder leer otros idiomas, apenas puedo con el inglés.
crab,
debés de ser un buen traductor.
Dicen que hay muchos escritos, mejorados por mérito de los traductores.
koba,
¡gracias! ¡sinceras! Sí, Auster es capo, y la película Smoke, una de mis preferidas.
silvia,
leí algo de doris lessing y me gusta. El último, con cuentos sobre abuelas, está bien bueno.
Ah, Estrella todo un tema la traducción! tal vez mi impedimento por leer en otros idiomas (a gatas y mal, en inglés) es que me gusta tanto la poesía en español. En la traducción, muchas veces hay que sacrificar la métrica o la rima en función de la significación.
El largo poema que es La Divina Comedia o el pentámetro blanco de Shakespeare se pierden en la traducciòn aunque, sin ella, nos hubiésemos perdido de leerlas.
y si la traduccion ayuda al lector, le facilita la comprension, o mejor aun, su significado no es el mismo, pero el lector se siente mas identificado?
Estrella: Sì de doris lessing yo lei un libro de bolsillo que se llama "El dia que murio Stalin" y "La mujer"; lo que digo es que a su edad ya no va a poder disfrutar del premio.
El libro lo consegui en av corrientes hace tres años a $ 2 cuando nada hacia prometer que lessing iba a ganar el Nobel.
Y Vargas Llosa sigue llorando en su casa. Ja ja
condesa,
qyuzá debamos las dos ponernos a estudiar idiomas para poder leer la Divina Comedia y Otelo en su veersión original, ¿qué me dice?
anónimo,
bueno, por so hay quienes dicen que en la misma traducción hay un acto de creación. Incluso, muchos escritores o poetas han ganado al haber sido traducidos.
Silvia,
y bué, se irá de este mundo muy satisfecha y a nosotros nos habrá dejado sus buenos libros.
Publicar un comentario