16.6.09

Un sábado en Open Door. (Primera parte)

Mi hermana Juana y su marido Juan tienen un campito en Open door. Así le decimos: "campito", porque eso es lo que es.
Resulta que hace ya unos años un amigo del buen Juan compró hectáreas y hectáreas de campo quebrado y tuvo la generosidad de regalarle una a Juan. Según Juana, su marido es un ejemplar único en su especie, no tendrá jamás una billetera abultada pero se las arreglará para vivir como le gusta. Y a él lo que le gusta es el campo.

Sobre esa, su hectárea, edificó Juan a través de los años una casa preciosa. Mitad durlock, mitad materiales de demolición que fue rescatando a la vera de los caminos o en en los fondos de las obras donde cada tanto trabaja como constructor.

De un revoltijo de hierros oxidados, él, a fuerza de ingenio, martillo y buen gusto, diseña la más original de las ventanas o fabrica una bomba de agua con partes de cocinas arrumbadas y restos de motores viejos.

Tienen, además, una mezcla de muebles que les han ido regalando sus muchos amigos, y juntos: aparadores, sillas, cortinas, camas y cuadros, lejos de desentonar los unos con los otros, se aúnan en armónico conjunto, gracias a las manos creativas y hacendosas de sus propietarios. Bien podría la casa ser, alguna vez, tapa de la revista de decoración más cool.

Así es la casa de Juan y Juana en Open Door. Capítulo aparte se merecen los animales que la habitan. Tienen seis perros —a los que tratan como seres humanos, y no es un decir—, caballos que parecen perros porque entran en la casa en busca de un poco de pan; gatos y gatitos, según sea o no época de parición, peces, palomas y, de tanto en tanto, jilgueros que se niegan a cantar.

Cuando se le pregunta a Juan: decime, Juan, ¿hasta dónde llega tu campo? Él, con una sonrisa pícara, contesta extendiendo la mano izquierda, áspera y curtida por los aires de Open Door: ¿hasta dónde querés? ¿hasta allí? hasta allá? Esa es su manera de decir: a mí qué me importa, lo que yo veo no es propiedad de nadie, acá los puntos panorámicos no tienen dueño.

Nosotros vamos casi todos los fines de semana. Ya tenemos nuestro cuarto, el sillón preferido para leer en invierno cuando el sol entra a través de los amplios ventanales, o la sombra del árbol aquel, en las tardes de verano y moscas zumbantes.

El último fin de semana arrancamos cerca del mediodía y llevamos con nosotros a Juana y a su hijo Z., de once años, digno hijo de sus padres perrunos, rústicos, camperos, porque Juan estaba ya en el campito, segurmanente cortando malezas como un Horacio Quiroga en plena lucha contra los avatares de la naturaleza.

Nuestra costumbre es pasar antes por el pueblito para comprar provisiones, ya que los Juanes son austeros y algo inapetentes. Él es un experto asador, así que siempre llevamos entraña, chorizos, matambrito de cerdo y batatas y morrones que Juan hace a las brasas mejor que nadie.
Pero ese día se nos había hecho un poco tarde y decidimos almorzar en lo de El Chango, un bodegón del pueblo donde sirven las más ricas papas fritas con huevo frito. Nos instalamos en la vereda, porque había un sol verdaderamente agradable.
Continuará...

11 comentarios:

Stella dijo...

¿Y qué pasó? Ayyyydió, con lo ansiosa que ando!!

Describiste tan bien el campo, que dan ganas de ir e instalarse unos días!
Me ofrezco para llevar postre para todos! :)

Besos, y buena semana!!

PD: perdón por las ausencias

Juli dijo...

Sabés Estre? Tu descripción del campo de Juan y sus animales, de los sillones elegidos, de la sombra de aquel árbol... me remitió por un momento a Los Galgos, Los Galgos, uno de mis libros más queridos.
PRECIOSO post.
Un beso grande.

Angie Angelina dijo...

Qué lindo, me hace acordar a la quinta de mis abuelos en Glew, allá por principios de los 80´.
besos

MQDLV dijo...

uh, precioso, Estre. Verdaderamente. Trasmitiste mucha paz. Y me encanta que haya una pareja de Juan y Juana! Beso grande!

Wonder dijo...

Juan y Juana??? Mirá vos...
Me dieron ganas de ir.

Siempre me sedujo la idea de estar con un hombre que sea hábil con los objetos y las cosas, y que además tenga el sentido del buen gusto desarrollado.
Lástima que, por lo general, los que son hábiles en las letras no lo son con los objetos...
Y yo como que tengo una debilidad por las letras...
Bueno, ahora quiero más.
Nos mostrás el dulce y escondés la mano, Estre.
Dale...

Angie Angelina dijo...

Me gustó que el hijo se llame Z, es toda una declaración de principios. jA!

Glenda dijo...

Me mató el Juan y Juana, nada puede salir mal ahí.
Buen comienzo de semana para todos.

Carlos G. dijo...

Buenísimo post, creo que puedo imaginarme la casa.
Lo del caballo (s?) entrando a la casa es más bien digno de Garcia Marquez.

janfi dijo...

Open Door; una vez se filmó una peli (supuestamente infantil, la vi cuando era chico) y una de las escenas transcurría en el hospicio de open door. Me acuerdo que me llenó de angustia y desde entonces open door es para mi sinónimo de esa escena angustiante.
Los galgos, ¿Beatriz Guido? lo recuerdo bien.

Estrella dijo...

Ahora, en un rato, subo la segunda parte, pero como adelanto les digo que JANFI ha dado en la tecla.

STELLA, JULI, MQDLV, WONDER, ANGELINA, GLENDA, CARLOS y JANFI:

Gracias por leer, es un poco extenso...

Pepe Palermo dijo...

Caramba, temía por lo de Open door, que el relato abriera las puertas al horror y comenzó siendo una prueba de encuentro con lo mejor de lo humano, la adecuación y la creatividad. Bueno, que avance hacia donde sea necesario, traguemos saliva y esperemos el cantar de los jilgueros. Si no cantan ellos, Estrella nos hará trinar.
Entre otros recuerdos: la Dra. Jubileo. El supuesto hijo oligofrénico del Gral. Videla. La substracción de órganos.
Te dejo un vínculo que quizás te interese:
http://www.alcmeon.com.ar/7/28/alc28_03.htm